EDITORIAL LATHOUSES

 

No es por azar que «LATHOUSES». Psicoanàlisi i Cultura des de Girona, vea la luz en la época del neoliberalismo capitalista, pues para quienes tenemos alguna responsabilidad en esta pequeña empresa clínica y cultural no nos es ajeno en modo alguno la incidencia de las variantes culturales e ideológicas en la subjetividad.

Quién puede negar que nos ha tocado vivir en la alèthosphère, esto es, en un ámbito o atmósfera de verdad formal poblado de lathouses, de objetos que constituyen el producto del desarrollo científico-técnico y que prometen un goce inmediato. Jacques-Marie Émile Lacan (París, 13 abril de 1901–París, 9 setiembre de 1981) no dejó de apercibirse de ello y de ahí su enseñanza en el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, del año 1969–1970, aunque en realidad era una continuación de las consideraciones establecidas en el Seminario I, Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954, sobre el fracaso del sujeto de repetir en los objetos que le ofrece el mercado, ya procedan del terreno científico o del más tradicional misticismo religioso, el goce de la primera experiencia de satisfacción con la madre.

 

El siglo XVII marcó el comienzo de algo radicalmente nuevo, como es el anuncio de la «muerte de Dios», no ajeno a los descubrimientos científicos y a los principios físico-matemáticos que cuestionaron el inmutable orden natural y aun cósmico tal como eran entendidos por la tradición filosófica recogida por la escolástica. Las verdades ontológicas, a las que el psicoanalista francés se refería con otro término creado por él, lathouses, dejaron así paso a las de la ciencia (verdades formales), que por ese motivo se oponen a las de la metafísica (verdades ontológicas). Esa razón ha sido suficiente para que no pocos historiadores y filósofos anunciaran la defenestración de los dioses griegos, así como una igual suerte que la acaecida a la mitología del país del logos para otras religiones más próximas a nosotros. Empero, al hombre, quién sabe si para su bien, pero sin duda porque no es equiparable, mal que le pese al trasnochado conductismo psicológico, al resto de las especies animales, siempre le quedará, sobre manera cuando advierte lo que ya sabe, esto es, que las técnicas y los productos del saber científico no dejan de fallar, volver al consuelo al menos que siempre le ofreció la religión.

El sujeto todavía vive, aunque no sabemos por cuanto tiempo. Este es el problema del saber estadístico, referencial y no menos del ocultista. El sujeto sigue hoy siendo un sujeto-al-deseo-del-Otro, y contra esa razón estructural, causa de sus alegrías pero también sus sufrimientos, nada puede esos objetos privilegiados de las neurociencias que son los que engordan a los magnates de la psicofarmacología, pues la ilusión del goce inmediato de la pastilla sólo se realiza en tanto inductora del sueño: inercia trágica de la pulsión de muerte y en tanto tal opuesta al despertar de la vida del deseo. Se conoce bien que hace tiempo que a la psiquiatría dejó de interesarle el sujeto, y si su agente se detiene a escuchar las cuitas y deseos del paciente es por puro cotilleo. Esto es así porque con esa historia, siempre singular, no puede hacer nada, nada salvo medicalizar el síntoma, y en el caso de que el psiquiatra abrace la corriente humanística tal vez complemente la represión que opera la droga, para mayor oprobio a la verdad, con la ideología del consejo. No cabe extrañarse pues de que algunos personas busquen otra salida diferente a la medicina académica para sus desdichas y que asistamos, por lo mismo, al resurgir de prácticas tan inverosímiles como la iriología, la hipnoterapia, la imposición de la manos, los llamados «productos naturales», el magnetismo, la sofrología, la auriculoterapia, la cartomancia, etc. Que ese juego no a dos sino a tres barajas del sujeto posmoderno sea hoy más que nunca consentido por todos muestra de qué manera se ha realizado la anhelada por no pocos nostálgicos relación entre razón y fe.

Quien se interesa por la cultura y más aun por la clínica no puede ignorar que una consecuencia fundamental de la democratización de los objetos de consumo es el desfallecimiento de la Función del Padre, y eso en el sentido de que su función normativizante no puede ser hoy restablecida por el Superyó cultural ya que se ha producido una relajación de los clásicos ideales políticos, familiares, religiosos e ideológicos que lo conformaban. En esta época de la inconsistencia del Otro, o si se prefiere del «Otro que no existe», la impostura puede ser mayor, pues quien tendría que estar más interesado en esa cuestión puede desconocer que con los objetos de la ciencia, un cucharada de magia y una pizca de religión, por separado o aliñados, el sujeto posmoderno soporta la pérdida del goce que implica su ingreso en la campo del Otro, en la dimensión de lenguaje que lo espera desde siempre: 

