HOY Y MAÑANA DE LA PRIMERA PANDEMIA DE LA HIPERMODERNIDAD

Fue un día como hoy  

Muchas personas recordarán estos aciagos días. Pero es igualmente cierto que el sujeto creado por el Otro político, desde hace décadas por el discurso capitalista, es desmemoriado. Jacques Lacan, el 16 de junio de 1975, en el gran Anfiteatro de la Sorbona y como Apertura del V Symposium International James Joyce, conocido como Joyce, el síntoma I, decía: «Las casualidades nos empujan a diestra y siniestra, y con ellas construimos nuestro destino, porque somos nosotros quienes lo trenzamos como tal. Hacemos de ellas nuestro destino porque hablamos. Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla. Este ‘nos’ debe entenderse como un complemento directo. Somos hablados y, debido a esto, hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado. Hay, en efecto, una trama, nosotros la llamamos nuestro destino.»

La transformación del sujeto hipermoderno por los nuevos procedimientos tecnológicos, introduce en el campo de las ideas políticas uno de los asuntos esenciales de este siglo. El hecho es que esa supuesta transformación ha venido de la mano del llamado coronavirus de Wuhan.

 

Tras esta cruel pandemia cabe esperar un debate pormenorizado desde el conocimiento de lo que nos determina para lo bueno y para lo que no lo es tanto. (Me refiero al genial descubrimiento que hizo Sigmund Freud en el recodo de los siglos). Puede ser así, aunque, en realidad, todo está dispuesto en el universo para que persista el narcisismo, acunado como está por el imperativo superyoico hipermoderno: ¡goza, goza, sin demora!

 

En resumen, el COVID-19, según entiendo, operará un cambio sin precedentes en nuestras vidas. Pero de ser así, esa transformación la acusarán los de siempre, pues, como es conocido, no hay buena noticia si el sujeto humano no se reinventa.

 

¿Qué ha hecho fructificar la primera pandemia hipermoderna?

El coronavirus ha promovido la incertidumbre, la desconfianza, el sentimiento de irrealidad, la angustia expectante, mas también ha dado lugar a la indignación y la rabia y, claro está, a la muerte. (Unas 600000 personas infectadas y más de 28000 muertos en todo el mundo a 28 de marzo. Los contagiados en Italia y España superan, la tercera semana de marzo, a China, y también en fallecidos. En nuestro país, en esa fecha han dado positivo más de 70000 personas, de ellas unos 10000 sanitarios, y los muertos ya son casi 6000, entre los cuales hay varios médicos y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. Solo en la Comunidad de Madrid el número de fallecidos supera los 2200. En New York suenan cantos de apocalipsis, y todo indica que se extenderán, con más de 10000 infectados al día, al resto de EE.UU.).

 

Científicos chinos consideran que el pangolín, un mamífero folidoto de la familia Manidae, muy usado en la medicina tradicional china, puede ser el transmisor intermedio entre el murciélago Rhinolophus affines y las personas afectadas por coronavirus.

Sea como fuera, el efecto mariposa de este virus ha logrado lo que ni siquiera ha conseguido el terrorismo islámico. Similar al MERS-CoV, síndrome respiratorio detectado por primera vez el año 2012 en Arabia Saudita, el covid-19 es una forma grave de neumonía que, del mismo modo que ha colonizado la política, ha sacado a la luz sonoros silencios y argumentos imaginativos cargados de ideología. ¿Por qué se llevó a cabo, el 8 de marzo, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer (8-M), y la Euroliga de baloncesto? Que no nos vengan ahora con el cuento de que los expertos en sanidad habían dado luz verde a estos eventos. ¿Qué se habría dicho y aun hecho con el que hubiera prohibido, o simplemente aconsejase suspenderlos?

