De nuevo La carta robada, o de la opacidad del decir en el dicho y de las limitaciones intelectuales de Ramón María Nogués
(Pues si bien en lo que dice este emérito catedrático de antropología biológica hay algo que atañe a lo esencial del sujeto humano, a él mismo, a semejanza de otros eruditos, le es imposible reconocerlo; y porque hay un saber contrastado sobre lo que afirma y que él ignora o quiere desconocer).
Este barcelonés de 75 años no sólo tiene el ser partido entre el centro, adonde lo conduce el corazón, y la izquierda política, porque ahí lo inclina la cabeza. Y es que, no sé si porque es biólogo, filósofo y teólogo, en su último libro, Cerebro y trascendencia (Editorial Fragmenta. Barcelona: 2013), llega a conclusiones que van más allá de lo discutible y acertado. Citaré sólo algunas y las comentaré sucintamente:
1º) Afirma este célibe sacerdote escolapio que «el deseo de trascender obedece a que los humanos se cuestionan qué hay antes y después de la vida.»
Démoslo por bueno. Pero el caso es que no responde al cuándo y menos aún se pregunta si ahora, en la hipermodernidad, importa la trascendencia a cientos de millones de personas. Asevera, contrariamente, quizá llevado por algún trauma y/o movido por su ideología religiosa «que lo que vemos desasosiega y es insatisfactorio, y de ahí que si ¿todo termina aquí? ¿Vaya rollo?»
2º) Nada indica que nos encontremos ante alguien que tiene una idea clara sobre ¿cómo se desencadenó el anhelo de trascendencia?
Tanto es así que Nogués se contenta con remitir al lector a teorías tan pintorescas como «la ingesta de carne, de cerebros, el canibalismo…»
3º) En cuanto a si la trascendencia ofrece alguna ventaja al ser humano, Nogués entiende que si bien «parece inútil…, ¡estabiliza la mente!»
Desde Freud sabemos el sentido, la función y lo que pueden dar de sí los quitapenas, y, por ende, que la religión puede estabilizar la mente, también el atracón para la bulímica, el yoga, la meditación, el sexo para el adicto al mismo, aunque no tanto ni tan rápido como los efectos químicos de las drogas. No tengo noticias de que Nogués conozca los descubrimientos del psicoanálisis, al menos en este punto, y que haya entendido algo, de haberlo leído, del Malestar en la cultura, 1930, de Freud, y lo mismo respecto a la noción de sinthome acuñada por Jacques Lacan. De haber frecuentado a estos psicoanalistas, este biólogo sabría que la religión puede estabilizar una estructura psíquica. Sí. Pero le falta explicar ¿por qué? Puede ser así en tanto que anuda lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, anuda el nudo borromeo de una estructura psíquica con un cuarto nudo, en este caso con el sentido de la religión, en razón de la deficiencia del cuarto nudo originario o Función del Padre. Por otra parte, todo hacer pensar que desconoce que la paz, el sosiego y la tranquilidad que procura la religión puede ser sólo momentánea, que no cura la menor neurosis, y que sus efectos lesivos, en todas las esferas del ser y en todas las de la sociedad, superan con creces a la ensalzada por sus acólitos dimensión moralizadora.
4º) ¿Y de dónde proceden la ética, la estética y la religión?
No es cierto que nazcan porque sus autores querían un mundo mejor, como afirma Nogués. Quizá por ser teólogo y por una lectura sesgada de la filosofía práctica, le han impedido zafarse de las trampas ideológicas del sentido común, conocer, en suma, que el sujeto humano crea esos y otros síntomas a la medida de su goce, a la medida del anhelo de reparar la herida narcisista del ego para alcanzar un supuesto goce absoluto y eterno, el goce que perdió para siempre en su más tierna infancia y tan imaginario como excluyente de esa miseria ordinaria que en el ámbito de la salud responde al nombre de deseo.
5º) ¿Tiene Dios su trono en el cerebro?
Es en este asunto cuando Nogués muestra su vinculación con el fundador de la frenología Franz Joseph Gall (1758-1828). Como este anatomista y fisiólogo alemán, está convencido de que las funciones mentales residen en áreas específicas del cerebro, y que tales áreas determinan el comportamiento y los deseos. Sólo le faltaría agregar a Nogués, para ser un auténtico gallista, que la superficie del cráneo refleja el desarrollo de esas zonas y que al presionar una de ellas, (la que pertenece a una parte del lóbulo temporal y frontal, según el biólogo norteamericano Dean Hamer), el sujeto del experimento adquiere la visión de Dios, la actitud religiosa y de oración.
Lo dejo en este punto porque los disparates irían en aumento y sin duda aburrían al amable lector.
Girona, 24/06/2013
José Miguel Pueyo
Comentario en Facebook
Jordi Fernández Carmona: La cosa, las afirmaciones esperpénticas del personaje, parece un mal chiste, que haría cierta gracia a no ser que uno sepa que se trata de un catedrático y cuán lesivo puede ha podido ser para la inteligencia de miles de personas que han asistido a sus enseñanzas. Inverosímil que agentes de tales dislates alcancen responsabilidades docentes de tal envergadura.
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