Deconstruyendo el TDA-H con Los Sopranos

«El TDA-H es un trastorno controvertido», le dice la psiquiatra Jennifer Meli (Lorraine Bracco, 1954) a su peculiar paciente, el mafioso Tony Soprano, interpretado por el malogrado James Galdonfini (Westwood, New Jersey, 1961- Roma, 2013).

 

Desde esa controversia se puede tratar el Trastorno de Déficit de Atención (TDA-H) a partir de la ficción, concretamente de una de las series televisivas con mayor éxito, Los Soprano (1999-2007), del guionista, director y productor de televisión estadounidense David Chase (Mount Vernon, NY 1945), y realizada para la cadena de televisión por cable norteamericana, HBO.

En el capítulo siete de la primera temporada, titulado Come Back a Down Neck, el hijo adolescente del protagonista, Anthony Soprano, junto a dos amigos, roban el vino de misa de la iglesia de su colegio privado. Tras su hazaña, asisten borrachos a una clase de gimnasia y acaban, como era de prever, vomitando algo más que lo robado.

 

La siguiente escena es una reunión de los padres de Anthony, con el director de la escuela y un psicólogo. Tony Soprano, el padre, aparentemente avergonzado, pide perdón y concluye que está dispuesto a pagar el vino sustraído. Carmela Soprano, la madre, se muestra compungida y se duele porque han expulsado a su hijo tres días de la escuela. Mientras que las autoridades de la escuela, en razón de su ideología, se presentan consternadas por tan sacrílega profanación.

En ese instante aparece en escena el psicólogo. El experto afirma que el comportamiento del joven Anthony quizá no sólo sea reprobable y punible, pues en su causa puede haber un Trastorno de déficit de atención (TDA-H). El psicólogo, que es (re)presentado como asertivo y empático, define positivamente al adolescente y manifiesta que, en razón de ese trastorno, resulta lógico que tenga problemas para asumir las normas sociales. El director de la película presenta un primer plano del padre del joven Anthony, el mafioso Tony Soprano, inquieto, tal vez para que el espectador reconozca que a quien le cuesta seguir las reglas sociales y de todo tipo es al padre, un padre al que el hijo se habría identificado. En cuanto a la madre de Anthony, en un principio cree en el síntoma, afirmando que intuía lo peor. En realidad, el padre de Anthony, no acepta el diagnóstico, tampoco los test que supuestamente lo discrimina. Su esposa le recrimina su actitud y argumenta que no se comportaría así si su hijo tuviera la polio. La incredulidad y la sorpresa de la noticia se cierran ante la contundencia e indiscutible argumentación de comparar el TDA-H con una enfermedad biológica. « ¿Pegarías a alguien que tuviera la polio?» La pregunta final de esta escena es una muestra de la sustracción de responsabilidad que supone categorizar un trastorno como enfermedad médica. Si es una enfermedad ¿qué podemos hacer? La pregunta exacta del padre mafioso es ¿qué podemos hacer nosotros (los padres), si no podemos zurrar al hijo? Queda claro que el padre, pese a ser un mafioso, no se atrevería a zurrarle a su hijo. La pregunta nos ubica en el tránsito del padre tirano al padre desorientado que pierde la autoridad delante del saber científico del psicólogo, una de tantas metáforas de la deflación de la función del padre en la posmodernidad. El psicólogo propone una evaluación continuada de Anthony, a partir de diferentes test. Los guionistas muestran así la obsesión de medir y describir de la psicología cognitivo conductual, aspectos clínicos que categorizan en función de la inatención, la impulsividad y la hiperactividad.


El capítulo muestra a continuación la problemática del acto del adolescente en una comida familiar. La escena permite conocer aspectos interesantes de la novela familiar y del padre de Anthony, como, por ejemplo, que en su juventud se comportaba del mismo modo que su hijo.

