El «Dar» y el «Sentido». (Dos conceptos que sobrepasan al psiquiatra Viktor Frankl y a su discípula, la psicóloga Boglarka Hadinger)

 

Quizá ayer, como decía una señora a la hora del almuerzo, «tocaba otra Contra» de La Vanguardia. En realidad, coincido plenamente con aquella señora en que «era más que nunca necesario convocar ideas afables, esperanzadoras y, también, menos demagógicas». Ante todo porque estamos ya hasta la coronilla de gente que se llena la boca con palabras rimbombantes, individuos que en su beneficio, pero sin tener la más mínima idea de lo que hablan, no dudan en vincular la espiritualidad (por lo que este término tiene de trascendental) con las neurociencias (por lo que hace al supuesto number one del rigor y la evidencia científicas), por ejemplo.

 

En esta ocasión el problema radica en el saber del Viktor Frankl (1905-1997). De este neurólogo y psiquiatra vienés, ensalzado por la doctora en Psicología y logoterapeuta Boglarka Hadinger, lo primero que cabe decir es que fue un clínico que, por haber sufrido las penalidades de las personas que abarrotaban los campos de exterminio, como fue el de Auschwitz, se arrogó el derecho de afirmar que «era un enano en los hombros del gigante Freud, circunstancia que le proporcionaba mayor y mejor perspectiva del sujeto humano, de la sociedad y de la cultura.»

 

Viktor Frankl en su afán, de superar a Freud, a imitación de otros malogrados y desorientados clínicos y pensadores, creó algo, en esta ocasión, la insustancial logoterapia. ¡Y por Dios que consiguió el desastre, o sea, justo lo contrario del singular descubrimiento y lo que enseñaba Freud! Como es conocido, la logoterapia es un procedimiento terapéutico que no supera el pensamiento cartesiano que el primer psicoanalista subvierte. Tanto es así que los fundamentos teóricos de la logoterapia se inscriben en el ámbito de las disciplinas que reducen al sujeto humano al Yo consciente, mientras que la idea de salud guarda una estrecha relación con la adaptación a un modelo ideológico de sociedad. Es igualmente conocido que del mismo modo que Frankl no pudo desligarse de los principios de la psicología clásica, tampoco pudo con la moral de los griegos de los tiempos gloriosos. En cuanto a la práctica clínica, la logoterapia y el análisis existencial, bastaría recorrer los textos fundamentales de estas terapias para advertirlo, no aportan nada distinto a un síntoma cultural para ayudar a las personas a abandonar sus sufrimientos, ya sean neuróticos o de cualquier otro tipo, y que tampoco ofrecen recurso alguno para el desarrollo ético y/o intelectual.

 

¿Pero qué entienden los logoterapeutas por «dar» y por «sentido»? Viktor Frankl afirmaba, como recuerda Boglarka Hadinger que:

● «Uno sólo se convierte en una persona madura, competente y fascinante cuando empieza también a dar. Dar y recibir van unidos.»

● «Y que el sentido es lo que nos salva y creó escuela».

 

¿Qué es entonces «dar»? Hadinger, siguiendo a su maestro, sostiene que «Ninguna relación es buena, ni siquiera la de padres e hijos, si alguna de las partes no hace algo por los otros. Es importante que todos nos sintamos necesarios y útiles».

 

El «Dar» de la logoterapia, no va más allá, como acabamos de ver, de una de las acepciones que sobre este término recoge un diccionario general. ¡Señor, señor! Éstas y otras ideas de Perogrullo, delicatessen intelectuales para gente desprevenida y desorientada en nuestra sociedad hipermoderna, son las que también pueden escuchar los alumnos de Hadinger en la Universidad de Tubinga y en la Sigmund Freud en Viena. Y ha sido precisamente para ofrecer tan memorable información, que esta psicóloga se encuentra en Barcelona, donde ha impartido un seminario de Logoterapia y Análisis Existencial (ALEA).

