España en el diván, de Enric Juliana, y otras cuestiones sobre el Proceso Político en Catalunya

 

El miércoles 19 de marzo tuvo lugar en el salón Real del Casino de Madrid, la presentación del ensayo del periodista catalán Enric Juliana Ricart, (Badalona, 1957), España en el diván. De la euforia a la desorientación, retrato de una década decisiva (2004-2014). Ediciones RBA. Barcelona: 2014.

Lejos de ser una presentación convencional de un libro, el acto fue un singular encuentro (incluso reencuentro) de muchas personas e ideas. El autor estuvo acompañado por Màrius Carol, director de La Vanguardia, y por la periodista Montserrat Domínguez, quienes, en calidad de moderadores del evento, glosaron en términos muy elogiosos al autor y su obra.

 

Conocedor de lo que se ha dado en llamar «madrileñidad», Enric Juliana no omitió la tensa relación entre el Estado Español y Catalunya. Y lo hizo ante un público heterogéneo y muy numeroso (alrededor de trescientas personas), y sin duda excepcional para un acto de esa naturaleza. Entre los asistentes se encontraban los ministros Jorge Fernández Díaz y José Manuel García-Margallo; tres secretarios de Estado, José María Lassalle, José Luis Ayllón y Carmen Martínez de Castro; el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada; los embajadores de Italia, México, Colombia, entre otros; políticos como el hombre de CiU en Madrid, Josep Antoni Durán Lleida, Ramón Jáuregui (PSOE), Irene Lozano (UPyD), Jordi Xuclà (CiU) o Eddy Sánchez (IU); así como Javier Godó, conde de Godó, y su hija, Ana Godó; y tampoco faltaron, Javier Ayuso, jefe de prensa de la Casa Real, Manuel Campo Vidal, Soledad Gallego-Díaz, Rafael Ansón y Carles Casajuana, y otras personalidades igualmente conocidas.

 

Dos o más observaciones

La primera concierne a la aludida «madrileñidad». Sin duda este significante, «madrileñidad», hace pensar en un conocimiento de lo que acontece en Madrid respecto a Catalunya, y viceversa, conocimiento que sin duda Enric Juliana posee. Más eso no es suficiente. Me pregunto yo sobre la posible relación política entre los gobiernos de Aznar (Partido Popular) y los del Sr. Puyol, y también de los de Felipe González (PSOE) y los del Sr. Puyol, me pregunto yo por una relación, quizá no ajena a asuntos tan graves como los de Banca Catalana, asunto que, a juzgar por las noticias aparecidas en su día, eran de tipo económicofiscal. Tal vez estas cuestiones, que algunas personas insinuaron como «compra de votos y favores mutuos», vean la luz algún día para el mejor hacer y credibilidad de nuestra democracia, y con ello, también, para que la ciudadanía, de Madrid y la de Catalunya, me permito expresarse así, vean de qué modo el semblante, o sea, la ética con la que se llenan la boca algunos políticos es eso, puro y en esta ocasión deleznable semblante.

La segunda observación es de menor calibre que la primera, y tiene que ver con la consideración de Màrius Carol sobre Procés Polític a Catalunya, y de la que me atrevo a decir que Enric Juliana no le pondría ninguna objeción: «De poco sirve el catálogo del miedo, si no hay propuestas desde el afecto». Del catálogo del miedo se ha dicho, al menos en Catalunya, que es «una fábrica de hacer independentistas». Pero del mismo modo que la política del miedo podría producir nuevos soberanistas, quizá sea así cuando el miedo no se materializa, como recuerda un amigo mío en un agradable y distendido almuerzo. Y es que este amigo es de los que piensan que no es fácil saber qué ocurriría si al miedo lo acompañase la «fuerza», sea económica y/o política.