Los padres de Anthony castigan a su hijo con tres semanas sin videojuegos, televisión, patines e internet, además de la obligación de tener que ir a visitar a su abuela. Anthony se rebela, llora y afirma que todo aquello es injusto. Tony Soprano habla con su esposa y le comenta que lo que afirma el psicólogo sobre su hijo él nunca lo vio. Tal es la discordancia entre la realidad subjetiva y el imperativo del amo que ostenta el poder del experto. Tony Soprano acude entonces a la habitual cita con su psiquiatra. Le comenta lo que sucede con su hijo, que se siente perdido, y que no sabe si se trata de una enfermedad o simplemente de una chiquillada. Habla de la relación con su padre, de cómo se sentía excluido, cómo temía, odiaba y respetaba a su progenitor. Por momentos parece aceptar la enfermedad de su hijo. Incluso, más tarde, comenta lo ocurrido con sus amigos, y concluyen que es difícil tener hijos en su época y sobretodo protegerlos. Contrariamente, su esposa se siente culpable y busca en la literatura especializada algún signo que ponga fin a tantas incertezas. ¿Qué hace Anthony? Sigue haciendo test psicológicos, y en la última entrevista con el psicólogo, éste describe sus características: no tiene problema de aprendizaje, tiene buena función cognitiva, inteligencia en aritmética, lectura, está bien de salud. Sin embargo, los resultados de los test sobre el TDA-H indican que Anthony tiene 5 síntomas de los 9 del estándar, cuando el diagnóstico concluyente es de 6/9. Fantástico golpe de efecto de los guionistas que nos muestran más aún lo absurdo de la categorización de los trastornos y la dificultad de querer encasillarlos en un listado marcando una línea a partir del cual podemos hablar de trastorno o de supuesta normalidad. Los síntomas que muestran los test son:

 

1. A Anthony le cuesta esperar su turno.

2. Actúa acelerado.

3. Interrumpe a los demás.

4. Juguetea con los pies y las manos…

(Aquí interrumpe el padre preguntando cómo se define juguetear).

Los guionistas muestran la impotencia de la psicología cognitivo conductual para definir los trastornos que construye y, por supuesto, de descubrir sus auténticas causas, el origen del malestar de este o aquel sujeto. Se mueve entre hipótesis, con teorías basadas en estudios estadísticos y especulaciones observacionales. Todo ello con un sólo referente a la hora de categorizar los trastornos psíquicos. Me refiero a las distintas versiones de un manual que no les pertenece por ser psiquiátrico, el DSM (The Diagnostic and Statiscal Manual of Mental Disorders), y el CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades).

El déficit de atención tiene una histórica relación con la hiperactividad. Ante la imposibilidad de encontrar una definición concreta y acertada, todo gira en torno a un trastorno que se presenta desde los primeros años de vida y que es caracterizado por la incapacidad para controlar el nivel de actividad motora, mantener la atención voluntariamente en determinadas actividades y la imposibilidad de determinar qué estímulos externos son relevantes o no, y la dificultad para reflexionar antes de actuar. Todo se complica al relacionar este trastorno con otros como la hiperactividad (TDA-H), dificultades de aprendizaje (DEA), trastornos de conducta perturbadores como el trastorno disocial (TD), negativista desafiante (TND), déficit de memoria, lingüístico, etc. Las últimas investigaciones psicológicas se refieren a las causas principalmente como neurológicas, por dificultades y/o carencias de la actividad funcional del cerebro. La psicología ha abandonado por completo las ciencias sociales y humanas rindiéndose al discurso del amo de la estadística, pero también a la «ciencia de las ratas» como definía el filósofo Michel Foucault a la psicología cognitivo conductual. Esa psicología, no menos que la Gestalt, ignora todo acerca de la estructura del sujeto, del inconsciente, de la importancia fundamental del complejo de Edipo y la Función del Padre, por tanto, desconoce todo acerca de cómo se conforma la subjetividad, y de la influencia de los deseos del Otro familiar y el Otro sociopolítico, en fin, desconoce la importancia del lenguaje y todos y cada uno de los descubrimientos psicoanalíticos. 

