¿Por qué te atribuyes originalidad?

Amigo Serra,

 

¿Por qué te atribuyes originalidad? Tu no desconoces las fuentes en las que has bebido, francesas, italianas, rusas, españolas, sin ir más lejos, o sea, quiero pensar que al menos no las desconoces todas y absolutamente. El acto de atribuirse originalidad tiene como contrapartida o inconveniente que uno ignore el llamado pecado de la vanidad, y algo sin duda más importante, que se ignore que a la caída de los grandes metarrelatos (como son las religiones del Libro, los clásicos sistemas políticos…) le siguió el auge de los minirelatos, el narcisismo de las pequeñas diferencias como diría Freud, el auge, en fin, de los minirelatos y la promoción de las diferencias, (sexuales, familiares, regionales…) de la mano de los autores postmodernos, de los que tu, sabiéndolo o no, eres un fiel seguidor. No creo que necesites que me explaye en ejemplos. Pero en fin, prueba de lo que acabo de apuntar es tu película sobre Don Quijote (un gran metarrelato) y cómo olvidar tu trabajo sobre Los tres reyes de Oriente (otro gran metarrelato que, como en el caso del primero, quizá pretendías dejarlo en ascuas, o sea, sin sentido). Yo no soy de los que piensan que las películas tengan que decir algo, pero bueno, si dicen algo tampoco pasa nada. Fuentes tienes y una de las primeras en el ámbito de lo postmoderno es la obra musical que el vanguardista compositor estadounidense John Cae compuso el año 1952, 4’33’’. (Cuatro minutos, treinta y tres minutos de silencio. Cae sale al escenario, se sienta al piano, no toca, y cuanto ha transcurrido ese tiempo saluda al público y se va). Existe en tu obra otro problema, no menor, ya que no logras erradicar el sentido de esos grandes relatos, algo del ámbito moral permanece en las películas que he citado, y no lo arreglas en tus últimas producciones, me refiero a «Historia de mi muerte», 2012, y «La muerte de Luis XIV», 2016. Es en este punto que habría que leer al Lacan de «Kant con Sade», 1963. Y es que al imperativo moral del filósofo de Königsberg, (acatamiento al Otro-inconsciente en la represión del deseo), le sigue el imperativo del goce del libertino parisino (acatamiento al imperativo del goce del Superyó), por lo que víctima y verdugo se equiparan en la sumisión al Otro-inconsciente.

 

Girona, 16/12/2015

José Miguel Pueyo