 

Discretas son también algunas personas respecto a las «intenciones» de este virus, que, por lo que se conoce, no se fija en los niños y parece cebarse en los varones más que en las mujeres, y casi siempre en personas de edad madura. Pero no comparto la imaginación de Isidoro de Munciar, quien, en el siglo XI, sentenciaba «Todo lo que le quitas a la naturaleza, ella te lo reclama después con creces.»

 

Recién, la socióloga Marina Subirats afirmaba que nos encontrábamos ante una situación inédita. A esta profesora le ha pasado por alto que en el mundo hubo epidemias análogas a la actual y, confunde, además ‘inédito’ con ‘imprevisible’. Contrariamente, pues, a lo que aseveran algunos expertos, nada hay de inédito en la primera epidemia global del siglo XXI, salvo la fecha: era conocido que podía ocurrir.

 

Tampoco comparto la atrevida idea de que una mano negra se dispuso acabar con los jubilados. No lo entiendo así, pese a que el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, considere que «Los abuelos deberían sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía». Hasta ese extremo llega el espíritu patriótico de algunos norteamericanos. El FMI (Fondo Monetario Internacional), a juzgar por un Informe reciente, tampoco se anda con chiquitas: «Los ancianos son una amenaza para la economía». Menos incluso considero que el coronavirus sea darwiniano por aquello de la selección natural, y que la supuesta mano negra quiso terminar con el exceso de población, que, según los partidarios de las teorías del clérigo anglicano Thomas Robert Malthus, soporta nuestro planeta.

 

Como en casos semejantes, siempre habrá gente inclinada al Carpe diem -más de 25000 denuncias en España por no haber respetado el Estado de Alarma-, mientras que algunos hacker, no todos de manera individual, pretenden intervenir la red sanitaria y otras instituciones.

 

El coronavirus renueva la denuncia de otras catástrofes naturales: la falta de previsión de los gobiernos, la futilidad de la fama y el dinero, lo absurdo de la guerra y, por supuesto, la inutilidad de las creencias.

 

Recuerdos, tiempo libre y entretenimientos

A semejanza de los divorciados respecto a sus exparejas, a no ser por aquello de los hijos en común, la manutención y/o la hipoteca, ¿quién recordará a los que estaba en sus manos evitar esta funesta pandemia, o al menos minimizarla mediante medidas que previeran el desconsolado lamento de las personas que han perdido a sus familiares y amigos!

 

El drama del coronavirus estará para siempre presente en los que ya no verán a sus seres queridos. Para otros, empero, la desalmada pandemia no pasará de ser una anécdota de café, una historieta más para los mayores en la plaza del pueblo. Los más afortunados comentarán el estado de sitio que introdujo otro estado, el de alarma, quizá discutirán las medidas adoptadas por los gobiernos, como el todos a una contra un virus tan silencioso y rápido como asesino, así como la guerra sin cuartel con las únicas armas de la higiene y quedarse en casa. (Todo se paró -España decretó el Estado de Alarma el 14 de marzo, cuatro días después que la OMS anunciara la pandemia-, todo se paró, como es bien conocido, las aguas venecianas adquirieron su color original y se esfumó la polución de nuestras ciudades. ¿Acaso esto último no se sabía, por qué se dejaba malvivir e incluso morir a la gente a causa del aire contaminado!).

 

Cómo no ser hoy corresponsables, cómo no cumplir la prescripción de estar separados y juntos al mismo tiempo, cómo no lavarse las manos siguiendo el sabio consejo del médico húngaro del siglo XIX Ingnaz Semmelweis, si en ello nos va la vida. (La bolsa y la vida). Sitiados en casa, habrá quien coja peso y/o trate de matar el aburrimiento y el sentimiento de irrealidad con Rakuten, HBO, Movistar+ o Amazon Prime Video, Netflix y otros canales de streaming, también con el móvil e internet, y tal vez con un poco de gimnasia o spinning. (No me imagino que, en estos azarosos días, aunque todo puede ser, a alguien se le ocurra leer un libro de autoayuda). John Maynard Keynes se preguntaba en Madrid, el año 1930, ¿qué harán las personas con tanto tiempo libre, no se aburrirán como las esposas de las clases adineradas, no será el ocio un problema mayor que la ocupación?

