Storks (Cigüeñas)

La película infantil de animación y comedia estadounidense Storks (Cigüeñas), estrenada el pasado 23 de setiembre en las salas españolas, y que ayer tuve oportunidad de ver, igual que cualquier otra producción del ser humano, no es ajena a la determinación inconsciente de sus creadores.

 

A pesar de no conocer a su guionista Nicholas Stoller, que es también el director junto con Doug Sweetland y coproductor con Brad Lewis, ni al responsable del montaje John Venzon, ni haberlos tenido en mi diván, y por tanto no poder atribuir a ninguno de ellos u otras personas las ideas y deseos que en el film aparecen, el psicoanálisis permite escuchar-leer esas ideas y deseos y presentarlos con la formalización y rigurosidad que la ciencia de la subjetividad exige, gracias al trabajo del padre del psicoanálisis Sigmund Freud y ese alumno aventajado que fue Jacques Lacan. Solo de esta manera podremos ir un poco más allá de la anécdota de que Mountain Cigüeña, la antigua fábrica de bebés convertida en empresa que vende de todo a través de internet, se parece al gigante Amazon, como señalan algunos de los críticos de cine que intentan dar cuenta de la película.

Que los artífices de la historia narrada en Cigüeñas viven en el neoliberalismo posmoderno es una obviedad. Lo que quizá no lo sea tanto para algunas personas es que el film constituye una respuesta-crítica-propuesta-solución a la lógica del discurso capitalista. Es como si los autores hubiesen pensado que los objetos propuestos por el capitalismo no son sino objetos imaginarios del deseo que no pueden suturar la herida narcisista de la castración simbólica que todos hemos sufrido en nuestra infancia (a no ser que seamos un animal o un psicótico encerrado en una institución psiquiátrica), pero, imbuidos por la nostalgia, rememoran que, en otro tiempo, las cigüeñas traían algo mucho más valioso, brillante, embaucador, capaz de endulzar incluso al ser más feroz, como el agalma que imaginaron los antiguos griegos, o el dinero para no pocas personas en la actualidad: el bebé-falo.

Sin duda, ese pensamiento lo han tenido muchas personas, incluso puede que algunas de esas personas estén pensando, también, en el descenso de la natalidad en el primer mundo y sus causas, pero lo que conviene subrayar aquí es que si una madre pensara absolutamente de esa manera, y el padre solo fuese genitor, es decir ausente en su función simbólica, el resultado sería el peor para el devenir del bebé. En otras palabras, en la clínica nos encontramos diariamente con personas con problemas psíquicos, de pareja, académicos, laborales, con comportamientos incívicos, etc., cuyo origen no es otro que haber sido el bebé-falo absoluto para su madre, madre que no tenía, podría expresarse así, ojos para otro objeto de la realidad que no fuera su bebé, y cuyo padre (recordemos que por tratarse de una función puede ejercerla cualquier persona o institución) fue impotente para operar como tiene encomendado desde los orígenes de la cultura. En este sentido, cómo no recordar que hay amores que matan, como magníficamente muestra la película Mi hija Hildegart (1977), dirigida por Fernando Fernán Gómez, cuyo guión está basado en el libro Aurora de sangre, de Eduardo de Guzmán, y que narra una historia real ocurrida en la España republicana. Como ustedes recordarán, Hildegart fue concebida por la socialista Aurora Rodríguez Carballeira y un progenitor escogido por ella solo para ese fin. Como era de esperar, la relación entre madre e hija fue lo que podríamos calificar como asfixiante. Esto determinó que la vida de la hija no fuese sino un intento de solucionar este problema, como si hubiese intuido que sin castración simbólica no hay deseo y por tanto no hay vida, pero lamentablemente, por no haber tenido la suerte de ir al psicoanalista, las soluciones que se dio Hildegart no fueron sino imaginarias para ese fin. La historia se complica cuando la madre entiende que pierde a su hija por aparecer en el horizonte de ésta un hombre: Abel Vilella. Entonces, una noche, cuando Hildegart dormía, le disparó tres tiros en la cabeza y uno en el corazón.