 

Por otra parte, en la oración subordinada («si no hay propuestas desde el afecto»), cabe destacar la palabra «afecto». Entiende mi amigo que conviene hacerlo así al menos porque no todos los partidarios de la secesión de Catalunya del Estado Español lo son por motivos económicos. Cierto es que hay quien no se cansan de repetir que «España les roba», pero hoy más que nunca un afecto contenido durante décadas, incluso siglos, conmueve a muchos catalanes contra lo español. Explica mi amigo, –en el mismo almuerzo–, que lo de la «pela es la pela» y el «pactismo» han dejado hoy su lugar al retorno de lo reprimido en un afecto común. Sobre la cuestión del afecto, mi amigo entiende que tiene en común con la ideología la impotencia de las razones para torcerlo, tanto más si las razones caen del lado de las racionalizaciones, que por serlo constituyen coartadas que refuerzan y/o ocultan el afecto que las determina.

La segunda observación atañe al título del ensayo, España en el diván. Los lectores de Enric Juliana conocen que este periodista catalán reconoce la realidad desde la óptica histórica, sociológica y política; y tampoco ignoran que como en sus anteriores libros, el autor de España en el diván desvela en éste asuntos de esa naturaleza que conciernen al ámbito del poder. Siendo ese el carácter de los análisis que Enric Juliana presenta en sus trabajos, opino con mi amigo que dan a leer relaciones sociopolíticas complejas e incluso ocultas y/o distorsionadas, y es admisible concluir, por tanto, que este periodista, como suele acontecer en el ensayo periodístico, apela en no pocas ocasiones a la necesidad de entendimiento y regeneración política por esa vía.

 

España en el diván no es un psicoanálisis aplicado a España, o para decirlo en términos de otros tiempos, no es un psicoanálisis de España. Me referí a ello al señalar que la realidad es vista por Enric Juliana desde la óptica histórica, sociológica y política, por ejemplo. ¿Qué podría hacer un psicoanalista respecto a las cuestiones que ocupan a Enric Juliana y a otros periodistas? Un psicoanalista podría tratar el procés polític a Catalunya desde la apuntada perspectiva, podría, por lo mismo, aplicar conocimientos e ideas, suyas o ajenas, a fin de dar luz a la llamada Cuestión catalana. Pero desde su perspectiva teórica y por haber pasado por el diván, el resultado debería ser distinto. Es esta segunda singular circunstancia la que introduce una diferencia crucial entre los diferentes tipos de análisis. El psicoanalista no puede obviar lo que la experiencia psicoanalítica le ha enseñado durante los años que ha asociado en el diván, básicamente que su deseo (ideología, voluntades) no deben interferir en el análisis de una situación y/o de un persona. Por consiguiente, lo que se conoce como «deseo de un psicoanalista» es aconsejable que quede al margen a favor del «deseo del analista», donde «del analista» atañe a la ética del deseo, ética diferente a la de «un psicoanalista» pero habitualmente también a la de un periodista, un politólogo, un filósofo, etc., etc., ya que la ética del psicoanálisis nada tiene que ver con la tradicional ética de los ideales y/o de los bienes.

 

De la corrupción 

No se puede estar más de acuerdo con quien advierte que la corrupción, en las diferentes facetas que caracteriza a lo público y lo privado, no se soluciona con los consejos de la ética de los ideales, los mandamientos de la religión, las normas de la pedagogía, la separación de poderes y/o los cambios legislativos.

 

Esas estrategias, si bien necesarias, –como acertadamente comenta mi amigo–, se han relevado insuficientes. La historia recuerda que poco o nada pueden esas medidas contra los avatares de los fallos de la Función-del-Padre en el tiempo del complejo de Edipo, es decir, frente a los fallos de esa función que conforma la subjetividad de cada uno de nosotros, que es tanto como decir nuestra manera de ser en el mundo y la elección de objeto sexual.

 

Pese a esa evidencia, algunos intelectuales y políticos, versados en no sé cuantas materias y hablando varios idiomas, sobremanera en nuestro país, ignoran absolutamente las claves de la conformación de lo humano y el sentido de los objetos que pueblan el mundo; mientras que los mismos y algunos docentes entienden poco y por lo general mal qué es el psicoanálisis, y no que decir tiene del método clínico que, por ser congruente con la condición humana, puede cercenar la malsana inclinación del sujeto humano a traspasar el principio del placer en su inveterada añoranza del goce-Todo, ya sea en la renuncia más pueril y masoquista o en la transgresión de la ley.

