Una recomendación innecesaria sobre la asexualidad

Pues contrariamente a la opinión de que la asexualidad se conoce mal porque «Hay muy pocos estudios científicos que hayan investigado vivir sin necesidad del acto sexual, y que, por ese motivo, los miembros de la comunidad AVEN (The Asexual Visibility and Education Network) se ofrecen para la investigación», tal como se afirma en el Diari ara («El desig sexual hipoactiu vs. la asexualitat», dimarts, 27 d’agost del 2013), lo cierto es que los psicoanalistas, desde hace bastantes años, conocemos algunas cosas de este asunto.

 

Me permito recordar, por esa razón entre otras, que el periodismo cultural implica por parte de quienes se dedican a tan noble tarea, y por lo que a la asexualidad se refiere, saber de la existencia de conceptos tales como afánasis, sublimación, castración simbólica, goce e inmortalidad, y haber leído, entre otros trabajos de Freud, una pequeña joya, más no sólo en tamaño, pues apenas supera las diez páginas, como es Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa(Contribuciones a la vida amorosa), 1912. Creo que conocerlo hubiera sido suficiente para no caer en los errores que dispensa la ignorancia, y lo que sin duda es más importante, a fin de no desinformar a los lectores sobre este tema. (Mal asunto, por muchos motivos, obviar que los psicoanalistas conocemos, desde hace muchos años, la función y sentido de la asexualidad y de otros aspectos esenciales de la vida amorosa. Pero la débil cultura postmoderma, mas como es conocido no sólo en la época actual, conlleva a esa suerte de nihilismo que es la malsana adicción a la dejadez intelectual).

 

Baste recordar aquí que el biógrafo de Freud, el psicoanalista inglés Ernest Jones (1879-1958) acuñó el término afánasis para indicar la desaparición de goce del acto sexual. Por el hecho de estar investigando la sexualidad femenina y fruto también de las costumbres sexuales de su época, Jones recaló en la afánasis como temor, y más concretamente la describió como un temor común en los dos sexos a la desaparición del goce del acto sexual, temor que tendría un origen más primitivo que la angustia de castración. (Sin duda la palabra a retener es temor, o más bien «temor inconsciente a ese daño supuestamente mayor para el narcisismo que es la castración, o sea, la separación del primer objeto amor -la mamá- y, por eso, siempre, perennemente añorado»). En realidad, la afánasis concierne a la castración en tanto temor del ser humano a su carencia ontológica, a su falta-en-ser, carencia que es la de ser precisamente un ser humano, un ser sólo comparable a los otros animales en las fechorías, incluso contra sí mismo, que puede perpetrar.

 

En Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa. (Contribuciones a la vida amorosa), 1912, Freud explica que pudo escuchar de sus analizantes que a veces amar a una persona no significa desearla sexualmente, incluso que esas dos corrientes, esto es, la tierno-afectiva (amor) y la sexual (deseo sexual) no iban siempre juntas. Y si bien es un hecho conocido que el sexo tiende a durar menos que el amor, y que es un factor esencial de conflicto entre las parejas de todas las épocas, lo que no se sabía hasta Freud era el porqué de esa eventualidad en la vida amorosa.

 

¿Cuándo temor a la castración y/o por la angustia de ser castrado, como adicionan muchos niños en el temprano tiempo del complejo de Edipo (de antes de nacimiento a los cuatro años, aproximadamente) hay en la persona asexual? ¿Cuánto temor en ocasiones al urvater (a un padre tiránico y celoso) del que el infans presume lo peor para su integridad, hay en el asexual? ¿No se trata ahí de una de las variantes de la inhibición que derivan de la angustia de castración? ¿Y dado que el síntoma está sobredeterminado y por el hecho de que cada sujeto es un mundo (razón por la que el tratamiento psicoanalítico siempre es «caso por caso», aunque las estructuras clínicas más bien son pocas), por qué no relacionar la asexualidad con esa forma de narcisismo que es la inmortalidad? Que el sujeto humano es un ser para la muerte se sabía antes de que el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) acuñase esa famosa frase. Pero este célebre pensador se dejó algo en el tintero: que el sujeto era para la muerte por ser un ser sexuado, nacido de la sexualidad. Y siendo así ¿por qué no imaginar conjurar la muerte con la asexualidad, con un síntoma que pretende eludir la vida del común de los mortales, hecho que denuncia lo caro que es el narcisismo para el sujeto humano?

 

Entiendo, obviamente, que quienes no se interrogan al respecto contribuyen al morboso síntoma de la decadencia de la cultura contemporánea.

 

Girona, 27/08/2013

José Miguel Pueyo