 

En cuanto a los muertos, tal vez puedan vivir la experiencia de Lázaro de Betania. Pero de la misma manera que el sentido es de la ciencia, en ocasiones, y de la religión, casi siempre para el abnegado creyente, solo un ser incuestionablemente maligno desearía que los muertos sufrieran los tormentos que contempla la fe.

 

La muerte llama a la puerta.

Unos dicen que de Dios.

Otros dicen no lo creo.

Mira Maruxina.

Mira como vengo yo.

 

Existe unanimidad, como no podía ser de otra manera, respecto a que el impenitente SARS-CoV2 mute a su dimensión más noble y, con ello, la curva epidemiológica se aplane. (De los respiradores, aparatos médicos que salvan vidas, no se desea menos que estén donde se los espera. Pero la previsión es parecida a la del material imprescindible para evitar el contagio y la muerte. En cuanto a la vacuna, se nos dice que puede tardar al menos un año).

 

¿Che voui? 

Siempre habrá algún político que denuncie que hubo un tiempo en el que se recortaban medios a la salud, la educación y la investigación. Y, en realidad, sería de ingenuos pensar que vivíamos con altos niveles de seguridad sanitaria.

 

La reducción del gasto público, de ser desproporcionada, tiene, como vemos, indeseables consecuencias. Hace más de una década, la razón ilustrada postulaba que las prioridades eran otras. Convergència Democràtica de Catalunya, partido político de Artur Mas, dejó la sanidad pública en la osamenta. Se entiende que el expresidente de la Generalitat de Catalunya no se prodigue en estos días. Las políticas de austeridad crearon enfermeras/os mileuristas, y doctoras/es a los que se recortó el 30 por ciento del sueldo, y los que podían se iban a trabajar al extranjero. Se entiende la diferencia de camas de UCI entre Alemania y España sea de aproximadamente 3 a 1 y, por consiguiente, la dramática situación de nuestros hospitales. Que Europa va tarde e incluso mal en esta pandemia, como lo demuestra la insuficiencia de testing, lo sabe todo el mundo. Incluso los que se creían fuera del viejo continente no escapan del coronavirus, entre ellos el primer ministro inglés Boris Johnson, positivo en coronavirus. Pero no procede hoy insistir en esas desacertadas medidas políticas.

Deseo plantear ahora una cuestión general, también esencial, y que, del mismo modo que dura demasiado, interesa sobremanera al momento actual: ¿qué quiere el poder de nosotros?

 

• Los amos de los medios de producción anhelan la plusvalía del trabajo, que, como decía Lacan, es la sonrisa del capitalista. (Donald Trump es claro en este punto: «Hay que volver al trabajo»).

 

• Y desean también que seamos consumidores natos. Por consiguiente, nada de enamorarse de un objeto, sino desear uno nuevo porque el que acabamos de adquirir ya se ha vuelto obsoleto. (Las ventas masivas irán bien solo para unos pocos, tal vez para los mismos que ampliarán su cartera con títulos de bolsa despreciados por la indolente pandemia. Rockefeller sacó partido en el crack del 29, y en el 11S, fueron los inversores a corto, entre los que se presume que estaba Osama Bin Laden, los que se llenaron escandalosamente los bolsillos).

 

Los instrumentos básicos de los que se sirve el poder para conseguir sus objetivos, esto es, para crear personas a la medida de sus deseos, son los medios de comunicación, plagados de reality shows y de concursos a lo ¿Quiere usted ganar dinero, desea ser millonario y/o famoso? No ocurre de forma distinta en algunos noticieros y programas llamados de debate. En ellos no faltan, y no solo ahora, fake news. Hay razones para convenir que la infodemia, como la del Dióxido de cloruro, no es la única. Lo lamentable de este asunto es que la postverdad suele tener consecuencias verdaderas.

