Acerca de los imaginarios cálculos del lama Tulku Lobsang

«La conciencia tántrica supera 21.600 veces el orgasmo», y otras no menos pintorescas consideraciones.

 

Y para los amantes de los subtítulos, permítanme sugerirles uno: O cuando se pervierte la conciencia por falta de eyaculación y por las imaginativas y siempre demagógicas enseñanzas que promueven esa y otras absurdas prácticas.

 

Dicho lo cual, y como explica el periodista Víctor-M. Amela en la entrevista a este lama de la tradición budista tantrayana¬, para La Vanguardia («La Contra», martes, 24 setiembre del 2013), «El budismo persigue paliar el sufrimiento, y parece que a Lobsang le funciona, y yo paso un agradable ratito con su charla.»

 

I. Análisis de la frase del periodista Víctor-M. Amela, «El budismo persigue paliar el sufrimiento, y parece que a Lobsang le funciona, y yo paso un agradable ratito con su charla.»

 

a) El budismo persigue paliar el sufrimiento, (…) 

Esta en lo cierto Víctor-M. Amela en lo de que «El budismo persigue paliar el sufrimiento.» 

 

Quiero pensar, empero, que este periodista conoce el significado de la palabra «paliar». De no ser así, o sea, de haber utilizado la palabra «paliar» a la buena de Dios, como habitualmente se dice, estaría introduciendo una grave confusión en el asunto que, supongo, tiene la intención de clarificar para sus lectores. (Lo cierto es que no dice qué entiende por «paliar»).

 

Así las cosas, ‒y como vemos empiezan francamente mal‒, quien haya leído a Freud en El malestar en la cultura, 1921, ‒y entiendo por lo que dicen que Víctor-M. Amela e incluso menos Tulku Lobsang, lo han hecho‒ conoce que la vida, tal como la experimentamos, es demasiado dura para nosotros, acarrea incontables dolores, demasiadas decepciones y muchas tareas imposibles. De ahí que echemos mano a algún paliativo, o sea, que no podamos prescindir de construcciones auxiliares, como dijo Theodor Fontane. Estos paliativos, dice Freud acertadamente, son de tres clases:

 

1º) Podemos desviar significativa el interés hacia el mundo y las cosas, desviación que nos despreocupa de nuestra miseria;

 

2º) también podemos apelar a gratificaciones sustitutorias, (por ejemplo, al arte, los deporte y otros intereses y aficiones, así como al afán de poder, fama, dinero, etc., que aminoran nuestra miseria;

 

3º) y por último, podemos procurarnos sustancias químicas, que son los más potentes paliativos que el mercado oferta y que nos vuelven insensibles a nuestros malestares.

 

Pero aquello que conviene no olvidar es que pese a que siempre echamos mano a algún lenitivo, no debemos dejarnos engañar por ellos ni por las personas que los recomiendan, ya que habitualmente estos remedios y esas personas son infinitamente peores que la enfermedad que pretenden combatir, como habitualmente se dice.

 

b) y parece que a Lobsang le funciona, (…)

 

Hay quien es feliz drogándose; otros escogen correr 30 kilómetros al día; los hay que dicen que lo son a partir del segundo gin-tonic; muchos aseguran que nada los hace más felices como practicar deportes de alto riesgo, como el wingfly, escalada en hielo o en roca, puentismo; a otros les da por rezar; y como es asimismo conocido también está como objeto de felicidad el dinero, el poder, el sexo, la fama, la salud, las más de la veces cuando se está enfermo, y quizá el amor… Luego se puede hablar de los fundamentalismos. ¡Acaso no eran felices los nazis, no los son las mojas de clausura, no los son muchas personas que malviven en regímenes totalitarios pero que no por eso dejan de aplaudir a sus líderes, y no vemos a diario cometer fechorías a dirigentes de partidos políticos democráticos y que la camarilla les aplauden o hacen las vista gorda mientras que el militante de base los justifica con todo tipo de imaginarias invenciones? (Quizá por aquello de que más vale malo conocido que bueno por conocer).

 

El budismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es uno de esos paliativos, y no mejor que ninguno de ellos, y eso pese a que sus maestros y acólitos no le crean así. Baste apuntar que por ser un saber imaginario y cargado de falaz demagogia es tan lesivo para la inteligencia y para el espíritu como otro cualquiera, mientras que si se utiliza como medio terapéutico no funciona en ningún caso y por lo general empeora la enfermedad hasta el extremo que el sujeto, a imitación del que padece una psicosis paranoica, cree que en absoluto lo está y, por defecto, que los enfermos son los otros.

 

c) y yo paso un agradable ratito con la charla. 

Respecto a la tercera parte de la frase, esto es, a pasar un ratito agradable con la charla del lama Lobsang, el asunto es incluso más grave. Sirva indicar que algunas charlas afectan a las personas que por determinadas razones no las pueden analizar como se merecen. El negativo efecto que producen esas charlas es análogo al de escuchar o leer a individuos que acostumbran a enmascarar sus discursos ideológicos con un falso humanismo, discursos destinados a tocar la fibra sensible de la gente y en los que no faltan, por lo mismo, palabras como conciencia, absoluto, unicidad, plenitud, concordia, humildad, piedad, felicidad o Bien Supremo. Es igualmente conocido que los perjudiciales efectos de esas perversas y casi siempre aprovechadas charlas en los distintos registros del psiquismo no se dejan esperar. Esos nocivos efectos se ven animados por el masoquismo moral y la sugestionabilidad, siendo la transferencia (esto es, por la delegación de poderes del alumno al profesor, al que se le supone un saber sobre algo), la que sella un deterioro intelectual y moral frecuentemente irreparables. (Tal es la maldad, para el sujeto desprevenido, del Otro social).

