Madame Bovary, o el desesperado intento de poner palabras al sufrimiento humano

Desde la société du spectacle, expresión acuñada el año 1967 por el teórico de la cultura GuyDebord para definir una de las características de la posmodernidad, no sin la medicalización del malestar, permite hacer otra lectura de Madame Bovary. Su puesta en escena, de la mano en esta ocasión del multipremiado realizador Ángel Alonso, y brillantemente interpretada por la actriz tarraconense Belén Fabra, muestra, entre otros asuntos no menos interesantes, el desesperado intento de dar voz a aspectos candentes de los malestares que afligen a los seres humanos.

Madame Bovary, fue representada el pasado 5 de noviembre en la Sala La Planeta, de Girona, como parte de la XXVI Propuesta de Teatro Independiente, como un retrato realista, también feroz pero elegante, de una mujer ilustrada, seductora y rebelde frente al moralismo de la Francia del siglo XIX. Es conocido que Gustave Flaubert (Ruan, Alta Normandía, 12 de diciembre de 1821 - Croisset, Baja Normandía, 8 de mayo de 1880) dio a la luz en esta obra algunos de los rasgos más íntimos, ignorados y censurados del alma femenina, como el amor, el sexo, las fantasías, los miedos y las frustraciones. Un escenario minimalista, cubierto con telas rojas, un sofá sobre el que hay unas botas de caballero, muebles de distintos tamaños, un perchero, una mesa y dos sillas, son el marco para que Belén Fabra muestre cómo se puede llevar todo el peso en una adaptación de la obra del genial escritor francés.

No creo baladí la pregunta por el sentido actual de la obra de Flaubert, inicialmente publicada por entregas en La Revue de Paris desde el 1 de octubre de 1856 hasta el 15 de diciembre del mismo año. Esta cuestión impone dejar de lado la valoración prejuiciosa sobre el adulterio. A la popularización de aplicaciones como Tinder, Meetic, Happn, Badoo, eDarling, Muapp, Adoptauntio, Bumble, OkCupid, o Ashley Madison, y por el hecho de que no pocos de sus usuarios son personas casadas o con pareja formalizada, puede seguirle la interrogación sobre la necesidad de otra mujer u otro varón en la época contemporánea. Tampoco cabe excluir del análisis de esta cuestión la violencia de género, gravísimo problema al que se han dedicado en España 160 millones de euros en los últimos 5 años, y menos aún la penosa situación de la mujer en países como la India, en el que se violan y matan a miles de mujeres cada año.

El teatro ha perdido, – si es lo que tuvo alguna vez– la función catárquica que imaginó Aristóteles (Estagira, 384 a. C. – Calcis, 322 a. C.). La palabra catarsis fue utilizada por el discípulo de Platón en su Poética para definir la tragedia como purificación de todas la esferas del ser, por lo que el efecto catártico consistiría en experimentar la compasión y el miedo (eleos y phobos), afectos con los que los espectadores de la tragedia purificarían el alma de las pasiones adversas. La impotencia terapéutica de la catarsis va acompañada de la ausencia del debate sobre la misma en ámbitos de información de masas, también respecto a los beneficios de la escucha y la interpretación psicoanalíticas, así como de las causas de los síntomas de la postmodernidad. Indico así que el Otro político-cultural de la época la que nos ha tocado vivir, caracterizada por la hiperinformación y la democratización del saber merced a internet se constata la desaparición de revistas culturales, el auge de la publicación de libros de autoayuda que aportan consejos obsoletos y desorientadores para el malestar, la proliferación de programas de televisión que presentan el sufrimiento a modo de espectáculo, el deterioro del sentido político y social, la competencia salvaje… aspectos que obstaculizan la interrogación sobre la condición humana y el sentido y función de los objetos que oferta el mercado de consumo. En este contexto, la heroína de Flaubert reivindica la puesta en palabras del malestar (la obra se sustenta casi exclusivamente en el monólogo de una extraordinaria Belén Fabra), en contraposición a la impulsividad irreflexiva del goce autista que los discursos prioritarios en nuestros días propician. Pero lo destacable, también en esta ocasión, es que las palabras son a pura pérdida si no van acompañadas de la escucha y la interpretación psicoanalíticas.

La obra de un Flaubert sobrecogido por la sintomatología de la histeria y aun el deseo femenino, del que intuyó aspectos esenciales, presenta toda su fuerza al ser leída desde los descubrimientos psicoanalíticos. Se subvierte así la imaginarización peyorativa y pesimista de lo que es la mujer, vigente en la época que vivió el novelista que infructuosamente buscó le mot juste, del mismo modo que pone en cuestión el efecto catártico de la palabra, tanto más cuando la palabra por sí sola puede ser el arma de la ideología y sugestión, todo lo contrario, por tanto, a la disolución de los síntomas correlativa a la modificación del posicionamiento subjetivo que propicia el dispositivo psicoanalítico, presidido por el deseo de no engaño y menos dominio que caracterizan al psicoanalista. Estos y otros aspectos históricos y estructurales, dicho sea de paso, están magistralmente recogidos y desarrollados en La histeria. Del discurso del amo al discurso del psicoanalista, y también en el último libro del Dr. José Miguel Pueyo, La otra escena de la corrupción. Familia y sociedad en el destino personal: Jordi Pujol y Soley.

 

Girona, 6 de noviembre de 2016

Jordi Fernàndez