Apunte sobre Vargas Llosa y Javier Cercas
La publicación de su última novela (El héroe discreto. Editorial Alfaguara. Barcelona: 2013, en esta ocasión de carácter social, político y ético casi por partes iguales), ha convencido a Mario Vargas Llosa (como podemos leer en el Periódico, jueves, 12 de septiembre del 2013), de que debía mencionar a un crítico tan ingenuo como desconocedor de qué es el psicoanálisis como fue el filósofo Karl Popper (Viena, 28 de julio de 1902-Londres, 17 de septiembre de 1994).
Al apelar al pensamiento de Popper, Vargas Llosa no es consciente, creo, de que muestra algunos aspectos no menores de su subjetividad, o sea, de los determinantes de su manera de ser –en la que el padre y la mujer, como no podía ser de otra manera, tienen una importancia crucial– y, por otra parte, tampoco creo que se percate de que desvela ciertas limitaciones intelectuales de ese célebre epistemólogo sobre un tema del que Sigmund Freud, por el contrario, conocía muchos e importantes aspectos y del que era, además, su artífice teórico.
¿A qué asunto me refiero? Nada más pero también nada menos que al origen de la cultura, o si se quiere de las circunstancias que concurrieron en el paso del estado de Naturaleza del hombre al estado de la Cultura. Se conoce sin duda los grandes protagonistas de ese pasaje, o sea, de la salida del estado de barbarie (tiranía) a la cultura (democracia). Me permito, no obstante, recordarlos: el padre tiránico de la horda primitiva (urvater) y sus hijos, los mismos hijos que le dieron muerte y, por ende, su tiranía, como da a leer el primer psicoanalista en Tótem y tabú, 1913. Lo que dice Popper invita a pensar que desconoce, ocurre algo parecido con Vargas Llosa, que fue el primer psicoanalista el que diferenció también en ese ensayo la familia (horda primitiva) del complejo de Edipo (familia tal cual la conocemos desde aquella época), en fin, que fue Freud quien demostró que la ontogénesis (desarrollo del individuo) no reproduce exactamente la filogénesis (los pasos evolutivos de la especie a la que pertenece). Y estoy por pensar que uno y otro, filósofo y escritor, desconocen también que Freud, en otro trabajo no menos interesante, de carácter que algunos comentaristas han calificado de sociológico, Psicopatología de las masas y análisis del Yo, 1921, mostró los motivos por los que las personas recelan habitualmente de sus vecinos y qué los une en torno a un líder y/o a una idea.
Cabe indicarlo así porque Vargas Llosa cita sin más a Popper en una cuestión que concierne precisamente a los aspectos mencionados, esto es, a la cultura, a la sociedad y a la política. Pero veamos ya esas palabras que el escritor peruano recuerda de Popper: «Salir de la tribu es bueno porque es el comienzo del progreso y de la civilización. Pero la llamada de la tribu nunca desaparece. Y, a veces, esa llamada es muy fuerte.»
Como se habrá advertido, la primera parte de la frase de Popper no entraña ninguna dificultad, pero no así la segunda, dado que no está exenta de ambigüedad. Por otra parte, la frase en su totalidad y más por concernir a un tema relativo a la cultura, a la sociedad y a la política, alguien podría leerla únicamente desde los afectos, ‒o sea, desde las identificaciones que el sujeto toma del Otro familiar y social‒, problema del que no se salva del todo, como veremos, Vargas Llosa. Comoquiera que sea, la frase da bastante juego en el asunto que me propongo presentar, si bien lo haré aquí sucintamente.
De las diferentes maneras de analizar la frase de Popper que Vargas Llosa tiene a bien desempolvar, ‒por lo que es dable pensar que este filósofo es para el celebrado escritor una autoridad en asuntos de cultura, sociedad y política‒, una que hace al caso es la de las alternativas-escapatorias del/os hijos respecto del yugo del padre tiránico de la horda.