Para dilucidar los aspectos estructurales que aparecen en el film Cigüeñas, habría que explicar el discurso capitalista presentado por Jacques Lacan el año 1972 en la Universidad de Milán, los momentos lógicos del Complejo de Edipo en la constitución de la subjetividad, el objeto a, la Función del Padre, la operación simbólica de la castración y el narcisismo primario, entre otros descubrimientos psicoanalíticos. No obstante, dada la complejidad y desarrollo que requieren, me contentaré, en esta ocasión, con presentar esquemáticamente algunos de ellos. Para quien quiera saber más sobre estas importantísimas cuestiones, nada mejor que leer el último libro del Dr. Pueyo, La otra escena de la corrupción. Familia y sociedad en el destino personal: Jordi Pujol i Soley.

 

Empecemos por el discurso capitalista, que constituye la variante posmoderna del discurso del amo clásico:

Lo que me interesa de este discurso, en relación con la película Cigüeñas, es que explica la lógica perversocanalla del neoliberalismo posmoderno que parecen querer criticar los creadores de esta historia, con no demasiado fortuna, como se advierte al final de la película, ya que los bebés que se fabrican sin cesar al introducir las cartas-deseo de un bebé en el sistema fabrica-bebés, en Stork Mountain, por acción de la cigüeña héroe que consigue restaurar el objetivo original de las cigüeñas, siguen circulando por las cintas transportadoras de la gran fábrica-almacén, como los objetos que ofrece el capitalismo que tal vez pretenden sustituir. Los aspectos destacables del discurso capitalista, en esta ocasión, son que es un discurso sin amor (que sería la obturación imaginaria del deseo, y por ende, ya no querría el sujeto consumir más objetos, de manera que el sistema dejaría de funcionar), religioso (que da un sentido a la existencia, esto es que promete que mediante el consumo uno puede reparar su malestar estructural), y que impele al sujeto al goce obscenamente, esto es que lanza al sujeto, con todas las artimañas propias del marketing, a consumirse en el consumo acrítico de objetos efímeros. Si bien este discurso es diabólicamente inteligente, como acertadamente afirmaba Lacan, y pretende reducir al sujeto a lo peor, conviene en este punto indicar que tampoco se trata de, al más puro estilo Robin Hood, acabar con el Ibex-35, icono del capitalismo neoliberal en España, ni con la Alemania de Merkel, ni nacionalizar empresas imitando a Venezuela como propone Unidos Podemos, no sin la ayuda de algunos desorientados intelectuales, entre los que se cuenta uno que se presenta como psicoanalista, como solución a los excesos del capitalismo.

 

Otras características del posmodernismo que aparecen en la película son la deflación de la figura del padre en la familia, las variantes y alternativas estructuras familiares, la adicción al trabajo, el lenguaje desenfadado y supuestamente cool, lejos del lenguaje utilizado en los relatos moralizantes de antaño, los objetos científico-tecnológicos en la vida de las personas y el auge de lo imaginario respecto a lo simbólico.

 Tal vez opinen pedagogos y moralistas que el film no les gusta y que lo que transmite no es lo más adecuado para el óptimo desarrollo de los niños (público objetivo de la película animada). Sin darles la razón ni quitársela, y en virtud de lo que la historia y la clínica nos enseña, no se puede olvidar que el proyecto educativo que nace de los ideales de la Ilustración ha sido tan fallido como los anteriores modelos educativos que pretendía superar, ya que, como no supieron advertir sus prohombres, la educación, como síntoma del déficit de la Función del Padre desde los orígenes de la cultura, aun siendo necesaria y deseable, no puede resolver la impotencia desde la que se convoca respecto a lo Real del goce. Pero si lo que queremos es lo mejor para nuestros hijos, entendiendo por lo mejor una vida digna para el deseo y un óptimo desarrollo cognitivo e intelectual, solo cabe analizar este, como otros, constructo humano desde los interrogantes sobre la conformación de la subjetividad que solo el psicoanálisis, desde la ética del bien decir del síntoma, permite plantear en la actualidad.

 

Girona, 13 de octubre de 2016

Jordi Fernández