Cháchara de una monja budista, y algo más

 

En el bla, bla, bla, en la cháchara aparentemente intrascendental, en la conversación o en el gesto supuestamente trivial o cotidiano, la clínica psicoanalítica enseña a reconocer el deseo inconsciente que rige la existencia de una persona, el deseo que está en la causa de lo que piensa, dice y hace; y enseña asimismo que ese deseo, que como acabo de indicar determina cuanto piensa, dice y hace, le es a esa misma persona absolutamente opaco, tanto como el sentido y el goce de ese deseo. (Ocurre exactamente igual en el síntoma y en el lapsus).

 

De ahí que en lo que dice la monja budista Karma Lekshe Tsomo se pueda leer algunas identificaciones que marcan, no pocas veces a fuego, la vida de las personas, así como un aspecto al menos de su deseo, y cómo ese deseo la llevó a abrazar la nada original filosofía budista.

 

El descubrimiento psicoanalítico de la opacidad del deseo (cabe conjeturar que no es de otra manera en Karma Lekshe Tsomo), es tan remarcable como la evidencia de que todo, aun lo más insulso e ideológico, está dispuesto a la lectura psicoanalítica, para la lectura que da luz al deseo inconsciente, al deseo que determina las pasiones más bajas y las más sublimes, siendo la acción del psicoanalista la que invita a la asunción de la responsabilidad de esa causa inconsciente.

 

Por otra parte, del mismo modo que la disolución de los síntomas conocidos tiene en la intervención psicoanalítica su condición, cabe subrayar asimismo que una persona, el analizante, tiene la posibilidad de convertirse, merced a esa singular acción, en una persona auténticamente autónoma, liberada también del narcisismo del ego, de trasnochadas ideologías y de la falsa humanidad que ofertan, sin duda sin saber sus lesivos efectos, algunas disciplinas. Es conocido que entre esas disciplinas se encuentran las filosofías morales de la antigua Grecia y las religiones del Libro, pero también la filosofía que comanda la vida de Karma Lekshe Tsomo. De ahí que del loable deseo de «transformar el mundo… mediante el trabajo del despertar como liberación de todas las emociones destructivas», no queda decir, en primer lugar, que como aquellos otros saberes, no ha podido superar el ideológico y morboso procedimiento práctico de la renuncia del deseo, y que la historia no deja de recordar lo vano de sus ideas, procedimientos y técnicas.

 

El doctorado como ideal

Profesora de Religiones Comparadas en la Universidad de San Diego (California), con sus 68 años Karma Lekshe Tsomo no esconde su satisfacción de haber conseguido ser Doctora en Filosofía Budista. Sin entrar en la idoneidad de ese título y para no reiterarme en las limitaciones intelectuales que se derivan de asumir un discurso filosófico de esas características, sin duda puede resultar curioso que una monja budista se complazca en ese mundano ideal. ¡Pero acaso la filosofía budista no sostiene que el requisito de la felicidad es desprenderse de todo goce, y que el acólito debe operar una identificación al vaciamiento (también de saber) en aras a la purificación del espíritu y para conseguir una sociedad más justa!

 

Sin embargo, nada hay de extraño en este asunto, amigo lector, ya que cuando la vida intelectual está hipotecada en filosofías, doctrinas y saberes de esa índole lo único que el sujeto desprevenido tiene asegurado, al menos en muchos casos, es la desorientación intelectual y la renuncia de los principios, también morales, en los que empeñó su salvación y/o un feliz paso por este mundo.

 

La identificación

Que el Yo es un conjunto de identificaciones, y que el sujeto humano, por consiguiente, viste el traje de un arlequín confeccionado por la Función del Padre es conocido desde Freud. Karma Lekshe Tsomo lo ejemplifica al confesar que «creció en una familia adinerada en la que su hermano era el rey… su madre era una cristiana fundamentalista y su padre un capitalista profundo», y que consideró que «Ninguna de esas opciones era para ella. Tuve experiencias maravillosas y conocí a mucha gente, pero sentía que a mi vida le faltaba algo.»

 

Pues bien, si el padre de Karma no la deseaba como ella quería ser deseada, quizá Buda sí, debió pensar aquella joven. Quizá Buda sí, más incluso por tratarse de una entelequia que, por serlo, puede responder al deseo de una mujer, también del varón, pues ambos pueden anhelar un objeto de suture la carencia estructural del deseo, un objeto, en fin, que tapone la falta de la insatisfacción, que los complete, en fin, al modo del andrógino platónico. Y para mejor reforzar ese deseo, la joven Karma, como antes Buda (Siddharta Gautama, Lumbini, siglo V-IV a. C., hijo de rey que abandonó su vida ociosa y los placeres mundanos para abrazar el más humilde ascetismo), lo abandonó todo. En efecto, a imitación de Buda, Karma, con apenas 19 años, abandonó, en esta ocasión, la buena vida del adinerado capitalista, el surf, los viajes de relax, los amigos, pero también a su hija (de la que dice que no la vio en muchos años, y a la que ubica en casa de unos buenos amigos).

 

Freud fue el primero en advertir que el amor al padre responde habitualmente a la falta ontológica, o sea, a la carencia estructural que en su ser experimentan algunas mujeres. («Sentía que a mi vida le faltaba algo», confiesa Karma). ¿De qué se trata? Todo parece indicar que nos encontramos ante un ejemplo paradigmático de una carencia imaginaria, imaginaria, en esta ocasión, porque en lo real del cuerpo de la mujer nada falta. Sin embargo, la premisa universal del falo, esto es, que en el inconsciente sólo exista un significante para la diferencia sexual (o si se quiere que no exista el significante mujer, con lo cual esa instancia psíquica esencial y fundamental del ser humano es tan homosexual como misógina, y no el psicoanálisis que es la disciplina clínica que hace ese descubrimiento), explica que algunas mujeres se empecinen (y no sólo ellas), por esa razón y por un déficit de la normativizante Función del Padre, en el deseo de obtener lo que no les falta, ya sea insistiendo en el deseo de tener el agalma (falo) en esa metáfora del mismo que es el hijo (conocemos que en Karma no funcionó esa salida), compitiendo con el hombre, haciéndose víctimas de él y/o con cualquier otro objeto que le ofrezca la cultura. Creo no equivocarme al apuntar que Karma Lekshe Tsomo es de esas personas que imaginan que existe un padre mejor y más bondadoso, un padre, que, por esas anheladas características, no padece la impotencia de otros, pues imagina que Buda puede darle lo que otros padres niegan a sus hijos. Es como si el deseo del Otro, esto es, el deseo del inconsciente de Karma, no le hubiese dejado otra salida que pensar que existe un padre capaz de ofrecer el don que su verdadero padre le había negado.

 

Trátase aquí, en esta primera aproximación al deseo, al goce del Otro y sus efectos, de una esperanza vana de un deseo infantil no resuelto, y que el mercado de la cultural intenta paliar desde épocas inmemorables con los morbosos lenitivos a los que se refiere Freud en El malestar en la cultura, 1930.

 

Girona, 19/07/2013

José Miguel Pueyo