El psicoanálisis sólo tiene un medio: la palabra

 

Se está celebrando en el Hospital de Santa Caterina, el curso que sobre «La clínica psicoanalítica en nuestros días» ha organizado el Colegio Oficial de A.T.S de Girona. En el programa del curso, que dura tres meses (diciembre 1983 — marzo 1984), destacan los temas que hacen referencia a la historia de la locura, la clínica psicoanalítica, la clínica psiquiátrica, y la formación psicoanalítica. Así nos ha contestado a las preguntas que le hemos formulado el director del curso, el psicoanalista José Miguel Pueyo.

¿Qué es la clínica psicoanalítica?

La clínica psicoanalítica es la clínica del síntoma. Quiere ello decir que el síntoma es sufrimiento que habla, y que eso significa que el sufrimiento no es el dolor que la afectividad nos hace suponer. El síntoma, lejos de ser una señal, es un nudo significante (un significante es aquello que puede remitir a cualquier cosa, no a un significado concreto), y consecuentemente, sólo cabe la vía significante (interpretación psicoanalítica, presidida por el equívoco y no por el sentido) para desanudarlo. Es por esto que se puede afirmar que nada más desatinado, –y como no podía ser otra manera también para Freud–, que las técnicas afectivas o activas (cognitivo-conductuales). El primer psicoanalista siempre compara al psicoanalista con el cirujano, porque impone silencio a sus afectos y opera con todas las reglas del arte.

 

¿Nos podría decir qué diferencias existen entre la clínica psicoanalítica y la clínica psiquiátrica o psicológica?

Advierto que usted está en el buen camino, y no es lo de menos si tenemos en cuenta las inteligencias que pululan en nuestro entorno y aquellas otras que se jactan de conocer lo que absolutamente ignoran. Leo en lo que dice que no desconoce la ideología en el ámbito por el que pregunta. Le responderé con algo básico a la vez que fundamental como es que el psicoanalista, del mismo modo que no pasa tests, no receta pastillas ni recomienda baños, electricidad o ponerse en forma marcando el paso. El psicoanálisis sólo tiene un medio: la palabra. Pero no prohíbe nada..., allá cada cual con su cruz, esa que siendo muchas veces familiar, para el portador (del gozo sufriente) le es habitualmente opaca.  En el lazo social que es el discurso psicoanalítico, la palabra del psicoanalista, a diferencia de lo que ocurre en casi todas las prácticas psicoterapéuticas, no es una ardid para el adoctrinamiento y la sugestión. En resumen, el aprovechamiento de los poderes que delega el paciente al otro (al médico, al terapeuta…) en la transferencia, está fuera de lugar en una práctica que, como la psicoanalítica, esta presidida por la ética del bien decir del síntoma.

 

La clínica psiquiátrica se recrea en la contemplación de las manifestaciones morbosas (fenomenología del síntoma), se fundamenta en el diagnóstico nosológico (DSM III) y propende tratamientos (habitualmente biológicos y cognitivos-conductuales); mientras que la condición de la cura psicoanalítica (tratamiento psicoanalítico), que a diferencia de éstas no tiene en la etología, en la conducta animal, su fundamento teórico, es la suspensión de esos saberes y actividades.

Cabe indicar que no porque no sea un psiquiatra el psicoanalista tiene que presumir ignorancia en el saber de la clínica psiquiátrica y en la historia de la locura. En este curso, y desarrollando lo que apuntaba en el curso anterior, pienso dedicar un espacio a los trabajos de Michel Foucault y de Robert Castel, que si bien tienen muchas limitaciones respecto a los descubrimientos del psicoanálisis, me interesan más que por la anécdota y el carácter sociológico que revisten por la atención que estos autores dedican a los fundamentos de la clínica psiquiatría, fundamentos que, lejos de ser científicos, son absolutamente ideológicos.

La clínica psicoanalítica nos hace pensar en la confesión o por lo menos en una variante de ésta ¿Guardan alguna similitud?

El famoso neuropatólogo Gonzalo Rodríguez Lafora, el agustino César Vaca y el sacerdote, teólogo y psiquiatra Juan Bautista Torrelló, entre otros, olvidaron, si es que acaso lo sabían, lo fundamental: que el psicoanálisis nació al romper con la confesión. Y la cosa, rectifíqueme si me equivoco, no era tan difícil... La confesión es un saber que se comunica, el saber de los pecados; mientras que en psicoanálisis se comunica un saber sin saberlo, un saber-no-sabido por el Yo: el saber en psicoanálisis debe ser objeto de la interpretación del psicoanalista. La confesión, por otra parte, es un sacramento que promueve una penitencia, y el penitente busca en ella la absolución para sus pecados. El psicoanálisis no es, obviamente, un sacramento y, por otra parte, el acto psicoanalítico más que absolver lo que hace es disolver… Y de igual modo que la interpretación psicoanalítica no es hermenéutica, nada tiene que ver con el consejo que da un amigo.