Se conocen las hazañas de los émulos de Julián Muñoz y Juan Antonio Roca (en la operación Malaya), Francisco Correa y Luis Millet (en la operación Gürtel) Fèlix Millet, Bernard Madoff (estafador de Wall Street), Magdalena Álvarez (ministra española de Fomento de 2004 a 2009; diputada en el Parlamento Europeo desde las elecciones del 7 de junio de 2009 hasta su nombramiento como vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones; y diputada del PSOE en el Congreso de los Diputados por la provincia de Málaga y Consejera de Economía de la Junta de Andalucía), Lance Armstrong (siete veces campeón de Tour de Francia, casi siempre gracias al dopaje), etc., etc. Quizá estos y otros individuos no hubiesen cometido sus fechorías, verían las rejas desde la calle y no habrían sido desposeídos de un poco al menos de lo que indebidamente se apropiaron, si hubieran hablado en el diván del psicoanalista. No fueron los genes, y tampoco el ambiente, sino el Otro (con mayúscula, nombre lacaniano del inconsciente) el que inclinó a Albert Fish, a Fèlix Millet, a Bernard Madoff o a Lance Armstrong a cometer sus crímenes, común al narcisismo que a diario arruina vidas y reputación. ¿Y los políticos, qué cabe decir de los políticos? Recuerdas al dueño del blanco y magnífico Imperioso, –añade mi amigo–, me refiero, –prosigue– a aquel hombre que le sobraban no sólo kilos, pues era conocido por su sibilino vocabulario, el populismo y por ser tan desaprensivo como pendenciero. (Tal era el antiguo alcalde de Marbella, el difunto Gil y Gil. ¿Mas qué decir del ex banquero Mario Conde, y, cómo no, del mencionado ex tesorero del Partido Popular Luís Bárcenas, o del ex presidente de la Patronal del Trabajo, Gerardo Díaz Ferrán, o de la también mencionada Magdalena Álvarez? Vaya patas para un banco, agrega mi amigo con gesto de disgusto.

Antes dimitirá el diablo que un político, al menos en este país

Así es, y por avieso que fuese su delito, –enfatiza mi amigo–. Algunos de ellos –le respondo– están en la cárcel, y allí quizá piensan que lo podrían haber hecho mejor, sin duda para que los pillasen; y no se conoce menos que los poderosos pueden demorar esa imprevista vicisitud. Sin embargo, mi amigo tiende a recordar a Maria Miller, ministra de cultura británica, quien dimitió por facturar gastos parlamentarios por valor de 7000 euros para su casa, y ello a pesar de que la investigación concluyó que no hubo mala intención. Y antes lo hizo el ministro de Defensa alemán, Karl Theodor zu Guttenberg, 39 años, por haber plagiado algunos párrafos en su tesis doctoral.

 

Aquí, en España, la tentación de engordar los currículos con títulos inexistentes no es inhabitual. Sonado fue el caso de Luis Roldán, quien se atribuyó la condición de economista cuando fue nombrado director general de la Guardia Civil, en 1986; y esa mentira no fue la menor. En la biografía de otro político, Tomás Burgos Gallego, exsecretario de Estado de la Seguridad Social, que figuraba en el año 2012 en la página web del Congreso de los Diputados, se leía «Medicina y Cirugía. Universidad de Valladolid», que podía ser interpretado como que este señor estaba licenciado en medicina y cirugía por la Universidad de Valladolid, cuando no era médico, aunque él no lo desmintiera. En cuanto a la vicepresidenta del Govern de la Generalitat, Joana Ortega, nadie le dijo nada cuando se vio obligada a retirar de su currículum el título de psicóloga, y a diferencia de lo que ocurre en otros países y parlamentos, lejos de dimitir sólo pidió disculpas en sede parlamentaria, en facebook, en twitter y en su blog personal. Del diplomático Francesc Vendrell se dijo que aparentaba tener estudios en Teología, quizá porque así lo pensaba por haber pasado fugazmente por el seminario; mientras que la exministra socialista Carmen Chacón, se atribuía un doctorado en Derecho, cuando sólo era licenciada. Mi amigo, haciendo gala de una memoria singular, recuerda que en una Conferencia-Coloquio organizada por el Centre d’Estudis Freudians de Girona, un miércoles, 27 de noviembre de 2013, sobre El procés polític a Catalunya. Cultura, filosofia i psicoanàlisi, uno de los ponentes, el Sr. Defez, profesor de filosofía en la UdG (Universitat de Girona), espetó sin empacho que «prefería que le robasen los de casa que los de fuera», haciendo referencia así a la no menos prejuiciada afirmación de las personas en Catalunya que arguyen que «España les roba», y el mismo profesor de la UdG no se abstuvo de la boutade «en una Catalunya independiente habría ladrones y corruptos». Tales enconados sentimientos privan de todo discernimiento, entre los que no faltan personas con responsabilidades políticas, y siempre a los que no tienen otra guía para sus vidas que la ideología y, por lo mismo, se muestran ajenos a los descubrimientos epistemológicos y a la ética del psicoanálisis.

