La infidelidad: a propósito de la primera dama francesa
La falta-a-ser que caracteriza al sujeto humano no es sin el deseo de repararla, esto es, sin el deseo de obturar esa falta ontológica del ser, y, por lo mismo, de lo que se trata es de recuperar el goce-Todo perdido en la primera infancia. Así lo denuncica, en ocasiones, la infidelidad, sea continuada o no. En suma, la infidelidad tendría entre sus causas el inveterado deseo de lo Absoluto al que aspiran no pocas ideologías, un deseo que puede estar en la base del affaire de François Hollande.
El lisonjero comportamiento de los presidentes John Kennedy y Bill Clinton; de actores y actrices como el británico Hugh Grant y la estadounidense Kristen Stewart, no menos que el de Arnold Schwarzenegger, así como de algunos máximos mandatarios de Francia, como Jacques Chirac, François Mitterrand, Nicolás Sarkozy, y el mencionado François Hollande, deja claro, obviamente, que la infidelidad y el tenido por muchos pecado de lujuria no son inclinaciones propiamente italianas y/o españolas; y eso a pesar de que Giacomo Casanova nació en Venecia un dos de abril de 1725, y de contar entre nosotros, además de Marta Chávarri, con el genial pintor malagueño Pablo Picasso.
Es dable indicar que hacerse el hombre siendo infiel no es algo infrecuente en la historia del sujeto humano. Y, por otra parte, lo que se conoce como hazañas sexuales, denuncian la aspiración de algunas personas al goce del protopadre, esto es, al deseo de deleitarse con lo que disfrutó el padre de la horda primitiva (urvater) del que habla Freud en Tótem y tabú, 1913: de todas las mujeres. Cierto es que «el pollo un día sí y otro también puede cansar», pero ese fastidio no debe hacernos olvidar que entre las causas de la infidelidad se encuentra el perpetuo hambre de nuevos objetos que caracteriza al deseo humano, insatisfacción a la que, como se sabe, se refirió asimismo Freud.
Se mantiene que los pactos están para romperlos. Quizá sí. Pero existen pactos consentidos, pactos que hacen de la infidelidad erótico-genital un modo de preservar la fidelidad del vínculo afectivo-amoroso con la pareja habitual, y, por ende, de la monogamia. Y es que en las cosas del amor cada casa en un mundo, circunstancia que no significa que el amor adolezca de aspectos estructurales, y, por consiguiente, de carácter general.
Mas lo que hoy me propongo destacar es que uno siempre es infiel. La infidelidad a la que me refiero, es, además de lo apuntado y por extraño que pueda parecer, la condición de la salud psíquica. En efecto, uno es infiel antes que a una eventualidad que se nos cruza por la calle, como suele decirse, a una relación estructural, desconocida y natural en el ser humano: somos infieles a nuestro primer amor, a nuestra mamá. Y, por otra parte, la mamá debe frustrarnos de su amor, debe sernos infiel en tanto que la salud implica salir del primer vínculo afectivo, de la alienación al Otro primigenio que ella encarna.
Quizá cabe recordar que la condición de la separación-ruptura de ese vínculo narcisista es la Función-del-Padre, una operación que se conoce desde Freud como castración simbólica. Por consiguiente, el primer des/pecho de la criatura humana es fecundo. Tanto más porque nos permite que el antiguo amor y el deseo confluyan en uno nuevo, en un nuevo amor, en el paternaire, que, como es dable imaginar, es una suplencia de La Mujer (mamá), y, por lo tanto, se trata de una mujer que como no-toda sustituye en nuestro ánimo a la mujer-toda que fue la mamá.
De la mamá perdida para siempre al nuevo amor, o sea, el camino hacia la suplencia del primer amor, y sin entrar aquí en más pormenores, ilustra de porqué podemos estar insatisfechos con el nuevo amor, con la nueva mujer, que, por decirlo así, no es la original. En ocasiones, es el narcisismo herido, tanto más por el qué dirán de la hombría, el que puede dar lugar al terrible pasaje al acto de la llamada violencia de género. Pero si hay algo a no olvidar es que por un déficit de la socializadora Función-del-Padre, algunas personas siguen pensando de alguna manera que la madre es una puta. Sí, una puta, ¡pues acaso no me abandonó por otro, acaso no se acostaba y me echaba de su cama cuando estaba aquel individuo que decía ser mi padre!, alguien podría decir. El fallo de esa funda-mental función, es decir, la castración/separación no solucionada en el inconsciente (instancia psíquica que determina cuanto hacemos, pensamos y deseamos), conduce habitualmente a una persona a degradar a la mujer, degradación que responde lógicamente a la antigua actitud de mamá hacia su hijo; y tampoco es infrecuente que el hombre escinda la vida sexual, siendo la dimensión afectiva la que suele corresponder a la esposa, mientras que las fantasías erótico-sexuales son las que se realizan con la amante, tal como magistralmente lo expuso Freud en Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa, 1912.
En resumen, la infidelidad es del orden de lo Real (objeto a: para siempre perdido y por eso causa del deseo), del mismo modo que el nuevo amor es una suplencia (objeto i(a): imaginario de aquel objeto perdido para siempre, o si se quiere la plusvalía del mismo), y, por tanto, un objeto de la mera realidad.
Los estudios de genética dicen otra cosa. Algunos de sus agentes sostendrían sin el menor rubor que el caso del Monsieur Hollande verifica el estudio del Instituto sueco de Karolinska, en Estocolmo. Y es que los investigadores de ese Instituto Científico han concluido que los hombres son más fieles cuando carecen de una variante de un gen que influye en la actividad del cerebro. Así, los portadores del alelo 334 (presente en el 40 % de los sujetos estudiados) eran más remisos al matrimonio, más dados a romperlo, más propensos a la infidelidad y sus relaciones solían conllevar un menor grado de satisfacción de sus parejas.
José Miguel Pueyo.
Madrid-Blanes, 19 enero de 2014
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