Freud pudo cambiar el curso de la historia.
(O de una desatendida recomendación del primer psicoanalista)
El 4 de junio de 1938 Sigmund Freud (6 de mayo, 1856-1939, 23 de setiembre) abandonó su casa de Berggasse, nº 19, en el distrito urbano de Alsergrund, de la ciudad de Viena, donde había vivido entre 1891 y 1938, para no regresar jamás. En su exilio a Londres le acompañaban su esposa Martha Bernays y su hija Anna, y en sus maletas no faltaban cartas, libros y algunos recuerdos que eran testimonios de su vida. A bordo del Expreso de Oriente, Freud cruzó la frontera de Francia y dos días más tarde llegó a la ciudad del Támesis. El año 1933, los libros de quien desde 1923 padecía un cáncer de mandíbula que no interrumpió su brillante carrera y sus extraordinarios descubrimientos sobre el espíritu del hombre y sus producciones, eran quemados en la plaza pública por los nazis en Berlín. Quizá Adolf Hitler se vengaba así de una recomendación de Freud cuando él tan solo tenía seis años: «el pequeño Adolf debe ser internado en una clínica metal.»
Por otra parte, la Gestapo de aquel sanguinario führer obligó al primer psicoanalista, antes de partir al exilio de Inglaterra, a firmar un documento en el que constaba que él había sido tratado con respeto, de acuerdo con su reputación científica, y se le había permitido trabajar en Viena en total libertad. Y se conoce asimismo que Freud, haciendo gala de su peculiar humor y singular carácter, pidió permiso para agregar una frase a aquel texto: «De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera.»
Freud recomendó internar a Adolf Hitler cuándo apenas tenía 6 años para ser tratado adecuadamente. Quien luego sería líder Nazi sufría síntomas histéricos, obsesivos y paranoicos.
Una reciente investigación reveló que el médico de la familia Hitler recomendó a instancias de Sigmund Freud que Adolf Hitler, fuese internado en un instituto de salud mental para ser tratado de sus comportamientos patológicos.
Según el estudio realizado por el escritor británico Laurence Marks, estudioso del psicoanalista Sigmund Freud y de sus obras, detalla que Freud recomendó en 1895 que el pequeño Adolf fuese internado en un instituto de salud mental para niños de Viena.
Todo comenzó cuando el médico de la familia Hitler, el austriaco Eduard Bloch (1879-1945), le preguntó a Freud qué hacer con el pequeño Adolf, que sufría de frecuentes pesadillas caracterizadas por caídas en abismos profundos y persecuciones en las que era capturado y azotado hasta desear la muerte; esto venía acompañado por conductas inapropiadas.
Sin embargo, el padre del niño, Alois, rechazó el consejo de Freud. Según Marks, lo decidió así para evitar cualquier examen médico que evidenciara el maltrato psicológico y físico que sufría su hijo. «Le gustaba humillar a su hijo. En una muestra de rebelión, Adolf, entonces de seis años, trató de escapar de su casa durante la noche, saltando por una ventana. Se desvistió para salir con menos ruido, pero quedó enganchado. Su padre lo oyó y llamó al resto de la familia para que se rieran de él. Adolf lloró durante tres días», relata Marks en su estudio.
Ante semejante historia, es inevitable preguntarse ¿qué hubiera ocurrido si el padre de Adolf Hitler hubiera aceptado la recomendación de Freud? ¿Qué hubiese pasado si el entonces sufrido niño hubiese sido analizado? Es casi forzoso pensar que, muy probablemente, la historia mundial hubiera cambiado y el holocausto, con sus miles de muertos y sufrimiento humano sin igual, nunca se hubiese producido. Claro está que nunca lo sabremos.
Girona, 12/01/2014
José Miguel Pueyo
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