El estado, ante su propia ineptitud, aumenta la presión y el control hacia el ciudadano

Tal es la crítica que dirige al Estado Enric Marés, quien se define como maestro e investigador de un tipo de gimnasia que se ha dado en llamar «gimnasia consciente.»

 

Sobre la sentencia de este profesor de gimnasia, lo primero que es dable apuntar es que escamotea al lector a qué «Estado» se refiere (¿a todos los Estados, a alguno de sus modelos…?); Marés obvia también a qué «ineptitud del Estado» se refiere, y tampoco especifica a qué «presión y control hacia el ciudadano» por parte del Estado, alude.

 

La falta de concreción no es sólo de Marés, pues no es menor en la entrevistadora, Ima Sanchís, entre otras cosas porque no considera pertinente preguntar al entrevistado de qué se trata en la «gimnasia consciente.»

 

Sabemos, no obstante, que Marés, antes de ser «maestro», fue alumno de reputadas profesoras de gimnasia, como Therése Bertherat, la doctora Ehrenfried, Charlotte Selver, y sobre todo de la alemana Elsa Gindler. Fue esta última, según comenta él mismo, la que orientó su vida profesional cuando conoció que Gindler, enferma de tuberculosis y desahuciada, se había curado a sí misma al hacerse sensible-consciente de sus procesos fisiológicos. La tesis que asumió Marés de la profesora Gindler fue la siguiente, «El cuerpo ya sabe, sólo tenemos que permitirle recuperarse al ir soltando todo lo que en nosotros está de más.»

 

El énfasis puesto en el cuerpo y en la consciencia como principios etiológicos y terapéuticos ubican a Marés en el ámbito del reduccionismo cartesiano, tanto más por dejar de lado la crucial dimensión Simbólica (el lenguaje del Otro-inconsciente para expresarlo con más exactitud) y lo Real (el goce imposible). Por otra parte, el reduccionismo de Marés es menos original de lo que se podría suponer. Prueba de ello es la orgonoterapia del psicoanalista Wilhelm Reich, imaginaria teoría en la que destaca el concepto de coraza muscular caracterológica. «Podemos deshacer –dice Marés– la coraza muscular y las tensiones de defensa que hemos ido creando ante situaciones difíciles», ¿cómo? «al poner la conciencia en el cuerpo», concluye.

 

La experiencia psicoanalítica demuestra que la vía corporal, tal como la contempla Marés, no explica sino imaginariamente las causas del malestar, e incluso que es así en trastornos cuya apariencia es puramente somática, pues como es conocido no es equiparable la manifestación fenomenología de un afección a la dimensión estructural de la misma y, por lo mismo, determinante ésta del síntoma; la vía corporal que proponen gimnastas como Marés respecto a las dolencias psíquicas pueden producir efectos terapéuticos, pero en su mayoría son atribuibles a la persuasión, por consiguiente, son efímeros; y del mismo modo que la clínica y la epistemología presentan serias limitaciones, tanto más es así respecto a la ética, al menos por dejar al sujeto a merced de un discurso imaginario acerca de las causas de lo que se queja y al margen de la función terapéutica adecuada.

 

Junto a las deficiencias de carácter clínico y terapéutico del modelo propuesto, existe otro factor que me aconseja escribir este breve comentario. Se trata del aspecto sociopolítico al que Marés se refiere y con el que he abierto este comentario, «El Estado, ante su propia ineptitud, aumenta la presión y el control hacia el ciudadano». Una lectura superficial de esta consideración podría hacer pensar que Marés es un crítico del Estado, al menos de aquellos Estados que presionan y controlan al ciudadano. Pero, paradójicamente, la cuestión es otra. En primer lugar, no existe Estado alguno libre de esas características, hecho acertadamente advertido por Michel Foucault en su biopolítica, y, por otra parte, es utópico o al menos muy improbable que alguna persona pueda zafarse absolutamente de este o aquel Estado. Pero hay algo más crucial en este asunto. Al decir «paradójicamente» me refería, entre otros aspectos igualmente destacables, al laissez-faire que caracteriza al neoliberalismo, un crimen casi perfecto de la ideología dominante en la postmodernidad, ideología que deja hacer al ciudadano al mismo tiempo que crea a un «sujeto comunicacional», esto es, a un censor que discrimina aquello que el Estado quiere que el ciudadano lea y vea, ya que el «sujeto comunicacional» censura cuanto cree que puede ir contra los intereses del Estado neoliberal. Es obvio que el Estado comunista no es mejor, al menos en ese aspecto.

 

Pues bien, no siendo el psicoanálisis una práctica revolucionaria, sí que lo es subversiva, sin duda la única que existe. Subversiva quiere decir, básica pero también esencialmente, que nuestra práctica pone al descubierto las añagazas en las que suelen estar entrampadas las personas. En otros términos, el psicoanálisis desvela los factores Sociofamiliares y Sociopolíticos en los que una persona se ha conformado en lo que es, en muchas ocasiones con padecimientos de los que dice querer desprenderse. Lejos pues de parapetarse en la vacua crítica al Estado y proponer modelos terapéuticos imaginarios, el psicoanálisis permite a las personas llegar hasta donde se propongan en la disolución de los factores patógenos que lo han hecho como es y que determinan todos sus actos. Tal es el sentido, en suma, de una vida más digna para el sujeto humano que caracteriza a la experiencia psicoanalítica.

 

José Miguel Pueyo

Girona, 30 de agosto de 2016