Se tiene la impresión que el psicoanálisis es para un élite, cara ¿qué hay de cierto en ello?

En realidad nada. El criterio de analizabilidad no se fundamenta ni en la inteligencia del paciente ni tampoco en su actitud hacia el psicoanálisis. Por otra parte, ni el tiempo ni el dinero están sujetos a estandarización. Y lo importante es que hay razones teóricas para que eso sea así, que no se trata en psicoanálisis de obrar como el buen samaritano ni todo lo contrario. Hay que tener en cuenta, también, que hoy día se analizan más estudiantes que en otras épocas artistas y escritores.

 

¿A qué atribuye las críticas que en nuestro país se han hecho al psicoanálisis y cuál es la situación actual?

El desconocimiento que se tuvo en esta materia, no menos que la ideología, jugaron un papel determinante. Ya en 1909, el famoso histopatólogo Miguel Gayarre y Espinal confundía el psicoanálisis con el método catártico y ponía sus reparos ante tan prolija confesión. Y en 1911 aparecen los artículos con signo diferente de Brienzo y José Ortega y Gasset. Sería también el célebre filósofo madrileño quien promovería la traducción de las obras de Freud al español, por Luís López-Ballesteros y de Torres, primera edición completa a nivel mundial que saldría a la calle en 1922. Pues bien, la traducción no garantizó nada. Y cuando más tarde se lo asume, unos lo hacen con fines adaptativos, y otros entienden que de lo que se trata en Freud es de una nueva concepción del mundo. Con la guerra civil nuestros primeros psicoanalistas toman la vía del exilio, y Argentina recibe sus aportaciones. Sería también este país hispanoamericano uno de los primeros en difundir el psicoanálisis lacaniano. Es decir, una nueva lectura de Freud que permitía gracias a cuatros letras (S1, S2$, a), colocadas en un posición espacial particular, así como de recursos topológicos, vía fundamental de la transmisión del psicoanálisis, poner entre paréntesis la anécdota, los juicios de intención y la suficiencia del saber. En España sería la enseñanza de Oscar Masotta, quien en 1977 fundó la Biblioteca Freudiana de Barcelona, la que promovió un interés inusitado por el psicoanálisis lacaniano. En Girona dictaría uno de sus primeros cursos, pero con escasa o nula incidencia clínica. A su muerte acaecida en Barcelona en 1979, aparecen diferentes grupos entre los que destaca por la propagación del discurso lacaniano la Escuela Freudiana de Barcelona. Las revistas especializadas agilizan la difusión de este nuevo discurso, ante el cual el Instituto Psicoanalítico de Barcelona, vinculado a la A.P.I (Asociación Psicoanalítica Internacional) sólo respondería con ocasión del XXXIII Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Madrid el pasado julio.

 

La formación psicoanalítica es otro de los temas que aborda en este curso ¿Qué puede decirnos al respecto?

Siempre ha sido un tema controvertido no menos que complejo. Es una formación que no contempla la Universidad, aunque en la actualidad existen fuera de España experiencias en este sentido. La formación del psicoanalista es inseparable de la transmisión de la experiencia analítica. Pero la cuestión es saber ¿qué es la transmisión psicoanalítica?. Pues bien, aquí transmisión no es igual a propagación de un discurso, que vendría a coincidir con el «psicoanálisis en extensión», contrapartida del «psicoanálisis en intensión» (básicamente la cura psicoanalítica). En mis seminarios, más difícil es hacerlo en un curso, intento que la información no opere en detrimento de esa misma experiencia, de una experiencia ligada a la transferencia. Que la condición sine qua non del análisis sea el análisis, esto es el análisis del psicoanalista no significa que la actividad del pensamiento le sea un estorbo. Habría que diferenciar, por otro lado, entre legitimación de un práctica y autorización en esa práctica, así como la cuestión del análisis del candidato a psicoanalista, el trabajo del «cartel» y el «pase», esto es, del dispositivo que diferencia al psicoanálisis lacaniano de cualquier otro. Éstas son, en resumen, algunas de las cuestiones que me interesan desarrollar en este curso. No puedo dejar de recordar, con más razón por cuanto que lo que hoy nos convoca es «La clínica psicoanalítica en nuestros días», una acertada observación de Lacan que desearía que presidiese este curso: «Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de la época.»

 

1984

José Miguel Pueyo