 

Pero no hay que olvidar que todos, absolutamente todos, hemos hecho del delirio algo normal y, por no haber tenido presente lo que algunas personas con acertado criterio decían, nos encontramos en las trágicas circunstancias actuales. Monos sordos, ciegos de trompazo en las farolas, y discutidores de futilezas, así se ha descrito en ocasiones al sujeto hipermoderno.

 

La biopolítica, clave del poder

Lo que antecede indica que nada, absolutamente nada, queda al margen de lo que Michel Foucault denominó biopolítica. No andaba errado el sociólogo francés cuando advirtía que toda la existencia humana, desde el nacimiento a la muerte, había sido intervenida por el neocapitalismo.

 

A la ingeniosa idea del filósofo francés, añadiré que el intervencionismo respecto al cuerpo y la mente, así como del alma, si fuese el caso, no ocurre menos en el comunismo puro, de existir hoy algo parecido en alguna parte del planeta. Cierto es que en el nacionalsocialismo y en el comunismo, así como en todo régimen absolutista, las garantías jurídicas están abolidas.

 

En resumen, el neocapitalismo se ha apropiado de las subjetividades, que es tanto como decir que ha construido con el mayor sigilo (coronavirus - coronocapitalismo) personas, que, por esa razón superior, son individualistas, deseosos de fama y/o dinero, egoístas, insolidarias, y tampoco desechan el narcisismo.

 

Pero sabemos que el sujeto humano se aplica a lo peor tanto como a su contrario. Esta es la paradoja fundamental del sujeto hipermoderno. Ciudadanos que, en ocasiones, rebosan solidaridad y altruismo, como se constata hoy en nuestro país. (Son las personas de las que poco o nada se habla y menos aún se les recompensa su desinteresada entrega).  

 

En suma, los agentes de la biopolítica han creado a personas que en todo se asemejan a sus constructores. Pero es conocido como acabó lo de Adán y Eva por deseo de su intratable Hacedor.

 

El discurso ideológico en tiempos de tragedia

La fábrica del mundo que es China, exótica no solo por sus gustos culinarios y la combinación de lo tradicional con la más avanzada tecnología, salió en ayuda de las administraciones, algunas de las cuales eluden hoy la palabra desbordamiento y huyen de otra expresión que no les concierne menos: falta de previsión.

 

Cierto es que China y Corea del Sur, del mismo modo que aprendieron, a diferencia de otros países, del SARS1, han puesto a trabajar para todos sus empresas. La multinacional taiwanesa Foxconn, el mayor fabricante de productos electrónicos del mundo, ha puesto algunas de sus plantas a fabricar mascarillas quirúrgicas, mientras que en España lo está haciendo Amancio Ortega, y muchos otros ciudadanos de forma desinteresada. Por cierto, Ana Botín y otras personas del mundo empresarial se han reducido el sueldo, pero hasta la fecha, que se sepa, no lo han hecho así los políticos.

 