Como apunta Popper, «Salir de la tribu (sinónimo de separarse, independizarse…) es bueno porque es el comienzo del progreso y de la civilización». Pero como he indicado, el primero que lo dice y explica con todo lujo de detalles es Freud en Tótem y tabú, 1913. Dicho esto, para entender adecuadamente de qué trata la frase y sus implicaciones en la cultura, en la sociedad y la política actuales, entiendo que hay que subrayar que «Salir de la tribu» es ante todo salir del ámbito dominado por un padre, gobernante o líder tiránico, (metáforas del padre tiránico de la horda primitiva), salir del ámbito, por consiguiente, en el que rige la voluntad de un individuo que se caracteriza por hacer respetar las leyes que él impone a todos los miembros de la familia pero que él no respeta, hecho por el que se le ha calificado como padre de la excepción, de la excepción del cumplimiento de la ley. Y creo que no conviene menos recordar que Freud presenta en ese trabajo, como he dicho, tres salidas o alternativas para el hijo/s que vive/n en ese ámbito (familia, grupo social…) dominado por un individuo tiránico, iracundo y caprichoso, o para cuantos se reconocen constreñidos por la voluntad de individuos que no respetan las leyes que hacen cumplir a los demás. (La vara de medir ante las leyes, como se advierte, era radicalmente diferente en aquel mundo presidido por esa suerte de perversión que es la tiranía, que el que instituyeron los hijos, para los que las leyes regían por igual).
Veamos las salidas posibles de tiránica situación:
a) Algunos hijos pueden optar por quedarse en la tribu. Al hacerlo así deberán entender que tendrán que pagar el tributo del masoquismo, de la inhibición, de la desorientación del que se hace el tonto y/o que tendrán que adoptar la posición pasiva de la homosexualidad ante el padre iracundo, celoso y cruel.
b) Otra opción es abandonar la tribu. El hijo entonces estará expuesto a lo que le depare el medio ambiente, el Otro social, un medio externo habitualmente hostil, en ocasiones más que el de la horda, expuesto a un medio, en fin, del que de alguna manera lo protegía el padre.
c) Por último, el hijo puede decidir luchar (pleitearse) con el padre. En esta ocasión es evidente que se juega el todo por el todo, entre otras cosas y sobre todo por el poder omnímodo del padre.
¿Tiene alguna vigencia el mito de la horda primitiva? Esos y otros aspectos igualmente importantes de la horda primitiva que Freud presenta en 1913 a partir de algunas hipótesis sobre la vida del hombre primitivo de Charles Darwin, de James Jasper Atkinson, autor de Primal Law, 1903., y de William Robertson Smith, que escribió Religión de los semitas, 1889, fundamentalmente, lecturas que conjuga con la escucha a sus analizantes, en particular los neuróticos obsesivos, siguen existiendo hoy, de muy diferentes maneras, en lo individual, social y político.
Recapitularé para dar un paso más en la misma dirección. En Tótem y tabú, Freud presenta su versión más acabada de ese mito que es el último gran mito moderno, mito que relata el asesinato del padre de la horda primitiva por sus hijos, y cómo éstos (los parricidas) instauran, después del banquete totémico y el desenfreno de la gran orgía, la Ley fundamental del incesto (tabú) y la prohibición de matar al padre (tótem) y al semejante. La cuestión, la primera de ellas, es ¿qué supuso ese Acto criminal? Desde Freud sabemos que en el origen fue el Acto. ¿En el origen de qué? De la cultura. Por lo tanto, en el origen de la cultura hay un crimen, la cultura se inaugura con un crimen, con el Acto (parricidio) de los hijos en la figura del padre (urvater). ¿Y qué se deriva de ese Acto criminal? Se trata de un crimen fecundo entre otras cosas porque puso fin a la tiranía del protopadre. Tanto es así que fue ese asesinato el que finiquitó el poder de Uno sobre los demás, asesinato del padre, en suma, que inaugura la cultura con el paso de la tiranía a la democracia (respeto de todos por igual a las leyes).
La segunda parte de la cita de Popper que presenta Vargas Llosa («Pero la llamada de la tribu nunca desaparece. Y, a veces, esa llamada es muy fuerte»), es, como he indicado, ambigua y, por tanto, de más difícil explicación.
