La fuerza de la sublimación y el espíritu reivindicativo de una poeta en la moral de una época.

Historia De Una Pasión, de Terence Davies

El cine puede deleitar, puede ser una experiencia estética singular para los sentidos, tanto al menos como la poesía. En ocasiones, el cine eleva al espectador, siquiera por un momento, a otra realidad distinta de la cotidiana o lo introduce súbitamente en lo más sórdido de la existencia y, del mismo modo que hace transitar a otros lugares, esporádicamente el cine propende identificaciones con personajes insólitos con los que el espectador comparte su destino, a veces incluso funesto. Otra cosa es que el llamado séptimo arte sea catártico, como imaginaba Aristóteles cuando hablaba del teatro. El cine participa plenamente, como es conocido, de la pulsión escópica, y en esto puede superar a la pintura y a la escultura. Pero para que tenga éxito, lo que se da a ver en la pantalla tiene que tener talento. Lo consigue, sin duda, Terence Davies (Liverpool, 1945) en su película Historia De Una Pasión (A Quiet Passion, 2016).

El director inglés presenta en esta ocasión la vida de una de las mejores poetas norteamericanas del siglo XIX, Emily Dickinson, (Armhest, Massachusset, 1830-1886), una mujer que luchó, en solitario, por el deseo de reconocimiento, hecho que, de algún modo, pareciera que sigue al emérito filósofo alemán Friedrich Hegel (Stuttgart, 27 de agosto de 1770 - Berlín, 14 de noviembre de 1831). Claras son las referencias de Ingmar Bergman (Suecia 1918-2007): el tratamiento de la luz, los ambientes cerrados, austeros y misteriosos a la vez, el uso de primeros planos. Y también la puesta en escena está influenciada por el pintor danés Hammershøi (Copenhague 1864-1916) y el gran director danés C.T Dreyer (Copenhague 1889-1968). Ambos artistas trabajan a la perfección los espacios interiores y buscan la intensidad dramática máxima con el mínimo posible. Estás influencias están relacionadas por su forma de tratar el alma humana y especialmente el de personajes femeninos. Los tres dominan la luz sobre la escena y crean atmósferas especiales, misteriosas, mostrando un alto nivel artístico y de contenido. En efecto, Davies articula perfectamente en esta película lo artístico con el sentido, si bien ambos aspectos no son del todo originales. Casi desde el primer plano se advierte esa inextricable relación. Lo que nos da a ver Davies es una historia, sin duda biográfica, tanto como lo son las llamadas novelas históricas, no menor por conocida, la de una mujer de talento que se rebela, de un modo solitario y con la única arma de la pluma, contra un orden moral dispuesto a reprimir sentimientos y que impide a la mujer expresar sus deseos. En este punto se reconoce la extensión de otra articulación, la de la moral cristiana en la época victoriana. En Elle, como dije en su día, su director, Verhoeven, construyó el relato a partir de la pregunta ¿Qué quiere una mujer?, mientras que Historia De Una Pasión está más del lado ¿Qué es ser mujer?  En los dos casos, empero, lejos están de haber despejado ese pretendido y complejísimo propósito.

Historia De Una Pasión comienza en lo que fue el famoso Seminario para Señoritas Mary Lyon (Machassuchet, 1797-1849) de Mount Holyoke. El propósito de esta institución era que sus alumnas modelaran su intelecto y todo su ser con la moral cristiana, por tanto que asumieran mandatos superyoicos conformes a la rectitud de esa ideología, especialmente retrógrada en algunas zonas de Nueva Inglaterra. Como no podía ser de otro modo, no falta en la película de Davies una autoritaria profesora. El despótico personaje, en su aparición, ocupa el centro del plano, y desde ese lugar de dominio pregunta a las alumnas si quieren salvarse, por supuesto también y aun fundamentalmente de las abyectas tentaciones de la carne y de lascivos pensamientos. Para tal fin invita a las alumnas a ponerse a la derecha las que quieran salvarse entregándose al Señor de manera absoluta en su vida y en su profesión. Por otro lado, ordena ocupar la parte izquierda a las que se salvarán siendo seguidoras ejemplares de los preceptos de la Santa Madre Iglesia. Pues bien, Emily Dickinson, la heroína de la película, se queda sola, sin moverse. Clara oposición que vislumbra el talante rebelde de la poeta. En otros términos, la joven Dickinson no parece estar conforme con lo que la profesora propone. Tal vez porque en su fuero interno contempla otra vía para realizarse como mujer que la que propone aquella reconocida institución educativa. De cualquier modo, Dickinson rompe con la determinación sacra de lugares para el sexo femenino. En el contraplano, y por tan arrogante comportamiento, vemos a la acusadora y ahora enfadada profesora. La joven resiste apoyada en su imaginación. A ese plano le sigue el que puede ser considerado como uno de los mejores de la película. Fotografía exquisita que muestra la soledad del personaje mientras espera a su familia, antes de abandonar el Seminario para Señoritas Mary Lyon. Y que funciona como preludio a lo que será el encierro en su propio universo de la casa familiar y en el que transcurrirá una pasión y un amor absolutamente sublimado que actúa como marco para la película.