Los síntomas de los llamados trastornos de déficit de atención existen. Pero lo fundamental y esencial es averiguar sus causas, fundamental también para tratarlos adecuadamente. Es de todo punto necesario tener en cuenta que los síntomas del TDA-H acontecen en la sociedad postmoderna. Se trata de una sociedad, la nuestra, que propicia las actividades, tal como queda claro en el volumen de tareas extra escolares a las que quedan sometidos los niños, el ocio estructurado que marca el ritmo del tiempo libre, las competiciones deportivas, los acontecimientos festivos continuados, etc., etc., etc. ¿Cómo librarse entonces del Otro familiar y sociocultural, cómo no asumir-identificarse a lo que el Otro superyoico propone? Nuestros jóvenes se incorporan rápidamente al mercado de la cultura, asumen, por tanto, la oferta de la sociedad de consumo. No son pocos los que se consumen en el consumo, y como acertadamente no cesa de repetir el doctor José Miguel Pueyo, se reconocen en la estructura histérica, una estructura psíquica que suele elevar los síntomas de la época en que le toca vivir a la segunda potencia. Tanto es así que los jóvenes de nuestros días sufren la tiranía de los deseos de sus padres, quienes a su vez están esclavizados por el amo posmoderno que no es otro que el discurso capitalista, un discurso que no hace lazo social y que desdeña el amor. Tal es el discurso que impele a los personas a obturar la falta-en-ser, que nos define como humanos, con gadgets (objetos tecnológicos) y de todo tipo que ofertan incisivamente los medios de masas.

La desorientación en el mundo ha devenido epidémica. Los padres quieren ver las causas en el exterior, siempre hay un culpable externo, la escuela, las amistades de sus hijos, explicaciones que dirimen la responsabilidad que supone identificar las verdaderas causas del problema. El Otro sociocultural está en la causa, no podría ser de otro modo, pero es tan culpable al menos como quien asume los rasgos predominantes de ese Otro. Estos aspectos favorecen a la epidemiología del TDA-H, así como, paradójicamente, el consumo de drogas blandas en los adolescentes como los porros, que en algunos casos es un intento neurótico de curación, un imaginario contrapunto: contra la intranquilidad e insatisfacción la tranquilidad y satisfacción que proporciona la hierba.

Sin los referentes culturales, clínicos y éticos que proporciona el psicoanálisis los padres están abocados a asumir que tienen un hijo con TDA-H, por ejemplo. Se deja así de lado el origen de los síntomas y cómo se configura la subjetividad. Sólo les queda entonces a los padres asumir y aun cooperar con aquello de lo que se quejan.

 

La escuela no está exenta y también tiene un enorme problema del que el Otro sociocultural no es ajeno. Cuestionada constantemente por la intromisión de unos padres que pretenden adaptar y flexibilizar la institución a las demandas propias y del mercado, argumentando que solo así será más democrática y participativa. Azotada por la incompetencia burocrática para solucionar problemas y presionada por la necesidad de la política de contentar ideológicamente a sus votantes y la nefasta gestión desde lo políticamente correcto. La escuela presionada o por iniciativa innovadora propia busca, (a veces desesperadamente sin encontrar) respuesta en el mercado de los profesionales técnicos, en el saber del experto, experto que en realidad nada sabe, pues desconoce la verdad del inconsciente y de los deseos del Otro que configura nuestra subjetividad, y que ofrecen como solución cosas tan variopintas como la gestión de las emociones, la meditación, el control de la respiración, el yoga, la aplicación de la filosofía práctica, etc. Objetos todos ellos que demostrado una y otra vez su ineficacia y que solo pueden desorientar más aún a nuestros pequeños. Y es que una de las paradojas del sistema actual, es que siempre que aborda un problema y pretende solucionarlo simplemente lo que hace es agravarlo y enquistarlo, haciéndolo permanente en el tiempo.

Si en la ficción un mafioso como Tony Soprano fue capaz de darse cuenta que el problema de su hijo era que había cometido un acto que debía ser reprobado y castigado, y tras el merecido castigo pasar más tiempo con su hijo, nos habla de la crucial Función del Padre en la subjetividad. En este sentido, sería recomendable que la realidad imitará a la ficción.

 

 

Girona, 24 de octubre de 2016

Sergio Domínguez