Creo, empero, que esa parte de la frase de Popper puede expresar que en determinadas circunstancias el sujeto humano queda atrapado de alguna manera en el modo de vida de la tribu (horda primitiva), y, de ser así, sería de tres modos. A saber:
a) Se conoce que los mismos individuos que no ignoran la existencia de las leyes fundamentales que rigen la cultura (la ley del incesto y la prohibición de matar) son llamados en algunas circunstancias -se dejan llevar, podríamos decir- a comportarse a la manera del padre de la tribu (horda primitiva). Ocurre así, en las guerras, donde no son infrecuentes las violaciones, las vejaciones de todo tipo y el asesinato; y puede ocurrir así también en algunas instituciones, como la militar o en las órdenes religiosas, por ejemplo, en donde los órganos de poder suelen aprovecharse obscenamente de su jerarquía.
b) Se conoce también que por el hecho de que el padre de una familia de nuestra época tenga las características del urvater, aunque no sólo por eso, los hijos que viven en esa situación familiar pueden presentar síntomas análogos a los que presentaban los hijos del padre de la horda primitiva, (fobia social, nerviosismo, problemas en el trabajo o el estudio, miedos paranoicos, síntomas de angustia expectante, etc., ciertamente comunes en muchas de las personas que hoy acuden al consultorio psicoanalítico);
c) Mientras que otros hijos pueden sufrir los embates de la trasgresión. En este último caso, los hijos se habrían identificado y/o aspirarían al deleznable proceder que caracterizaba al padre tiránico, sanguinario, caprichoso y todopoderoso de la horda primitiva. Por otra parte, ese comportamiento muestra el modo en el que están inscritas las tendencias pulsionales incestuosas y agresivas, pese a las leyes que intentan reprimirlas, en la condición humana.
Y, en realidad, el más conocido de los escritores nacidos en Arequipa (Perú, 1936), trata en su última novela, como indique de carácter eminentemente social, de asuntos a los que el psicoanálisis da luz, y él lo recuerda cuando habla de la misma: «El gran problema de América latina es la corrupción, un cáncer que destruye las instituciones, amenaza la actual prosperidad y hace que los ciudadanos tengan una actitud despectiva frente a la legalidad. Todo eso empuja al pesimismo más absoluto». Y añade, «Para mí los héroes discretos son la gente decente. Los héroes anónimos que no salen en las portadas de la prensa, pero que mantienen la moralidad cívica y política. Sin esa moralidad, cualquier Estado entraría en bancarrota». En otras palabras, entre la inhibición y la trasgresión, la ética, o sea, el ethos de las personas que se quieren héroes en la postmodernidad.
El nacionalismo
Vargas Llosa tiene una opinión conformada, como habitualmente se dice, de qué es el nacionalismo. En la presentación en Madrid de su última novela (El héroe discreto) dijo que no quería hablar de política, y que, por consiguiente, no se pronunciaría sobre la última Diada en Catalunya, aseveró lo que acabo de mencionar («Salir de la tribu es bueno porque es el comienzo del progreso y la civilización.»)
Estoy convencido de que el aplauso de los nacionalistas-independentistas sería en este punto unánime. Pero no conviene precipitarse a la hora de sacar conclusiones de las palabras del escritor. Así es porque a las palabras que Vargas Llosa toma de Popper, añadió que «El nacionalismo es la llamada de la tribu, una abdicación de responsabilidades, el hecho de no decidir en función de uno mismo». Y con renovado pesar quiso que se entendiera que «Es terrible que en un mundo civilizado el nacionalismo vuelva a sacar la cabeza» y llegue a «obnubilar a comunidades enteras», como ocurrió en Alemania y en Japón. Y es que para el peruano escribidor «el nacionalismo ha causado destrozos brutales a lo largo de la historia». América Latina sería el ejemplo por excelencia. Vargas Llosa tiene la absoluta convicción de que el nacionalismo «es una ideología anacrónica», y que si la humanidad quiere que haya «civilización y que se destierre la violencia de este mundo, hay que combatirlo con mucha energía, aunque es difícil librarse del mismo». ¿Pero alberga alguna esperanza en este delicado asunto? Sí, ya que «no ve que haya una mayoría de catalanes que vea en la secesión, en la desintegración de España, una solución a sus problemas.»
