Limitaciones intelectuales de un filósofo sobre el lenguaje, la naturaleza y las producciones humanas

 

En «Amb la llengua ens fem; sense la llegua, ens desfem» (Conferencia inaugural del curs de l’Escola Oficial d’Idiomes de Girona, 3 d’octubre de 2012) Josep-Maria Terricabras no muestra otra cosa.

En primer lugar, la fórmula «Amb la llengua ens fem; sense la llegua, ens desfem», no es suya. El antecedente político en España, que no nombra Terricabras, es el malogrado socialista Ernest Lluc. El 3 de junio de 1999, durante la campaña de las elecciones forales y municipales en Euskal Herria, en plena tregua de ETA, Ernest Lluch, daba un discurso en la plaza de la Constitución de Donostia apoyando al alcalde, candidato y su amigo Odón Elorza. La plaza estaba llena de miembros de la izquierda abertzale y simpatizantes de ETA, boicoteando a Ernest Lluch, pero él les respondió magistralmente. Lluch dijo: «Qué alegría, llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban y ahora no matan. Qué alegría, no saben que han cambiado las cosas, no saben que han llevado la libertad y la democracia a este país; que no se enteran. Gritar (sic) más, que gritáis poco. Gritar, porque mientras gritáis no mataréis y es buena señal, porque estas son las primeras elecciones en las que no va a ser asesinado nadie y este es un mensaje de alegría para este país que nos hemos ganado a pulso.»


Sin embargo, que Terricabras no sea original es un mal menor. Sin duda es más grave, por venir de un profesor, que no sepa la limitación académica que implica afirmar sin más «Que ningú s’estranyi, doncs, que no hi hagi pactes abans d’enraonar». Si Terricabras hubiese leído, y comprendido, Tótem y tabú, 1913, sabría que Freud advirtió que «En el principio fue el Acto». ¿Qué acto? El acto criminal, el parricidio primordial del padre de la horda primitiva (urvater) a manos de sus hijos, los mismos que idearon un complot con ese fin criminal en razón de que aquel tiránico, perverso y despiadado padre les prohibía todos los goces, particularmente el de las mujeres de la horda. En ese momento fue el goce sexual lo que motivó el acto criminal y, posteriormente, el pacto social de prohibirse repetir la tiranía y el goce del padre. En fin, los hijos asesinos instauraron el pacto social de no-todas para el goce que inaugura el primer esbozo de la democracia y la cultura misma. Se comprende entonces que este catedrático de la Universitat de Girona afirme que «La distinció “natura / cultura” és molt difícil.»

A Terricabras no sólo le es difícil comprender la distinción y el pasaje del Estado de Naturaleza (horda primitiva) a la Cultura (inaugurada por el pacto social: Ley primordial del incesto-prohibición de gozar de lo que gozaba el protopadre), pues todo lo que dice permite señalar que no comprende más el origen y el sentido de las producciones del sujeto humano, o sea, de lo que demostró Freud en El Malestar en la cultura, 1930. Para apercibirse del sentido de esta afirmación recomiendo leer el trabajo del psicoanalista gironí Josep Miguel Pueyo, «Disquisicions filosòfiques sobre el malestar en la civilització. Notas sobre els paratextos de la traducción de Josep-Maria Terricabras». (Lathouses. Psicoanàlisi i Cultura des de Girna. Núm. 4. Primavera-estiu, 2009.) Terricabras no va más allá de preguntarse «És “natural” anar vestit pel carrer? És “cultural” fabricar paraigües o matar animals per menjar-se’ls? Els significats de les paraules, ¿són rígids?»

 

Que Terricabras acuda a Nietzsche, a René Magritte y a Umberto Eco, y no al psicoanalista Jacques Lacan, le impide hacer la diferencia entre significante y palabra, pero también, y esto sin duda produce incluso más estupor, entre la lengua y el lenguaje; y de ahí también el goce de las pequeñas diferencias que acompaña su trabajo, y que en esta ocasión se constata en la articulación de lo social y la política en el lenguaje. Terricabras no se equivoca, empero, cuando afirma que «…som éssers que parlem. Això destaca l’extraordinària importància del llenguatge per a nosaltres. Perquè, amb el llenguatge, no solament a) parlem de la realitat, sinó que també b) en creem». Es decir, el significante, como decía Lacan, hace la realidad, siempre semblante, al matar la cosa (Real). En otras palabras, lo Real de la cosa deja de serlo al ser nombrada (creada) por el lenguaje, por el significante que desde ese momento la simboliza.

Por esto último también, no podemos reconocer en Terricabras siquiera a un intelectual que se congratule con la ética del deseo (falta-a-ser, imposibilidad). Es así entre otros aspectos, porque su pensamiento procede según la clásica ética filosófica de los ideales (potencia-transgresión vs. impotencia-inhibición), o sea, la ética que no permite sostener por más que él lo diga que «La llengua ens fa ser humans. Les llengües ens fan ser dúctils, comprensius, adaptables, ens ajuden a abandonar els dogmatismes i les rigideses»; y es que del mismo modo que el morboso, ideológico y narcisista goce se trata con el lenguaje, lo que hay que tener siempre presente es que la pedagogía falla, o sea, que la vía intelectual, tanto más si excluye el paso por el diván, es impotente contra el goce.

 

Girona, 20 de mayo de 2014

José Miguel Pueyo