Cuando el Otro social redobla la maldad del Otro familiar

 

Cuando el Otro social redobla la maldad del Otro familiar, el destino del hijo suele ser «vivir doblemente atemorizado, como acertadamente dice, recordando su propia historia, Shalom Auslander. Así fue, en efecto, porque como confiesa este escritor neoyorquino, se crió en una comunidad ultraortodoxa judía en la que se temía a un Dios vengativo que castigaba cruelmente…, pues si bien Hitler mató a muchas personas, el Dios del Antiguo Testamento ahogó el mundo entero con su diluvio. Mi padre –prosigue Auslander‒ era también divino: un hombre violento y arbitrario que bebía en exceso.»

 

En ese ámbito familiar, la subjetividad del hijo puede estar ligada a la homosexualidad, no sin relación al masoquismo moral, o la inhibición, una suerte de hacerse el tonto para que el padre tiránico, remedo del urvater de la horda primitiva, no repare en él, o interpretar la realidad de manera delirante. Estos dos últimos fenómenos morbosos los padeció, en otro tiempo, Auslander. Pero es conocido que un padre al modo hipermodermo, el tipo de padre que más que padre parece un colega del hijo, tampoco garantiza nada. Subrayo así que la pedagogía falla. Y falla, fundamentalmente, por la moral de los ideales que la alienta. Si el padre pone en práctica las consignas que el Otro social hipermodermo le dicta para el óptimo desarrollo de su progenie, quizá asuma con ello un Otro social tan malo como el de épocas pasadas. La diferencia, al menos una, es que el Otro social de hoy en día viste los ropajes de la concordia y se desdibuja con la más excelsa pátina humanista. 

 

Girona, 07/06/2013

José Miguel Pueyo