 

II. Otros comentarios a las ideas del lama Tulku Lobsang

«No tendré hijos»

Tiene por bueno y saludable este lama de 36 años, originario de un pueblo del este del Tibet, y que reside en Austria, la retención del esperma. (Sí, Lobsang vive en la nación de Freud y lleva la contraria al primer psicoanalista). Y es que a diferencia de Freud, quien veía en la sociedad victoria una fuente de graves neurosis, entre otras cosas por la represión sexual cultural; el lama aplaudiría a un tipo de sociedad como aquella. (Pero quizá, no sé, todo sea porque Lonbsang sigue a pies juntillas el dicho de «Tener hijos para qué». O sea, para lo que les dejaremos mejor eximirse de esa tarea, con lo que, además, uno se evita las recriminaciones de su progenie).

 

¿Qué conocemos de la ideología política de Lobsang? 

Su fórmula es «Mejórate a ti mismo ¡y el mundo mejorará!». Pues bien, sabiendo cómo este lama tantrayana se mejora (sin eyacular, recitando mantras y con otras técnicas orientales), no creemos en absoluto que pueda mejorarse él y tampoco ni un ápice el mundo.

 

¿Y de la religión, qué nos dice?

Afirma Lobsang, a imitación de otros individuos encorsetados en espiritualismos parecidos, «No tengo religión: cultivo la compasión y la conciencia.»

 

En realidad, no es difícil imaginar que esa iba a ser esa su respuesta. Así es por ser común en personas inclinadas ante ideologías análogas, así como en otros no menos inquietantes personajes como son, por ejemplo, los acólitos de la llamada medicina cuántica. Unos y otros se pretenden postmodernos al unir, en ocasiones, ciencia y espiritualidad, –o mejor dicho, un discurso que de científico sólo tiene los conceptos que utiliza y cuya espiritualidad se jacta de haber superado las contradicciones de religiones tradicionales‒. En todos los casos, lo único que unen esos discursos es la demagogia pueril con la ignorancia más absoluta sobre lo que pretenden saber, por lo que ultrajan a la epistemología al mismo tiempo que violentan a la clínica y la ética.

 

¿Y en cuanto al conocimiento?

Lobsang tampoco alberga duda alguna en este asunto. La tradición tántrica es una vía de conocimiento que enseñó Buda. ¿Y qué enseñó Buda? Entre otras cosas que la fuente de conocimiento último y superior requiere de quien lo desea alcanzar dos cosas: no eyacular y sublimar la energía sexual mediantes técnicas psicofísicas, como la recitación de mantras, el yoga y la meditación. 

 

Tampoco en esto los budistas son originales. Sin necesidad de recordar a los filósofos griegos de la tradición moralista, para quienes ‒estoy hablando del siglo IV a.C.,‒ la renuncia al deseo era el camino que conducía a la felicidad o era ya la felicidad en sí misma; los padres de la Iglesia cristiana primitiva y todos los teólogos posteriores no se cansaban de repetir, no tanto que no había que eyacular como que no había que enamorarse de las cosas de este mundo, para de esa manera guardar todo el amor y dedicación al Altísimo.

 

¿Qué es un lama?

No sólo quien no eyacula es lama, sino que es lama quien nace lama. Nace uno lama porque un oráculo así lo afirma. (Lo que no nos dice es quién habla por boca del oráculo). Luego, si uno se cree que es lama, se formará con diferentes lamas para conseguir retener el esperma y sublimar la energía sexual mediante las prácticas orientales conocidas. Del conocido mantra ooommm-mmmooo, se afirma que es beneficioso por sus vibraciones, las cuales sosiegan la mente, mientras que de otros se dicen mil cosas pues hay un mantra para cada cosa que se quiere obtener, lo cual no deja de ser contradictorio con la ausencia de deseo que proclama el budismo como sinónimo de felicidad. Es lógico que más allá de la demagogia, ningún budista presente el saber que han logrado sobre el sujeto humano, el mundo, la sociedad o la política. Es cierto que algunos se atreven a hablar. Son los que no se sonrojan ante el más hiperbólico de los patetismos, gente en ocasiones sin escrúpulos que, como suele ser frecuente en la historia de los hombres, se aprovechan de la ignorancia, buena fe y/o la desgracia de las personas.

 

¿Y la muerte, qué es la muerte?

Nada que preocuparse para un lama, pues aseguran que es una meditación profunda, y como toda meditación conduce a la iluminación. (Digo yo que será por esa experiencia que dicen tener algunas personas que han estado en las puertas de la muerte, y que relatan que vieron una luz, una iluminación).

 

Girona, 24/09/2013

José Miguel Pueyo