Además, Vargas Llosa da alguna solución contra su odiado nacionalismo. La tiene, y por lo que sabemos es la cultura. En efecto, para el premio Nobel de Literatura la cultura es el mejor instrumento para combatir el nacionalismo. Se equivoca, se equivoca radicalmente.
¿Por qué? Todo indica que el autor de La Fiesta del Chivo, 2000, ha olvidado o que ignora que la cultura puede servir y da lugar a muchas cosas, buenas unas y malas otras. ¿Es cultura el cristianismo, el islamismo, el judaísmo, el budismo; es cultura la psiquiatría, las farmacéuticas y la industria militar; pertenecen a la cultura las terapias psicológicas y naturalistas; es cultura la filosofía…? Las guerras de religión, los delirios ideológicos filosófico-morales, la creación de nuevas patológicas y fármacos para las mismas; el marxismo, el neoliberalismo, etc., etc., no parece que dejen en muy buen lugar la receta que propone Vargas Llosa contra el nacionalismo. Es cierto que cultura, entendiendo por tal la asunción de ideas que se derivan de la interrogación y el debate libre de afectos y de otros factores más sórdidos sobre un determinado asunto, puede tener efectos positivos para el desarrollo intelectual y ético de las personas. La cultura es un instrumento, sin duda importante, pero ni mucho menos suficiente. Sólo puede tener el valor que habitualmente se le atribuye cuando las personas se han liberado de los razonamientos y afectos tóxicos personales y del Otro social, y eso sólo se consigue con ese discurso que es la respuesta al discurso Capitalista: el discurso Psicoanalítico. Por otro lado, estoy igualmente convencido de que la cultura es incomparablemente mejor que la idea que escuché el año pasado en una conferencia de un desorientado, y dado a la anécdota baladí, profesor de Filosofía Política de la Universidad de Girona, quien sin empacho se atrevió a afirmar que «el nacionalismo era la mejor manera de combatir el neoliberalismo.»
En otro orden de cosas, Vargas Llosa, con su idea de que «El nacionalismo es la llamada de la tribu, una abdicación de responsabilidades, el hecho de no decidir en función de uno mismo», pone en práctica los despistes ordinarios a la verdad que practican los políticos, despistes que responden al nombre de retruécano, estilo críptico y eufemismo. Y es asimismo evidente que no pocas de las personas que en Catalunya han enlazado sus manos en la Cadena humana organizada por l'Assemblea Nacional Catalana del 11 de septiembre pasado, Día Nacional de Cataluña, conocida popularmente con el nombre de la Diada, y que este año estaba presidida por el lema Via Catalana cap a la Independència, se mostrarán reticentes a la hora de comprar El héroe discreto.
Sé que nada nuevo aporto al recordar que Karl Popper apenas entendió siquiera las ideas primeras de Freud, y puede afirmarse sin temor a error que Vargas Llosa desconoce la importancia de los descubrimientos del primer psicoanalista, por no mencionar a los de Jacques Lacan, así como la fuerza y pulcritud científica y ética de sus elaboraciones. Hubiese bastado con indicar, para que mi opinión hubiese sido menos crítica, que el año 1917, en un pequeño ensayo titulado El tabú de la virginidad, y en base a un trabajo del antropólogo británico Ernest Crawley, Freud acuñó la expresión «narcisismo de las pequeñas diferencias». Con esta expresión Freud intentaba explicar que una suerte de narcisismo es lo que nos distingue de las personas a las que nos parecemos, e intentaba también dar luz al deseo de independencia del hombre, deseo de independencia y narcisismo que vendría a explicar que comunidades vecinas o involucradas en asuntos comunes presenten disputas y una sensibilidad a flor de piel. Al lado de lo que denuncia el «narcisismo de las pequeñas diferencias» de la tendencia humana a la agresión, describe asimismo la prestancia de la imagen narcisista y de la envidia. Freud decía, «No es fácil para los seres humanos renunciar a satisfacer su inclinación agresiva; no se sienten bien en esa renuncia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los extraños. Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos con tal que otros queden fuera para manifestarles la agresión. En una ocasión me ocupé del fenómeno de que justamente comunidades vecinas y aun muy próximas en todos los aspectos se hostilizan y escarnecen: así españoles y portugueses, alemanes del Norte y del Sur, ingleses y escoceses, etc. Le di el nombre de ‘narcisismo de las pequeñas diferencias’ que no aclara mucho las cosas.»
