¡No desee! (Un imperativo budista a mayor abundamiento de la desorientación del sujeto postmoderno) 

¡No desee! Tal es el malsano imperativo superyoico, el absurdo y pueril consejo que un día, sin duda terrible para la inteligencia y aún más para la ética del deseo, asumió el maestro budista Pedro Gómez; desconozco, eso sí, por qué morbosas identificaciones aconteció tal cosa y si con ellas deseaba apaciguar antiguos temores y ansiedades.

 

Del mal propio a la propagación de un absurdo e inoperante lenitivo

Que una persona se vea impelida a sabiendas o de manera inconsciente a arruinar su inteligencia y a pervertir el espíritu asumiendo el imperativo ¡no desear!, no es noticia destacable; y no ocurre de manera distinta para quien confía solucionar este o aquel obstáculo que le presenta la vida mediante la meditación. El problema adviene cuando uno se empecina en extender una y otra recomendación.

 

Verdades de Perogrullo 

«El deseo nos hace sufrir», sostiene Pedro Gómez. Este trivial mantra recoge una de las ideas mayores del pensamiento budista. Es el amor el que nos hace sufrir, pues el dolor es a veces inconmensurable cuando perdemos a un ser querido. Así lo recordaba Freud, por lo que el dicho budista resta ramplón y sobre todo cobarde, muy cobarde. (Veremos porque lo entiendo así).

 

El budismo: una filosofía que critica el ego al mismo tiempo que lo salvaguarda

Quienes aconsejan renunciar al deseo, curiosamente, desean. Pero ¿qué desean los budistas? Desean, ante todo, salvar al ego del sufrimiento. Dicho de otra manera, los budistas, lejos de no desear desean, e incluso desean más que otros ideólogos, y lo que desean, en primer lugar, es curarse en salud. Diríase que un obsesivo temor a sufrir rige el pensamiento budista, pues de lo que se trata es de ponerse la venda (no desear) antes de tener la herida (para no padecer por una pérdida, por ejemplo).

 

De la biga a la paja (O del narcisismo de quienes, paradójicamente, no cesan de criticar el ego de sus críticos) 

Aconsejar el lenitivo de la meditación sólo puede hacerlo quien desconoce lo que es hombre, y, por consiguiente, la estructural carencia ontológica de ser humano; pero también el sentido y la función de sus producciones, de las producciones humanas, entre las que se encuentra la filosofía budista y la técnica de la meditación, así como la respuesta adecuada para esa herida narcisista. El maestro Gómez procede en sus afirmaciones con la lógica de una extraviada tradición ideológica, más incluso por entender que no hay cosa que beneficie tanto como no desear. (La diferencia entre el deseo y el goce, que da luz al error de ese consejo es algo que les cae muy lejos a los maestros budistas, tan lejos como para no saber de qué se trata).

 

No desear en la época del espectáculo y de lo efímero

Desearía yo no desear ‒y quizá usted, amigo lector‒ si con ello no se me hurtara el conocimiento de qué es el sujeto humano y el sentido y la función de sus producciones, las mismas producciones (objetos e ideas) de las que habla Freud en El malestar en la cultura, 1930. Ocurre que pese a la tendencia del ser humano a lo peor, estoy a salvo de las proclamas de los desorientados budistas. Así es porque puedo hacer de otro modo y mejor con el vacío estructural que nos es connatural y, por lo mismo, no respondo al mismo con la sumisión a una ideología y la asunción de los dictados de los iluminados. (Llámese a esa fuerza liberadora no ceder en el deseo frente al morboso y narcisista goce-Todo).

 

De la religión a la espiritualidad pasando por la meditación. (O de las modas postmodernas)

Cada día son menos las personas que creen en el cielo y en el infierno. Y es un hecho igualmente constatable que para el hombre actual hay poco más que el aquí y ahora; y muchos, como se conoce, no pueden imaginar que la felicidad pueda postergarse. 