El país de Leonardo da Vinci fue diligente a la hora de demandar el imprescindible auxilio, tanto es así que brigadas rusas recorren Italia desinfectando sus calles. Bien distinto al espectáculo que ofrecen algunos prohombres en las comunidades autónomas de nuestro país. Pese a la incertidumbre generalizada, todo lo que no sea independentismo le huele a cuerno quemado a Joaquim Torra, presidente (entre comillas) de la Generalitat de Catalunya. Entendería que este recalcitrante político se congratulase con el insidioso lema «España nos contagia»; no menos con la salida de tono del concejal de la CUP, de la ciudad de Vic, que animaba a toser en la cara de los militares (UME: Unidad Militar de Emergencias) para echarlos del que, en exclusividad, cree su país. Tampoco me chocaría que algunos secesionistas aplaudiesen a Mark Serra Parès, militante del PDECAT y amigo íntimo de Carles Puigdemont, por haber dicho «si me contagio… no me quedará saliva… y si les pasa algo a mi familia no descansaré hasta que lo paguen por cómplices del asesinato», en alusión al gobierno de España. Algunos políticos catalanes animarán las caceroladas que se preparan en Catalunya contra las fuerzas armadas que trabajan sin descanso en favor de la salud de todos. Y menos aún me sorprendería que no pocos de ellos estuviesen de parte de la fugada de la justicia española, la también independentista y miembro de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), Clara Ponsatí, que se burlaba de los muertos de la capital de España con el clásico dicho «De Madrid al cielo». Otra fiel seguidora del fugado de la justicia Carles Puigdemont, la expresidenta del Parlament de Catalunya, Núria de Gispert, proponía una curiosa teoría sobre el coronavirus, «Lo cierto es que si fuésemos ya República -decía- y pudiésemos cerrar Catalunya y gestionar nuestros recursos, morirían menos catalanes». Los independentistas catalanes tampoco dejarán de felicitar al Consejo Federal de Suiza, refugio de las también fugadas de la justicia Marta Rovira y Anna Gabriel, por haber movilizado a 8000 militares contra la pandemia. No siendo una fanática separatista, quién ha podido olvidar que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, dijo a los mandos militares, a los mismos que hoy cuidan de su salud, que se acercaron a saludarla en el Salón de la Enseñanza, en Barcelona, hace varios años, que sería «preferible» que no tuvieran un stand en el recinto, para «separar espacios.»

 

Europa es sinónimo de garantías jurídicas, pero la ideología es algo más que terca, por tanto, no solo por sus deshumanizadas proclamas.

 

Tiempos para la reflexión

Las pulsiones del padre de la horda primitiva (urvater) no nos han abandonado, y menos aún el malestar que la cultura conlleva. También por estas razones no basta con que la fuerza política cree su propia temporalidad, como afirma el profesor de política y estética Jacques Rancière. La temporalidad sería vana sin la transformación de cuantos conforman los sistemas democráticos.

 

En estos días es dable mencionar también al sociólogo Zygmunt Bauman, al menos porque no intuyó siquiera la posibilidad de que existiese algo parecido al COV-2, dedicándose a hacer de un significante, «sociedad líquida», el comodín para escribir libros de una sola idea.

Mención aparte merece el ideólogo por antonomasia del capitalismo postmoderno, el norteamericano Francis Fukuyama. Entendería que este famoso politicólogo redujera su euforia hegemónica al ver cómo los agentes de las democracias liberales no aprenden de los errores, evidencia de lo cual es la falta de previsión ante el primo hermano del enemigo invisible del SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome) que hoy tiene sin descanso a los crematorios. (Los afectados solo tienen, en el momento de la muerte, el consuelo de los abnegados profesionales de la salud, pues el coronavirus ha abolido de la manera más inhumana el ritual de la última despedida). Se dice que la pandemia del 2020 no es comparable a la llamada Gripe Española, que entre 1918 y 1920, según estimaciones, mató entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo. Cierto, pero eran otros tiempos. Mientras aquella gripe corría a lomos de caballo, el mortífero COVID-19 se transmite y replica a velocidad de vértigo, y con una definida ley que impide asemejarlo a lo que lo psicoanalistas conocemos como lo Real, por ser éste sin ley.

 

Nada nos puede hacer olvidar que los siniestros acontecimientos de estos días demandan un análisis detallado del origen de la idiosincrasia del sujeto hipermoderno, pero también de la depredación ambiental, de las causas de la producción-consumo desenfrenados, y tampoco podemos olvidar los miles de millones de euros que han robado los corruptos. Podemos analizar estas cuestiones desde la denominada French Theory, esto es, con la lupa de quienes denunciaron al Otro político, el mismo gran Otro que cultivó la manera de ser del sujeto hipermoderno. Así, junto a Jacques Lacan, podemos releer estos días a autores como Jean-François Lyotard, Jacques Derrida, Gilles Lipovetsky, Jean Baudillard, Fredric Jameson, tanto más por los temerarios Corona-Partys y, en otro plano, revisar las ideas de Jason F. Brennan y de la activista canadiense Naomi Klein. Indico así que si algo sobra en esta infausta época son asesores de pacotilla, comentaristas que descubren la sopa de ajo, e impenitentes demagogos.