En resumen, con la expresión «narcisismo de las pequeñas diferencias» Freud incide en la importancia del narcisismo y los afectos en las disputas individuales y sociales, y esa expresión es tan vigente como necesario es el paso de la alienación a la separación en el complejo de Edipo para todas y cada una de las personas que pueblan el mundo. Tampoco es despreciable que en Psicopatología de las masas y análisis del Yo, 1921, Freud describa el deseo gregario como un deseo característico de la horda, un deseo que, desde aquella lejana época y de manera habitual, muestra que las personas se unen en una relación de dependencia y sumisión en torno a un jefe, a un líder, a un dirigente político o religioso, o a una idea, que opera como ideal del Yo. En ese trabajo se advierte, por lo mismo, la relación entre la psicología individual y la social, y viceversa, así como el origen de los celos fraternos, la rivalidad entre hermanos, pero también el fervor idealista de la manifestaciones pacíficas en torno a un lema, y, como he indicado, al contagio sugestivo a lo que propone el líder, siendo relevantes las defensas irracionales y el oprobio a lo considerado como diferente.
Vargas Llosa había dicho en la presentación de El héroe discreto, el mes de setiembre en Madrid, que no deseaba hablar de política, menos aun de la Vía Catalana para la Independencia, pero lo cierto es que al final cedió en su deseo, tal vez porque el deseo era del otro, de su mujer. De creerle, y no existen razones para lo contrario, su mujer le había prohibido hablar de política, pues como él mismo confiesa, «No es que no me apetezca hablar de política, sino que no hablo porque mi mujer, a la que adoro pero a la que también tengo miedo, me lo tiene prohibido», dijo entre risas. De ahí que todo invite a relacionar, aunque lo haré sucintamente, el miedo a la mujer con el temor al padre.
La tiranía del padre como condición de la producción literaria de Mario Vargas Llosa. (O cómo la literatura ilustra de la repetición simbólica del trauma y del modo en que un escritor ve en la literatura el modo de repararlo)
Diré sólo dos palabras sobre la cuestión del enunciado de este pequeño trabajo, que como se recordará era «Del temor a un padre tiránico al miedo a la mujer, (quizá por temor al padre), la corrupción y el nacionalismo.»
Retomo para ese fin un pequeño trabajo que escribí en Madrid, en octubre del 2010, trabajo que puede entenderse como una primera aproximación a la relación entre el temor de Vargas Llosa por su padre y el miedo que él mismo dice sentir hacia su mujer, y, por otra parte, el lugar que ocupan estos factores en su producción literaria y en sus opiniones, en especial en las de carácter político.
En primer lugar, creo que venía a cuento, al menos desde el punto de vista de lo inconsciente, o sea, del Otro que nos habita y que determina cuanto pensamos, hacemos y deseamos, que Vargas Llosa le espetara a Liv Ullmann, que su experiencia con ella en un jurado de cine de Berlín fue sencillamente aterradora. ¿Repetición? Parece que no fue esa la primera vez que la presencia de la mujer provocaba miedo al celebrado escritor.
Sea como fuere, los boletines se hacen eco de que ocurrió así en el conocido programa de la televisión estatal sueca Skavlan, nombre del apellido de su popular presentador Fredrik Skavlan. Los transparentes ojos azules de la musa del malogrado director sueco Ingmar Bergman, produjeron la inquietante impresión de salirse de unas fosas ya cuarteadas por la edad, a lo que la momentánea rigidez de un cuerpo voluminoso y contrario a las sinuosas formas de la juventud, no contribuyó a distender los efectos del sin duda atrevido comentario. No parece que pudiera ser de otra manera en aquella dama de 72 años, mayor en dos que el osado contertulio, cuando el hispano escribidor dijo, con voz profunda y clara, que siendo la actriz presidenta de aquel jurado, impuso reglas tan rígidas para evaluar los filmes, que por un tiempo desapareció para él el encanto de las películas, tanto como para pasar a ocuparse únicamente de la luz, de los efectos especiales, del sonido y de la vestimenta.