Una pequeña aclaración para ser justos. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) citó a declarar, como imputado, al diputado de Ciutadans Jordi Cañas, quien había asumido su compromiso de renunciar a su escaño en el Parlamento Catalán si eso ocurría. Tras conocer la decisión del tribunal, Cañas ha anunciado en rueda de prensa en la cámara que abandona su escaño. El 15 de mayo declarará por un presunto delito de fraude a Hacienda. Cañas es el primer parlamentario catalán que dimite tras ser imputado por la justicia, mientras que otros partidos tienen en sus filas uno o dos diputados imputados pero, pese a ello, se mantienen en sus escaños. La postura de Ciutadans contrasta con la de Convergencia i Unió (CiU) y el Partido Socialista de Catalunya (PSC) que han permitido a sus diputados imputados permanecer en la cámara. Se trata de los convergentes Oriol Pujol y Xavier Crespo (CiU) y de los socialistas Daniel Fernández y Cristófol Gimeno. CiU y PSC defienden al unísono que un político debe dimitir si acaba siendo juzgado pero no antes. Artur Mas, presidente de la Generalitat, y Pere Navarro, líder del PSC, comparten la medida, recogida incluso en el caso de los socialistas en un documento elaborado por la fundación del partido.

Enric Juliana, ¿un periodista moderado?

¿Y de serlo, sería algo reprobable? Enric Juliana subraya «que una corriente sociopolítica es fuerte cuando tiene diversas intensidades, y que eso es hoy la fuerza del catalanismo.»

 

Estoy con mi amigo en que este periodista catalán conoce las intensidades, fluctuaciones de sensibilidades, y puntos de vista en el catalanismo, y que conoce también que el catalanismo está hoy representado por diferentes partidos políticos en el arco parlamentario catalán, entidades sociales y culturales, y por muchos catalanes de distinto signo político y condición social; que sabe también que un punto común es el derecho a decidir y la secesión; mientras que no son menos catalanes los que en Catalunya no están a favor de la consulta y/o referéndum y del soberanismo. Son muchos los que saben que Cataluña es plural, que no existe unanimidad respecto al derecho a votar y en la secesión.

 

¿Pero hay catalanistas y catalanes (o sea, los otros catalanes, como dice mi amigo)? Enric Juliana pregunta a sus críticos que «cuando un periodista catalán presenta un libro delante de 300 personas en el viejo Casino de Madrid, con una presencia significativa del PP, pero también de otros partidos políticos españoles, y afirma que Catalunya es una nación y que todo pacto habrá de construirse sobre ese reconocimiento, ¿es un moderado en fuera de juego, un miedoso que procura que no le hagan mal?»

Del supuesto comedimiento a la separación

La defensa de Enric Juliana, de ser tal, –asiento con mi amigo–, es innecesaria; por otra parte, yo soy de los que creen que la moderación no es un vicio deleznable. Ocurre, según mi amigo, que para algunos sectores del catalanismo (quién sabe sin excepción), la moderación en el derecho a decidir y en la secesión es un signo de colaboracionismo con el Estado Español. (Y a esos individuos se les apoda «botiflers», recordando a los partidarios de los felipistas o borbónicos, o sea, los partidarios de Felipe V durante la Guerra de Sucesión Española). 

  

(Mi amigo me invita a dejar la mesa, por lo que retomaremos este punto, sin duda, en otro momento).

 

Girona, la noche del 21 de marzo de 2014.

José Miguel Pueyo