Freud decía que advenir sujeto-al-deseo (o sea, dejar de ser sujeto mítico de la necesidad, pura animalidad, para ser sujeto-al-deseo) suponía una pérdida de goce y que esa pérdida de goce implicaba para el sujeto su «malestar en la cultura». Tal vez el rasgo específico de nuestra época no sea el malestar en la cultura, sino más bien un impasse ético, y eso en el sentido de que el imperativo del discurso del capitalismo tardío es ¡debes gozar más! Lo destacable aquí es que en esta época caracterizada por el desfallecimiento de la Función del Padre y la pérdida de los antiguos ideales y la aparición de otros, como el dinero, la voluntad o incitación al goce, el rechazo de la contingencia, el auge de la mirada, el fin de la historia, la proliferación de los mass media, la segregación, lo efímero de los objetos y la ausencia de límites, aparecen, y por esos motivos, las «patologías del goce» en forma de ansia de dinero o de pérdida de sentido político y del bien común (‘caso Malaya’, sin ir más lejos), así como las «patologías del acto» como las formas impulsivas de la ludopatía, la drogadicción, la muerte de mujeres por sus maridos, exmaridos o compañeros, asedio laboral y sexual, así como las «patologías del vacío» como la anorexia y la bulimia. 

En este cruce de siglos, donde las civilizaciones se desangran ante un incierto devenir, y cuando los objetos de consumo  se proponen como la coartada ideal para obturar el vacío estructural que engendra el malestar y la falta de identidad del sujeto, de aquel que se ve conducido al campo santo o a otro tipo de ruinas, ya que nada se deja a la casualidad de su necesaria desorientación, pues de lo que se trata es de que no repare en el goce del amo moderno, o sea, que nada de cuanto éste le ofrece puede calmar su herida narcisista, viene nuestro deseo a renovar siquiera el gusto por la ilustración que deviene del fallo de los antiguos y nuevos discursos de dominio.

 

Sea pues como contrapunto de la cosificación del ser humano, de la humillación que viene padeciendo el sujeto descubierto por Sigmund Freud y de la zozobra en todos los órdenes que implica la canonización del academicismo, lo que hoy comienza con el nombre de «LATHOUSES», construcción lacaniana que define a esos y otros aspectos de un mundo que, como el que nos ha tocado vivir, está poblado de objetos fetiches que, por constituir la mayor y más importante alienación conocida del sujeto, nos invitan a que su verdad oculta sea desvelada.

Editorial Lathouses

 

No és per atzar que «LATHOUSES». Psicoanàlisi i Cultura des de de Girona, vegi la llum en l'època del neoliberalisme capitalista ja que pels qui tenim alguna responsabilitat en aquesta petita empresa clínica i cultural no ens és aliena la incidència de les variants culturals i ideològiques en la subjectivitat. Qui pot negar que vivim en la alèthosphère, en un àmbit o atmosfera de veritat formal poblat de lathouses, d'objectes que constituixen el producte del desenvolupament cientificotècnic i que prometen un gaudi immediat, un impossible com és suprimir la falta estructural del subjecte, P, i així la causa de la seva insatisfacció. Jacques-Marie Émile Lacan (París, 13 abril de 1901–París, 9 setembre de 1981) no va deixar de subratllar aquest engany del discurs capitalista, discurs que ell mateix va formalitzar l’any 1972. Res millar en aquest sentit que llegir el Seminari XVII, El reves de la psicoànalisi, de l’any 1969-1970, el qual en realitat era una continuació de l’establert en el Seminari I, Els  escrits tècnics de Freud, 1953-1954, per advertit el fracàs del subjecte de repetir en els objectes imaginaris que li ofereix el mercat, ja provinguin del terreny científic o del misticisme religiós, el gaudi de la primera experiència de satisfacció amb la mare.

 

El segle XVII va marcar el començament de quelcom radicalment nou, com és l'anunci de la «mort de Déu», no sense relació amb els descobriments científics i els principis fisicomatemàtics que van qüestionar l'ordre còsmic tal com era entès per la tradició filosòfica recollida per la escolàstica. Les veritats ontològiques, a les quals el psicoanalista francès es referia amb altre terme creat per ell, lathousies, van deixar pas a les de la ciència (veritats formals), que per aquest motiu s'oposen a les de la metafísica (veritats ontològiques). Aquesta raó ha estat suficient perquè no pocs erudits anunciessin la defenestració dels déus grecs, així com una igual sort que l'esdevinguda a la mitologia del país del logos per a les religions més pròximes a nosaltres. No es van assabentar, emperò, que a l'home, qui sap si per al seu bé, però sens dubte perquè no és equiparable, malament que li malgrat el passat conductisme psicològic, a la resta de les espècies animals, sempre li quedarà tornar al consol almenys que sempre li va oferir la religió, sobre manera quan adverteix el que ja sap, això és, que les tècniques i els productes del saber científic no deixen de fallar.