Lo que a todas luces puede considerarse como un descomedimiento tuvo como desencadenante una pregunta de Skavlan al escritor que estaba a pocas horas de recibir el premio Nobel de Literatura, ¿por qué escribe usted acerca de las dictaduras? Permítame que le diga, respondió Vargas Llosa, que la dictadura de Ullmann en aquel jurado berlinés fue llevadera, pero otras dictaduras me han perturbado siempre, a lo que agregó que por ese motivo escribía sobre ellas.
Algo había perturbado la tranquilidad psíquica del renombrado escritor. ¿Un trauma, quizá, funda-mental? ¿Inconfesable? Nos encontramos ante un escritor, no de los pequeños, ante esa especie de hombres que, a diferencia del común de los mortales, se caracterizan, como acertadamente advirtió Freud, por decir las cosas por su nombre, por alzarse, también, contra los diques de la represión psíquica que atenazan el decir-deseo de la mayoría de las personas. De ahí la aparición en escena, de modo simbólico y sintomático al mismo tiempo, del padre, del genitor del más conocido de los escritores de Arequipa. Vargas Llosa confesó, y con ello recondujo sin duda la amistad con Liv Ullmann, que conoció a su padre cuando creía que estaba muerto. Y añadió, sin apenas mediar lapsus alguno de tiempo y ante la expresión atónita de quienes esperan un singular desenlace de una ficción verdadera, que su padre le había producido una experiencia realmente aterradora, incomparablemente peor a la que la que vivió en Berlín al lado de su amigable actriz. ¿Qué podía ser aquello tan terrible! Algunos televidentes quizá se llevaron las manos a la cabeza al imaginar que se trataba de las atrocidades sexuales perpetradas por curas católicos en indefensos niños de corta edad. No, nada de eso. Para asombro o desazón de algunos y alivio de otros, Vargas Llosa sacó a relucir a su madre, a su amantísima madre, y el dolor que le causó su padre al desterrarlo del paraíso en el que vivió diez años con la que le había dado a luz.
La Reiteración del Trauma
Como corresponde a la insistencia del Otro, insistencia que denuncia la ausencia de tratamiento psicoanalítico que todo síntoma merece, el trauma de Vargas Llosa no podía sino insistir en el discurso del escritor. ¿Y cómo lo hizo? La presencia del Otro –el sujeto de la enunciación en el enunciado, o el decir en el dicho– ocurrió en el discurso de aceptación del Nobel de Literatura. Se trata de la reiteración del trauma infantil, de la terrorífica experiencia que le condujo, según él mismo subrayó, a la literatura, siendo este arte el que, según él mismo entiende, le salvó de las consecuencias patógenas de la opresión que sufrió por parte de su padre.
La insistencia de lo inconsciente denuncia, contrariamente a la opinión del célebre escritor peruano, que la literatura es sólo un paliativo entre otros y lejos está de ser una solución para lo Real traumático. Es más, el sinthome de James Joyce, esto es, la literatura como cuarto nudo o suplencia de la Función-del-Padre, de la función que garantiza la salud psíquica de todas y cada una de las personas, sólo acontece de ese modo; mientras que la separación que ejerce el padre, o más exactamente la Función-del-Padre del alienante paraíso del niño con su mamá, esto es, la ruptura de la relación narcisista en la que el bebé es el objeto de la falta que hace deseante al Otro que suele encarna la madre, lejos de ser patológica, como viene a dar a entender Vargas Llosa, es, por el contrario, la condición fundamental y esencial de la salud psíquica. Por lo que sabemos, parece que no aconteció de otro modo para Vargas Llosa en el esencial y temprano tiempo del complejo de Edipo, época en el que la Función-del-Padre reclama para bien del sujeto su saludable intervención separadora.