 

Contrariamente a lo que asevera el maestro Gómez, el budismo no deja pensar más y mejor que el cristianismo. Basta recordar la producción de los pensadores cristianos, infinitamente más prolija y rica en temas e ideas que la de los maestros budistas; si bien, en no pocas ocasiones, aquel pensamiento procede con una lógica no menos delirante que la que dan a leer otras religiones y filosofías.

Por otra parte, la no existencia de dogmas en el budismo, más que una virtud constituye un argumento tan falaz como encubridor. ¿Qué encubre? Nada más pero también nada menos que las normas de vida, costumbres, ideas y rituales que en la vía de la neurosis obsesiva los maestros budistas aconsejan y/o imponen a sus alumnos.

 

Las religiones del Libro se han ganado el oprobio de la gente. Y es coherente que sea así, dado que desde las guerras de religión hasta el terrorismo fundamentalista pasando por el abuso de poder y la no menos deplorable pederastia, no existe asunto que no hayan pervertido. De ahí también que el hombre actual se sienta más cómodo con el pensamiento débil de la espiritualidad. Sin embargo, la relación entre la espiritualidad y la física cuántica, por ejemplo, nos pone en la pista de lo que muchas personas nunca ha dejado de perseguir de múltiples maneras: el goce-Todo originario.

 

La filosofía de la no-dualidad. (Versión oriental del horror a la castración)

Los budistas gustan recordar que la característica esencial de su filosofía es la no-dualidad. ¿De qué se trata y qué desconocen? La no-dualidad y, por lo mismo, la alabanza a la unicidad es justamente eso, o sea, una metáfora de la unidad perdida, de la alienación al Otro primigenio que encarna la mamá, de la separación, en fin, de la célula narcisista de la primera infancia (bebé-mamá), pérdida que los budistas, movidos por la malsana inclinación al goce-Todo inconsciente del sujeto humano, defienden con todas sus fuerzas. Tal es el sentido, en suma, de que el budismo se defina como una filosofía de la no-dualidad. 

De ese hecho se sigue que el budismo deplore lo mejor que le puede pasar a una persona, como es la separación, el corte simbólico que ejerce la Función-del-Padre (entre el bebé y la mamá) en el temprano tiempo del complejo de Edipo, corte que, como es conocido, es la condición de la salud psíquica. Ni que decir tiene entonces que la perversión de la propuesta espiritualista del budismo no es menor que la de la religión convencional, siendo ese el denominador común.

 

La ilusoria propuesta nirvánica, o de la felicidad con cargo al sujeto-al-deseo

El maestro Gómez, que gusta presentase como antiguo comerciante de vinos, y luego alumno del lama occidental Ole Nydahl, afirma en un alarde de ingenuidad «que la felicidad no es tener una cosa, pues tarde o temprano uno se dará cuenta que no es así». En realidad, Gómez no está errado en su consideración, pero ignora la causa de lo que dice (o más bien lo que le hace decir el Otro, nombre lacaniano de lo inconsciente freudiano, que lo habita), e ignora también cómo resolver lo que plantea. En primer lugar, Gómez parece desconocer que el sujeto humano no puede vivir sin lenitivos, sin apoyaturas, dado que no es dios, como demostró Freud magníficamente en el texto citado, El malestar en la cultura, 1930. En segundo lugar, no entiende que la proclama budista de no desear no es sin desear, al menos sin desear meditar; y ya por último, el nirvana que anuncia no deja de ser un ideal más en el ámbito de las trasnochadas éticas de los bienes o ideales, ética que de prosperar implicaría forcluir el espíritu crítico de la persona a la que tan humanitariamente se quiere ayudar.

 

Para concluir

Quédesen para lo íntimo y privado, si la inteligencia no da para otra cosa, los prosaicos y demagógicos imperativos del director del centro laico de budismo tibetano Karma Guen; y déjese también a las personas que intenten advertir, merced a la vía que les proporciona el deseo de saber, la falacia, en no pocas ocasiones aprovechada, que preside los discursos de maestros y gurús que se invisten con el más demagógico de los humanismos.

 

Girona, 19 de febrero de 2014

José Miguel Pueyo