Marta Ferrusola Lladós.

(O de la impotencia de Dios-Padre ante la condición humana)

Entre las metáforas y códigos secretos con los que los canallas y/o ignorantes de sí han pretendido ocultar sus ignominiosos deseos desde épocas inmemoriales, es dable destacar hoy, 8 de mayo de 2017, las metáforas que, según las informaciones que nos llegan, salieron de la pluma de la que por más de dos décadas fue la primera dama de Catalunya, Marta Ferrusola i Lladós. He aquí la ingeniosa creación:

Reverend Mosen, soc la mare superiora de la Congregació, desitjaria que traspases dos misals de la meva

biblioteca a la biblioteca del capella de la parroquia, ell ja li dirà a on s'ha de colocar. Molt agraida. Marta.

Este párrafo manuscrito, que acompañaba al documento bancario, con fecha del 19 de diciembre de 1995, en el que la mujer de Jordi Pujol i Soley comunica (traspases dos misals, esto es, dos millones, de la meva biblioteca, o sea, de su cuenta bancaria, a la biblioteca del capella de la parroquia, es decir, a la cuenta de su primogénito, Jordi Pujol Ferrusola) al responsable de la Banca Reig, de Andorra, lo entregó recién Higini Cierco, expropietario de la Banca Privada de Andorra, al jefe de la Fiscalía Anticorrupción, Manuel Moix.

 

Tan sorprendente misiva –más aún conociendo que los Pujol-Ferrusola son gente de misa de seis- da pie para atribuir a la antigua alumna del centro escolar catalanista Virgen de Montserrat de Virtèlia, y quizá de tal suerte agente activo por décadas de proselitismo de las bondades cristianas por los barrios humildes de la ciudad Condal, hipocresía, doble moral, desfachatez, falta de ética, desvergüenza, cinismo, agravio a la fe de los creyentes, y cómo no irreverencia en grado superlativo. Pero el uso y aún abuso de estos calificativos, para no pocas personas más que merecidos, lejos están de ser suficientes por cuanto que pasan por alto lo fundamental y esencial de este bochornoso asunto.

 

Quien conozca el sentido de la palabra griega «tyche», reconocerá que se refiere a un encuentro, bueno o no tanto, y que puede relacionarse con otro término asimismo esclarecedor, «kairós», esto es, la oportunidad. El hecho es que el encuentro (tyche) con la oportunidad (kairós) puede hacer ladrón al que ya lo era, o más exactamente, puede convertir en ladrón a quien la cara obscena y abyecta del superyó lo incita a poseer algo más de lo tiene y, en ese mismo plano, no es menor el descubrimiento freudiano de los delincuentes por sentimiento de culpa, personas a las que habría que evitar porque lo decisivo para ellas no es el botín sino ser apresadas a fin de redimir una culpa inconsciente.

Por otra parte, la tyche comanda de ordinario el automatón. Es decir, la tyche pone en marcha la repetición que, en el caso de Marta Ferrusola y, por ende, en algunos de sus familiares, ha sido el continuado (automatón) fraude. Indico así que no hay freno para el mal encuentro con lo Real. No lo hay, tanto más por ser siempre un encuentro fallido. Si entendemos aquí por Real la primera experiencia de satisfacción que cada uno de nosotros tiene con el otro, otro que encarna habitualmente la mamá en la primera infancia, lo Real es imposible, como acertadamente indicaba Lacan. Mas siendo imposible lo Real –imposible de reencontrar el goce de la infancia–, el sujeto humano no deja de insistir (automatón), obstinadamente se empecina en lograr aquel pretérito goce, imaginado o no, pero perdido para siempre. De aquí que la nostalgia del goce de la infancia persiga y, por tanto, determine cuanto hace, piensa y desea el sujeto humano. (Aunque de diferentes maneras ¡a Dios gracias!, o más bien las gracias habría que dárselas a la Función-del-Padre).

 

¿De qué habla la religión? La religión, tanto más la cristiana, no habla de otra cosa que no sea de la impotencia de Dios-Padre respecto a la malsana tendencia del ser humano al goce-Todo o, como habitualmente se dice, denuncia y al mismo tiempo falla respecto a la condición humana, a hacer del hombre un ser mejor de lo que en ocasiones es. Cierto es asimismo que la religión habla de todo ello mediante sublimes metáforas, metáforas que a los comentaristas cristianos, a los cabalistas judíos y a otros reconocidos exégetas les ha sido imposible encontrar el deseo que encierran. Lo que se conoce es que los hombres, en otros tiempos, mataban por la fe –estaba pensando, discúlpenme, únicamente en los cristianos–, pues la búsqueda del Santo Grial, por ejemplo, no se cobró pocas vidas. Hoy la soberbia que anida y corroe al hombre es otra que la que impulsó a construir la Torre de Babel, y antes de la singular hazaña de aquellos esforzados individuos la Biblia hebrea nos recuerda a Eva, a la mujer que se atrevió a transgredir el deseo del dios de Abraham al comer el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal, fruto que convertía en dioses a la raza humana, a ella la primera, a falta de saborear el manjar del árbol de la vida, que los haría seres inmortales.

 

Es otra hoy la soberbia, más sólo en lo fenoménico, pues el sujeto humano, no pocos al menos, siguen erre que erre con su obstinado deseo de lograr lo Real con el fin de obturar su falta-a-ser, para suturar, por consiguiente, la corrosiva herida al narcisismo del Yo. Así es, más si cabe y esencialmente, cuando en la estructura familiar no ha operado adecuadamente la Función-del-Padre, función coercitiva de la malsana tendencia al goce. Es más, esa necesaria prohibición, el No del padre, o de quien opere esa función, hace que el sujeto no se quede entrampado en la narcisista dimensión del objeto petit a (JA: goce perdido para siempre y por ello causa del deseo) y, por lo mismo, permite nuevos y mejores lazos sociales, en suma nos socializa al desviar las pulsiones hacia fines culturales y morales, utilizando palabras de Freud.

Que Dios haya muerto, como gustaba repetir al iconoclasta y genial bávaro Friedrich Nietzsche, indica que dios es inconsciente, pero no sólo en el sentido que advirtió François Regnault, pues en ese ámbito rige la lógica del goce-Todo tanto como la inmortalidad. Siendo así, ¿qué impediría chancearse de los sacrosantos mandamientos de la religión cristiana? Así hubo de pensar el Otro, –nombre lacaniano del inconsciente freudiano– de Marta Ferrusola. Cierto es que la esposa del exhonorable expresidente de la Generalitat de Catalunya concede a Freud el mérito de haber demostrado la impotencia de Dios Padre respecto a la condición humana, pero es igualmente destacable que Marta Ferrusola ignora también que el padre, o más exactamente la necesaria Función-del-Padre en el temprano tiempo del complejo de Edipo, no fue menos impotente en su caso a juzgar por las degradantes páginas que ha dejado para la historia.

 

Tal vez lo más lamentable de la saga de los Pujol-Ferrusola sea la herencia. Mas no me refiero en esta ocasión a la deixa (supuesto legado) de don Florenci Pujol i Brugat, sino a la herencia psíquica y, por ende, sociocultural, que este matrimonio, que parece que no ha cambiado nunca los muebles del comedor, ha dejado a sus hijos.

 

En un mundo en el que Dios no habla, tenemos el deber ético de subsanar esa omisión, cosa con la que los tiranos y corruptos, exuberantes de narcisismo y rodeados de ingenuos y/o aprovechados palmeros, sin duda no contaban.

 

Girona, 8 de mayo de 2017

Josep Miquel Pueyo