Todo indica que Emily Dickinson tuvo apasionados amores en tiempos precedentes, pero ninguno, que se sepa, fue consumado. Sublimados, quizá, en relaciones epistolares, mantenidos en el tiempo por la fuerza de la imaginación, y tal vez soportados e incluso incitados, al modo de las místicas, por el arte escriturario. Dickinson se da a la escritura, de madrugada, como vemos en la película, no sin antes pedir permiso a su padre. Tras la muerte de éste, su hija se encierra en su cuarto hasta el día de su expiración. Quizá Dickinson escribía a la hora que Ingmar Bergman (1918-2007) definía mejor que nadie en su película La hora del lobo (1968), «La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el ensueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…». La soñadora poeta escribió así casi la totalidad de sus 1700 poemas, los cuales permanecieron ocultos hasta ser descubiertos después de su muerte por su hermana.

 

Movimiento excepcional de la cámara es una panorámica de 360 grados de una escena que muestra la familia Dickinson despreocupada, todo el universo de la protagonista y todo el amor que la joven poeta profesaba a sus familiares, más si cabe a su padre. La cámara empieza en Emily Dickinson y al volver a ella su rostro ya no es el mismo, signo de la fragilidad del ser humano, también de la mujer que la poeta encarna, no menos que lo efímero de los objetos y del paso del tiempo en los lazos afectivos.

 

Emily Dickinson no es un ser sin deseo. Ella desea un hombre, un hombre del que sueña que aparezca a media noche en su cuarto. La escena es alucinatoria, pues desde la puerta cerrada de su habitación transita un hombre sin rostro, un espectro, el fantasma que quizá la sostiene en aquel encierro que es, por su deseo, la casa paterna.

La película no es sin los poemas de la protagonista, en voz en off, que lejos de molestar dan empaque a la escena, de modo que a pesar de que el metraje es algo largo, el ritmo narrativo fluye sin grandes pausas. Davies, nos ofrece también en esta película una elipsis sencilla, emotiva y contundente, pese a que la elipsis, como técnica narrativa para mostrar el paso del tiempo saltándonos la linealidad temporal del relato, no es sin problemas para los directores, guionistas y montadores. En Historia De Una Pasión, el salto temporal de la juventud a la adultez de Emily Dickinson se muestra a partir de daguerrotipos (primer procedimiento fotográfico anunciado y difundido oficialmente en el año 1839). Así es cuando retratan a toda la familia. En un primer instante los personajes tienen una edad, la cámara se acerca y al final del retrato ya están envejecidos, el tiempo no es el mismo.

 

Los diálogos no adolecen de frases agudas, con un ingenio que de otra manera parecerían ridículas, y que fluyen de boca de unos actores que llevan a cabo una excelente interpretación. Todo el reparto está a la altura artística de la propuesta cinematográfica. Emily Dickinson la encarna Cinthia Nixon (New York, 1966) conocida por su papel en la serie Sex and the city (HBO 1998-2004) y que trasciende el registro televisivo para regalarnos una singular puesta en escena.

La historia de Emily Dickinson puede ser entendida desde la sublimación de las pasiones, también de cómo son capaces algunas personas de vivir, desde lo imaginario apoyado en lo simbólico del arte escriturario, una realidad, su realidad. La vida de esta poeta no fue sin síntomas nerviosos. Sufrió, entre otros, de los que los doctores de su época denominaban postración nerviosa y que Davies nos muestra con grandes espasmos corporales y ataques histéricos clásicos. La referencia en aquella época para tratar la histeria estaba en Europa y maestro era el célebre neuropatólogo francés Jean Martin Charcot (1825-1893). Pero la película no muestra el tratamiento para la postración nerviosa, sólo los síntomas histéricos provocados siempre después de grandes crisis personales de la protagonista, y que el director relaciona con una de las enfermedades que aquejaban a Dickinson, la enfermedad de Bright (enfermedad renal, conocida ahora como Nefritis) y que acabó con su vida en la casa paterna donde permaneció encerrada, como mencioné, rodeada de familiares. Los portentosos ojos azules de la protagonista se cierran y una enorme sensación de desasosiego, de vacío, sin duda, atraviesa al espectador. Emily Dickinson muere sin reconocimiento pero entre los suyos, y como ella misma dijo: «No salgo del terreno de mi padre, para visitar ninguna casa ni ir a ninguna ciudad, para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro.»

 

Girona, 02/11/2016

Sergio Domínguez