 

The party is over. El timing hoy es distinto. La extraordinaria crisis sanitaria nos conmina al retiro, a la distancia preventiva, a cambiar tomar el sol por tomar precauciones. Pero de ninguna manera podemos dejar de pensar, de recrear el pasado y el porvenir. Tanto más es así porque una vez resuelto el problema alguien tendrá que pagar los platos rotos. (Casi todo se ha hecho mal y se pagará. Pero la cuestión es quién lo pagará, amén de los muertos y, con ellos, sus familiares y amigos, que ya lo han hecho).

 

¿Qué quedará del capitalismo y de nosotros tras el coronavirus?

Slavoj Zĭzĕk, crítico feroz del neoliberalismo capitalista y de cuanto lo sostiene y promueve, cree en la «lección de la historia», es decir, que esa antiquísima disciplina puede operar un cambio radical en la idiosincrasia del sujeto hipermoderno. En otros términos, para el filósofo esloveno, el coronavirus tiene un efecto positivo secundario, pues opina que al mismo tiempo que destapará el insostenible capitalismo, ese golpe mortal contra el actual sistema económico actualizará el comunismo como sociedad alternativa. Es dable concluir que el coronavirus, según Zĭzĕk, vencerá al capitalismo.

 

El peculiar lacaniano de izquierdas y amante del séptimo arte ha leído de manera sesgada la máxima concluyente de Jacques Lacan, «el capitalismo es un sistema a reventar». Zĭzĕk no parece entender que las infaustas consecuencias de la pandemia -que se originó, según informan, en Wuhan, la ciudad más poblada en la zona central de la República Popular China, capital de una provincia, Hubei, de 60 millones de habitantes- tiene entre sus causas la amnesia de los ideales de la Revolución francesa por parte del sujeto postmoderno. Esta significativa desmemoria muestra a las claras un deseo que se aviene bien, paradójicamente, con otro deseo, el del capitalista. No cabe pues rescatar de la memoria que el «Mayo del 68» no giró en el sentido que algunos esperaban, y que dio alas a la euforia neoliberal, con sus claros, pero también a la corrupción en sus abyectas formas de presentación.

Contrariamente a las opiniones de Zĭzĕk, el filósofo surcoreano, residente en Berlín, marxista y amante también del cine, Byung-Chul Han, afirma que ningún virus vencerá al capitalismo, por consiguiente, que Zĭzĕk se equivoca. Por otra parte, el autor de La sociedad del cansancio, 2010, considera que China querrá exportar a Europa su modelo de control policial, un sistema que se verá apoyado por la vigilancia digital que tan buenos resultados ha dado en aquella república popular contra el coronavirus. El COVID-19, inigualable en maldad a lo que Albert Camus relataba en La peste, 1947, quizá logre la ciudad perfectamente gobernada. Pero de lo que no hay duda es de que el pretendido sistema de vigilancia superaría en mucho al panóptico ideado por el filósofo británico y padre del utilitarismo, hacia finales del siglo XVIII, Jeremy Bentham.

 

