Cuando ya nada se espera del Otro, o quizá lo imposible de lo Real…

Que los llamados medios de información estén bajo los designios, cada día más, del «sujeto comunicacional», esto es, de aquellos que quieren que sólo se conozca lo que desean que se sepa, es algo conocido pero no menos desapercibido de lo que sin duda sería deseable. (Un efecto de la desorientación hipermoderna, se dirá, donde la Universidad no queda al margen). Sólo el número de muertos, más aun cuando de un atentado terrorista se trata, escapa a ese ideológico deseo del poderoso, deseo de un individuo que siguiendo el mejor hacer del canalla, gusta engatusar a la gente para su propio beneficio.

 

Ni que decir tiene que estamos lejos de la denominada función social del periodismo y de la ecuanimidad que se espera de los educadores de masas. También hemos constatado los límites del deseo de crear un ciudadano nuevo, un ciudadano que al ser el agente activo y comprometido con el bien social, la equidad y la justicia, superaría las políticas tradicionales de izquierda y de derecha. Los medios de masas, y en esto no engañan, advierten de las contradicciones de muchos de los que han abrazado el empowerment (empoderamiento), término acuñado en los años 70 y que se presenta como el garante de las nuevas formas de hacer política. En otras palabras, los agentes de las viejas maneras de hacer política tanto como los nuevos, más afines a lo participativo y solidarios con las diferencias, recalan en el vicio de entender la verdad como si fuera Una. Con Lacan es dable recordar entonces que el «Hay uno» tiene como correlato «No hay Otro del Otro», en otras palabras, «No hay verdad de la verdad», fórmulas alejadas de todo tipo de relativismo y de la democracia ateniense de épocas gloriosas.

 

El «sujeto comunicacional» no pregunta al terrorista qué desea. Acabar con la vida en el mismo momento que uno da muerte al prójimo no se presume sin razón. El criminal quizá espera algo del Otro del lenguaje que lo habita. Puede esperar que el Otro calle, que cese su frenético runrún, por ejemplo. Pudo ser así en el caso del joven copiloto Andreas Lubitz, quien el 24 de marzo de 2015 decidió estrellar el vuelo 9525 de Germanwings (4U9525/GWI9525), con 150 personas a bordo, en los Alpes Franceses. Pero sin duda existen otros deseos. El asimismo joven Mohamed Lahouaiej Bouhlel, de 31 años, nacido en M’Saken (Túnez), quizá sea otra versión de los llamados «lobos solitarios», sean del ISIS o del otro Otro que, como la voz muda e imperativa del Superyó no impele menos a lo peor.

 

Como el miedo guarda la viña, así el poderoso y el ideólogo se apropian del temor y de la incertidumbre del pueblo para su mejor dominio, más si cabe cuando el pueblo está a merced del puesto de trabajo, cuando no de los vergonzantes subsidios y aun de la desolación que implica verse desposeído del hogar. En pleno siglo XXI y entre las repuestas a los modos conocidos de fanatismo, que implican vejación y muerte, se encuentran la vejación y la muerte. ¡He aquí el hombre! Los luctuosos acontecimientos del julio francés, que no cesan en su malhadado deseo, denuncia lo que ha aprendido el hombre y, por ende, que la educación falla. ¿Pero cómo responder al fanatismo y al deseo de muerte? La originalidad, tanto más si se quiere operativa, no parece estar en poner la otra mejilla, tampoco en el no desear oriental y menos aún en el Si vis pacem, para bellum, máxima latina propuesta por el mismo Freud y que significa «Si quieres la paz, prepara la guerra». Pero es conocido que Freud advirtió tres profesiones imposibles, una de las cuales es la política. ¿A qué responde el imposible? A la existencia de lo Real, un imposible, que como incompletud de sentido hace obstáculos a los valores antiguos y nuevos de la política. De ahí la necesidad de la ética del Bien decir del síntoma, de cuanto atañe al consenso presidido por lo Real, un imposible que denuncia la utopía de la totalidad, de todo absolutismo, más también del relativismo y de la ironía. En suma, un nuevo amor, en esta ocasión a lo imposible de lo Real, se apunta para presidir una política ajena a la destrucción, no vinculada, por tanto, a la moral acomodaticia o la reivindicación revolucionaria, que caracteriza a la pulsión de muerte.

 

Girona, 16 de julio de 2016

 José Miguel Pueyo