 

Es dable pensar que «Dar lo que uno no tiene a alguien que no lo es», que como se sabe es una de las fórmulas más conocidas de Jacques Lacan, le debe sonar a chino a Hadinger. Sin embargo, esta fórmula recoge una de las definiciones más clarificadoras de qué es el amor.

 

● Una primera aproximación a la primera parte de la fórmula («Dar lo que uno no tiene») permite señalar lo obvio, y lo obvio es que ‘uno no puede dar lo que no tiene’. Obvio, sí, pero siempre y cuando uno crea que no lo tiene, y el otro, el partenaire, piense también que su amado no lo tiene o no lo es.

 

● ¿Pero qué es eso que uno no tiene o no es, y que, sin embargo, el amor quiere olvidar? Lo que uno no tiene y tampoco es es el falo. ¿Y qué es eso que llamamos falo? Permítanme que recuerde que se trata de un objeto que siendo cualquiera no obstante es el más precioso y apreciado por todas las personas. En efecto, lo que llamamos falo (según una antigua tradición helena) es el objeto más precioso y apreciado en tanto que todas las personas sin excepción piensan que ese objeto (cosa, animal o persona) puede calmar todo padecimiento e insatisfacción y, por ende, puede convertir a una persona en un ser absolutamente feliz. En fin, en el amor, ciertamente, los enamorados piensan que el otro tiene ese objeto o incluso que lo es.

 

● ¿Qué es la felicidad? Se trata justamente de eso, de que el otro o lo otro me complete, me haga sentir completo (la unicidad que morbosamente reclaman los budistas, ejemplo) con ese precioso objeto, con el falo, (que puede estar representado en el dinero, en una afición, en un ideal social, político o religioso, en un animal de los llamados de compañía, y en ocasiones en una persona, ya sea el partenaire, el hijo…). ¿Qué hace entonces ese objeto? Sutura la herida narcisista del deseo, sutura la hiancia del sujeto humano, la misma que le produce la insatisfacción que define al deseo, pero que al mismo tiempo es la causa de todo lo bueno y de todo lo malo que hacen las personas.

 

● ¿Qué no sabe el amor? Ignora o quiere desconocer que el otro, el partenaire, siempre es una suplencia del objeto perdido en la infancia. Los enamorados tienden a creer que el otro tiene «ese no se qué» que al otro le falta para ser absolutamente feliz, «ese no se qué» que, al completarlo, sutura, como acabo de señalar, la herida existencial, o como diría el filósofo, la falta ontológica del ser.

 

Hadinger tampoco va más allá de lo trivial cuando dice que «La primera tarea es el trabajo con uno mismo, aprender a modularse: corregir los defectos, potenciar las virtudes. La segunda es con las personas que nos rodean: entender que si queremos ser felices, no lo seremos si ellos no lo son. Por último, cada uno de nosotros tiene una tarea con el mundo, y eso es la búsqueda de sentido.»

 

Cierto. Pero ¿cómo se llega a lo que entiende fundamental y necesario? Lo estropea absolutamente, entiendo por falta de análisis personal y de mejores lecturas. Sea como fuere, lo evidente es su incapacidad para advertir, como les ocurre a no pocos poetas, la verdad que dice en lo que expresa. Y es que del mismo modo que está en lo cierto cuando señala que «Se trata de preguntarse para qué merece la pena seguir viviendo. Si estás vacío de sentido, lo llenas con adicciones, deseos, consumo; o a base de relaciones que te sostengan. Pero siempre llega el día en que el vacío existencial te duele, y si ves la cara de una persona a partir de los 50 sabes si está llevando una vida con sentido o no», a Hadinger le pasa por alto que todo sentido es religioso, por tanto ideológico, y que lo que ofrece, por consiguiente, tiene mucho que ver con el fanatismo ideológico. (Un sentido para la vida. ¿Cuál? El agalma, el falo, o si se desea el objeto a, encarnado en los ideales de los prelados cristianos, o quizá el buen sentido agalmático es el fundamentalismo islámico, o quizá el bien supremo es el liberalismo moderado, o acaso se trata de la reivindicación anticapitalista…?

 

Girona, 25/07/2013

José Miguel Pueyo