 

No hi ha gens que detesti més el saber estadístic i el referencial que el subjecte visqui, ja que l'ideal d'aquests sabers és la desubjetivación del símptoma. El subjecte segueix sent un subjecte-al-desig-del-Altre, i contra aquesta raó estructural, causa de les seves alegries i dels seus sofriments, gens poden aquests objectes privilegiats de les neurociències, per exemple els que engreixen als magnats de la psicofarmacología, perquè la il·lusió del gaudi de la pastilla, elevada avui a la dignitat de Déu, només es realitza en la inèrcia tràgica de la pulsió de mort. Es coneix bé que fa temps que a la psiquiatria va deixar d'interessar-li el subjecte, i si el seu agent es deté a escoltar les cuites i desitjos del pacient és per pura tafaneria. I és que amb aquesta història, sempre singular, no pot fer gens, gens excepte medicalizar el símptoma, i en el cas que el psiquiatra abraci el corrent humanístic tal vegada complementi la repressió que opera la droga, per a major oprobi a la veritat, amb la ideologia del consell.

 

No és d’estranyar, doncs, que algunes persones busquin una altra sortida diferent a la medicina acadèmica per a les seves dissorts i que assistim, pel mateix motiu, al ressorgir de pràctiques tan inversemblants com la iriología, la hipnoterapia, el magnetisme, la sofrologia, la auriculoterapia, la cartomància, etc. Que aquest joc, no a dos sinó a tres baralles, del subjecte postmodern sigui avui més que mai consentit per tots mostra de quina manera s'ha realitzat l’anhelada per no pocs nostàlgics la relació entre raó i fe. Qui s'interessi per la cultura i més encara per la clínica no hauria d'ignorar que una conseqüència fonamental de la democratització dels objectes de consum és el defalliment de la Funció del Pare, i que la seva funció normativizant no pot ser avui restablerta pel Superyó cultural ja que s'ha produït una relaxació dels clàssics ideals polítics, familiars, religiosos i educatius que ho conformen. En aquesta època de la inconsistència de «l'Altre de la llei que no existeix», i on l'ètica ha deixat el seu lloc al desvergonyiment, hi ha fins i tot que fa gala de desconèixer que amb els objectes de la ciència, un cullerada de màgia i una mica de religió, per separat o ben amanits, el subjecte postmodern suporta la pèrdua del gaudi que implica el seu ingrés en la camp de l'Altre, en la dimensió de llenguatge que ho espera des de sempre. Freud deia que advenir subjecte-al-desig (o sigui, deixar de ser subjecte mític de la necessitat, pura animalitat, per a ser subjecte-al-desig) suposava una pèrdua de gaudi i que aquesta pèrdua de gaudi implicava per al subjecte el «malestar en la cultura». Però el tret específic de la nostra època no és tant el malestar en la cultura com un impasse ètic, i això en el sentit que l'imperatiu del discurs del capitalisme tardà és has de gaudir més! Allò que cal destacar aquí és que en aquesta època caracteritzada pel decaïment de la Funció del Pare i la pèrdua dels antics ideals i l'aparició d'uns altres, com la voluntat de gaudi i el rebuig de la impossilitat, tot això en el marc de la proliferació dels mass media, de l'auge de la mirada, de la segregació, de l'efímer dels objectes i de l'absència de límits, apareixen, i per aquests motius, les «patologies del gaudi» en forma d'ànsia de diners o de pèrdua de sentit polític i del bé comú, així com les «patologies de l'acte» en les variants impulsives de la ludopatia, addiccions, assetjament sexual i laboral, o l'assassinat de dones pels seus marits, ex-marits o companys, i les «patologies del buit» com l'anorèxia i la bulímia.

 

En aquest encreuament de segles, on les civilitzacions es dessagnen davant un incert esdevenir, quan els objectes de consum es proposen com la coartada ideal per a obturar el buit estructural que engendra el malestar i per a reparar i encara crear una identitat per al subjecte, on el pare ja no és més el tràgic d'èpoques precedents, i quan la voluntat d'ignorància que és el horror al saber sembla haver-se convertit en un bé comú, ve el nostre desig a renovar, si més no, el gust per la il·lustració que esdevé de la fallada dels antics i nous discursos de domini. Sigui doncs com contrapunt de la cosificació del ser humà, de la humiliació que ve patint el subjecte descobert per Sigmund Freud, i de la impostura que implica el academicisme, el que avui comença amb el nom de «LATHOUSES», construcció lacaniana que defineix a aquests i altres aspectes d'un món que, com el que ens ha tocat viure, està poblat d'objectes fetitxes (gadgets), els quals, per constituir la darrera i una de les més important alienacions del subjecte, ens conviden a desvetllar la seva veritat oculta.