En esa misma línea argumental, el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de De animales y dioses. Breve historia de la humanidad, 2011, más allá del deseable, obvio y no menos utópico plan que ha pensado para poner freno a la pandemia actual, esto es, (1º. Compartir información fiable. 2º. Coordinar la producción y distribución de equipos médicos. 3º. Distribución asimismo de personal sanitario. 4º. Creación de una red de seguridad mundial. 5º. Y, preselección de viajeros), advierte del peligro de lo que llama la «vigilancia subcutánea». Harari ve en este tipo de vigilancia una tentación de los gobiernos, con fines de control social, a partir de lo que han puesto en práctica algunos países para controlar el coronavirus. (De ocurrir tal cosa, entonces sí que habrá «algún adulto en la habitación», como a Harari le gusta decir, y el optimismo evolutivo de este escritor israelí, que conjuga el activismo político con los retiros espirituales, quedará en entredicho). La «vigilancia subcutánea» es una suerte de técnica veterinaria en el sentido de que todos podríamos alojar debajo de la piel un chip que pasaría información a una computadora central, una especie de Gran hermano, en tiempo real, de nuestro estado de salud. De hecho, mientras que China ha frenado el coronavirus con estrictas cuarentenas físicas, Corea del Sur y Singapur han apostado por el cibercontrol. Esta tecnología de motorización de las personas a gran escala, como el reconocimiento dactilar, el facial, e incluso mediante el móvil, podrían convertirse en técnicas de control de nuestros comportamientos, deseos y emociones. Algo similar a la «vigilancia subcutánea» ya está en marcha, pues el llamado Big Data indica que los datos que introducimos en internet y en el móvil, pese a la existencia de la Ley de Protección de Datos, es utilizado para crear nuevos servicios. Un análogo control es el que demostró, en esta ocasión en los toros, quien fue el pionero de pararlos en seco, el neurofisiólogo español, natural de Ronda, la bella ciudad malagueña donde está enterrado Orson Wells, José Manuel Rodríguez Delgado.

Ocurre que en favor de la «vigilancia subcutánea», un proceso histórico en fast forward, juega la evidencia de que acabar con la pandemia requiere medidas sanitarias globales y, por lo mismo, soslayar toda actuación en términos nacionalistas. (Este es un buen momento para decir que, si algunos países del norte de Europa no quieren cooperar, les falta tiempo para tomar la vía de los ingleses). Por otra parte, el coronavirus, como apunta Yuval Noah, ha desempolvado varios dilemas. El primero entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano, el segundo entre el egoísmo individual y la solidaridad global y, por último, pero no por esto menos importante, el dilema asimismo ético entre la ciencia y los poderes públicos.

 

Si la «vigilancia subcutánea» se convirtiera en un protocolo universal, la preocupación no solo sería de Yuval Noah Harari. El mundo dejaría de ser el que es: los partidarios del transhumanismo se verían sorprendidos por lo que puede llegar a hacer el ser humano, la libertad individual se vería seriamente comprometida, y las particularidades nacionales quedarían abolidas al quedar todo, absolutamente todo, supeditado a la fuerza del protocolo global.  

 

El zorro en el gallinero

Así Rusia y Asia, la primera en vías de ser capitalista y la segunda sumida en un comunismo disfrazado, pueden estar expectantes de lo que ocurra en Europa tras la crisis política, económica y social que producirá un virus que ha venido para quedarse. Sin necesidad de tensar la analogía, la peste negra, allá por el siglo XIV, estuvo en el origen de otros reinos, los feudales. Con todo, un nuevo y muy importante capítulo de geopolítica parece estar a la vuelta de la esquina.

 

Desearía haberme equivocado sobre lo que apunté al principio. (Fue un día como hoy)

 

Existen razones suficientes para convocar al poeta romano Publio Ovidio Nasón, célebre por ser el autor de Las metamorfosis y más aún por el Arte de amar, ya que puso en boca de Medea Uideo meliora proboque deteriora sequor (Veo el bien y lo apruebo; sin embargo, es el mal lo que persigo).

 

Habrá quien albergue la esperanza de que ese lema no sea el de las generaciones futuras, y que, contra las enfermedades, las catástrofes naturales y el dolor que habitualmente nos produce algunas personas, entre ellas no pocos políticos, quepa algo mejor, como acertadamente decía Freud en El malestar en la cultura, 1929 [1930], que hacer oídos sordos, las diversiones banales, el sentido imaginario de las creencias, y la química de la tranquilidad y de la euforia.  

 

27 de Marzo de 2020

José Miguel Pueyo