De Ibahernando a Praga. (O del lenguaje de las abejas a la hermenéutica)
Así es porque el escritor Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) en (El País Semanal, viernes 13 de setiembre del 2013) se hizo eco de una de las cuestiones centrales de la Vía Catalana, así como el Colectivo Praga. Se trata del derecho a decidir, o sea, la consulta que reclaman algunos partidos políticos del Parlament de Catalunya, es inviable por no ser constitucional, por no estar recogida, en suma, en la Constitución Española, vigente desde el año 1978.
En ese mismo artículo de El País, Cercas afirmaba que en Catalunya se vivía «una suerte de unanismo creado por el temor a expresar la disidencia…, sobre el derecho de decidir».
Entiendo yo que quizá en Areyns de Munt sea así, que en esa localidad del Maresme, impere la unanimidad. Por otra parte, no habría que confundir la prudencia con el temor, y menos creer que el temor es a expresar la disidencia. Veo en ello poca objetividad e incluso consideración a muchas de las personas que viven en Catalunya.
Afirma Cercas que el derecho a decidir «no ha sido argumentado por ningún teórico, ni reconocido por ningún ordenamiento jurídico.»
También va aquí errado el de Ibahernando en este punto. Se me hace difícil pensar que Cercas desconoce que existen múltiples trabajos sobre diferentes aspectos de la sedición, incluido el derecho a decidir. En cuanto a que ese derecho no sea «reconocido por ningún ordenamiento jurídico» cabe indicar que esa no es la cuestión, pues precisamente por eso los independentistas reclaman que se modifique la Constitución Española.
Cercas no advierte que se equivoca cuando afirma, más aun por contravenir su propia línea argumental jurídica, que «si una mayoría clara e inequívoca de catalanes quiere la independencia, parece más sensato concedérsela que negársela». Y eso porque más allá del recurso de la sensatez, cree que «es muy peligroso, y a la larga imposible, obligar a alguien a estar donde no quiere estar.»
La pregunta es impone ¿existe realmente esa mayoría de catalanes que quieren la independencia que presume Cercas, y, por otra parte, cuántos son para él la mayoría? Obvia, además, que existen asuntos que salen adelante por mayoría simple, otros por unanimidad, por ejemplo.
Este exprofesor de literatura española de la Universidad de Girona es partidario de las elecciones y en modo alguno del derecho a decidir, pues la consulta sobre si ¿quiere usted que Catalunya sea una nación independiente y, por lo mismo, soberana? la ve inviable en el marco jurídico actual. Y, en realidad, así es. Para él la clave del controvertido asunto se encuentra en el saber, pues el saber, según él, decantaría la balanza para un lado u otro. Entiende que la gente debería saber, ‒debe referirse al día después de haberse proclamado la independencia de Catalunya‒ «antes de tomar la vía azarosa del referéndum que reclaman los partidos que se declaran independentistas…» Pero añade, sólo «si hay una mayoría de partidarios de la independencia, habrá que celebrar un referéndum; si no la hay, no». ¿Y eso, amigo Cercas, cómo se conoce si no es mediante una consulta?
Contra estas y otras consideraciones del escritor extremeño, el miércoles 18 de setiembre del 2013, una cuarentena de catedráticos y profesores universitarios del ámbito del derecho crearon el Colectivo Praga con el fin de defender el derecho a decidir con argumentos jurídicos. Este grupo parte de la convicción de que el pueblo de Cataluña tiene el derecho a decidir sobre su futuro político y nace con el objetivo de contribuir al debate soberanista «desde una perspectiva de exigencia jurídica fundamentada en los valores éticos del constitucionalismo democrático». Sus miembros creen que el debate está dominado por «puntos de vistas inmovilistas que responden a una visión centralista, mayoritaria en las élites jurídicas del Estado español y también presente en ciertos estamentos de Cataluña».
Cuando el año 2001 Cercas publicó su novela Soldados de Salamina, que lo convirtió en un escritor reconocido más allá de nuestras fronteras, recibió excelentes críticas por parte de escritores como Vargas Llosa. Ahora el Nobel peruano tiene otro motivo para celebrar a su colega extremeño, y para deplorar, sin duda y entre otras personas, grupos y asambleas, al Colectivo Praga.
Girona, enero de 2015
José Miguel Pueyo
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