Elle, o cuando lo perturbador no es suficiente


Existen en el cine al menos dos escenas de violación sexual más perturbadora e incómodas que la que presenciamos en el inicio de Elle. Me refiero a los filmes Baise moi, (Fóllame en España) de Virginie Despentes, 2000, e Irreversible, del director Gaspar Noé, 2002. Estas dos películas están en las antípodas de lo que pretende el director holandés Paul Verhoeven, autor entre otras películas de Basic instinct, 1992 o Showgirls, 1995.

Se apaga la luz en el cine y con el negro de la pantalla se escuchan gritos que no podemos identificar si son de una agresión o de un acto sexual salvaje. La oscuridad se ilumina y vemos el plano de un gato que mira fijamente al fuera de cuadro que evoca la todavía desconocida acción. El director coloca al espectador en posición de voyeur, buscando que nos identifiquemos con la curiosidad primaria de los felinos. La primera duda concierne a si la propuesta del director es interesante o ridícula. En el contraplano y tras los gritos recién escuchados, un hombre encapuchado se levanta los pantalones, y después de limpiarse la mano de sangre abandona el escenario de una supuesta macabra acción.

Vemos luego un bello plano de Isabelle Huppert, (París, 1953) en el suelo, similar al de la película La Pianista de Haneke, 2001. Es como si el director quisiera poner al espectador en una situación de difícil elección, pues acaba de ser testigo de una violación pero la puesta en escena es estéticamente bella, perfectamente encuadrada, grabada con delicadeza, seductora, por lo que el espectador puede dudar si ha sido testigo de una violación descarnada o de una violación consentida en razón de una perversión. A esto juega Verhoeven durante la película, a intentar introducir al espectador en un mundo oscuro, con deseos que pueden ser depravados. Pero apenas lo consigue.

 

La película tiene una premisa teórica y unos actores que la podrían haber hecho interesante. Verhoeven no es el director austriaco Michael Haneke. No basta con que el relato sea original y perturbador, ya que no existe en Elle estremecimiento, tan solo una distancia fría, neutra. Ni siquiera entramos en la controversia, en el desprecio o en el reconocimiento de deseos deleznables. La excepcional Isabel Huppert, aunque una vez más vuelva a hacer de ella misma, es lo único que mantiene a flote la película, casi el único placer que puede advertirse en la sala.

El director sin duda desea mostrar a un personaje femenino con una estructura histérica clásica, insatisfecha, caprichosa, que eleva al amo a los altares para luego dejarlo caer y servirse en él. Es decir reinar sobre el amo.  La historia de un padre psicópata, parece funcionar como justificación del comportamiento patológico de la protagonista pero no deja de ser una técnica de guión para mantener atento al espectador. Los referentes al psicoanálisis son constantes; al complejo de Edipo cuando la protagonista le dice a la madre que esté tranquila que no se sacará los ojos. A Medea, en relación a su ex pareja y los celos que sufre. La mala relación con la novia de su hijo y el control que quiere ejercer sobre él. Aspectos que podría haber aprovechado el director para profundizar en el alma humana pero que nos muestra de forma ortopédica, forzada, pretenciosa, como si quisiera hacer una obra intelectual, trascendente y todo queda en algo frívolo, superfluo, incluso por momentos absurdo.

El relato comienza con fuerza pero se vuelve soporífero, con lugares comunes del drama burgués europeo o más concretamente francés. El vecindario, que me vuelve a recordar a Caché de Haneke, 2005. Personajes algo esperpénticos, en decadencia, corrompidos por una sexualidad depravada, como único elemento de goce, ricos. Es ese pensamiento elitista tan francés que todo gira en torno al goce del cuerpo, a sus síntomas, a sus patologías. Sí, la película sirve para caer en el goce de aquel que se pretende intelectual. La escena de la cena es una prueba de ello, también el trabajo de la protagonista, mujer de cierta edad de éxito en negocios innovadores y postmodernos. Ha pasado del mundo de la edición y la literatura al negocio del videojuego, para mí eso solo es un cliché snob. El humor negro pretende atravesar el relato, pero a veces es ridículo, e inverosímil.

¿Qué desea Verhoeven? Tal vez pretendía explicar que una violación puede darse lugar sin consecuencias traumáticas, y que, por otro lado, el violador se puede convertir en salvador de la víctima. El clímax es un giro de la protagonista quien parece haberse dado cuenta de la mentira de su vida y que ya no está dispuesta a seguir mintiendo, aunque es cierto que aun diciendo la verdad hace daño a todo el mundo. Es un intento de querer indultarla por parte del director que demuestra cierto atrevimiento pero poca valentía.

 

No hay mayor controversia que la idea de deseo en la mujer de ser violada, la idea de que se puede gozar al ser violada. Constante en el debate feminista en la duda de si se trata de una fantasía del hombre al que accedería la mujer por una complacencia histórico-cultural y/o puramente masoquista, siendo en los dos casos un deseo que permitiría a algunas mujeres, sentirse mujeres, sentirse realizadas en una condición de ser mujer. Pero la película no aporta nada nuevo al debate, ni a la teorización, más bien es un juego estético perturbador, una pretensión errada que parece estar funcionando a la perfección en taquilla. Es una mezcla de aspectos psicológicos y psiquiátricos de manual trasnochado aplicados a un drama burgués. Pero no es valiente y apenas apela a la reflexión.

Freud, y así la función-del-padre, los deseos parricidas, los paroxismos histéricos, los deseos perversos, transgresores, el masoquismo erógeno y el deseo sádico, están presente en este filme pero de manera artificial, contados de forma plana e insulsa.

 

Nada aporta esta película a una de las preguntas que se planteó Freud, ¿qué desea la mujer? Tampoco respecto al deseo del hombre. Para mí no fue ni siquiera incómoda. En el arte, no por explicar una historia perturbadora y contar con una actriz icono, se consigue lo que el director desea.

 

Girona, 9 de octubre de 2016

Sergio Domínguez