La primera sesión, de Gérard Miller, con los comentarios de José Miguel Pueyo
Me complace presentar la traducción acompañada de algunas notas de La première séance (La primera sesión), documental emitido el 7 de noviembre de 2009 en la cadena de televisión France 3, en el que la primera dama de Francia, Carla Bruni de Sarkozy, el diseñador Karl Lagerfeld y la escritora Marie Darrieussecq, entre más de veinte personas, hablan sobre su primera sesión de psicoanálisis. La duración de este documental, dirigido por el animador de televisión en Francia y psicoanalista Gérard Miller, es de 52 minutos y transcurre, entre otros lugares en el emblemático Teatro de París. Los entrevistados explican los motivos por los cuales decidieron analizarse y lo que sucedió en su primera sesión. Carla Bruni, por ejemplo, comenta que empezó hacía 8 años, cuando recién tenía 28, motivada por la muerte de su padre, añadiendo que «entré en el psicoanálisis en cuerpo y alma.» Después de calificar la primera sesión como «incandescente» comenta que no le gusta el diván y que hacía dos años que realizaba las sesiones cara a cara con su psicoanalista, hecho que, según dice, le facilita hablar más libremente.
La première séance
Gérard Miller (voz en off) psicoanalista y animador de televisión. No, no, este documental no hablará de Molière, de Racine, o de Fedón. Este documental hablará de usted, de nosotros, de nuestra historia personal, de la cual a menudo somos los actores a ciegas. Esta es la tesis de Freud y de Lacan, con quienes quizá algunos no estarán de acuerdo. Pero, en realidad, nuestra vida es un teatro donde lo que se muestra no es la verdad. La escena en la que crecemos, en la que aprendemos a amar, a trabajar, a reír, y también a sufrir, está disimulada entre bastidores, bien oculta.
Por otro lado, para llegar a ser psicoanalista, es necesario ir a dar una vuelta entre bastidores, con frecuencia, bastante tiempo. Yo estuve en análisis durante más de 8 años; estaba en las nubes, acababa de cumplir 20 años y no tenía otra opción. Si hice este documental es para explicar por qué una persona, un buen día, toma la decisión de ir al psicoanalista para ver el reverso de su propio decorado.
José Miguel Pueyo: Cuando Gérard Miller dice que su documental hablará de «usted, de nosotros...» se refiere, obviamente, al sujeto del inconsciente. Eso quiere decir que el documental presentará un sujeto que existía desde siempre pero que nadie antes sabía de su existencia. Es decir, un sujeto que nadie había escuchado antes de Freud, un sujeto que, en consecuencia, no había sido formalizado, teorizado, hasta el extremo que esta nueva experiencia, la cura psicoanalítica, inaugura un nuevo saber, el saber de la subjetividad, en tanto que es el saber de la auténtica naturaleza de la criatura humana.
Es necesario recordar que este sujeto del inconsciente es el que el saber psiquiátrico, el psicológico y el de las distintas variantes de los discursos religiosos pretenden eliminar. Los agentes de estos saberes tienen un frente común, sin duda político, lo sepan o no: eliminar la determinación inconsciente de lo que decimos, pensamos, hacemos y soñamos, las personas. Pretenden, por tanto, eliminar la castración simbólica, repudio de la gran herida al narcisismo humano y porque desconocen, sin duda, que la castración simbólica es la garantía de la salud psíquica, y no aspiran más que a sustituirla por otro tipo de castración, como sin duda es la del pensamiento absolutista, único. Esta castración es la más prosaica e ideológica que se conoce, la que desde siempre han querido imponer los partidarios del Discurso del Amo y aquellos que desean la forclusión (aniquilación absoluta) del sujeto del deseo. En resumen, decir que el psicoanálisis se ocupa de la subjetividad es indicar que se ocupa del sujeto que las ciencias positivas rechazan, o sea, que el psicoanálisis se ocupa de lo particular, íntimo y Real del ser humano.
En cuanto a la expresión «aquello que se muestra no es la verdad», Miller quiere indicar seguramente la diferencia entre el saber y la verdad, el saber disyunto del inconsciente. Se trata, una vez más, del sujeto humano, de un sujeto escindido entre el saber (lo que dice, piensa y sueña) y la verdad (la razón o causa inconsciente de lo que dice, piensa, hace y sueña), ya que hay un muro (represión) que le impide reconocerla. Es por eso que el ser humano es un sujeto de desconocimiento de su más íntima, propia y singular verdad. Freud no hablaba de otra cosa cuando se refería a la división constitutiva del hombre (Spaltung, según el álgebra lacaniana, $) donde la barra que lo cruza expresa la represión y marca las dos dimensiones básicas del sujeto: inconsciente/consciente). Los humanos somos los personajes de un sueño, dispuestos a desaparecer en el momento que el gran Otro (nombre lacaniano del inconsciente: A barrada) se despierte.
Que el saber (lo que dice un sujeto) no pueda recubrir la verdad (por más que él sepa sus intenciones) indica que la estructura del lenguaje humano (que con la pulsión y el complejo de Edipo nos diferencia de los otros animales), lejos de ser un código natural o artificial cerrado, es un código abierto. Es así porque en esta estructura falta un elemento, elemento que de existir la haría plena,
y, obviamente, el mismo sujeto también sería pleno.
La extracción del objeto a queda representado con los círculos del matemático Leonhard Euler (1707-1783).
La importancia de esta falta estructural merece un comentario. En primer lugar, porque es una falta constitutiva del ser humano (castración simbólica), y por ser estructural, es decir original, no permite definir el ser humano como ser, en el sentido de ser completo, agotado en el jo-consciente (A) de la Terapia Cognitivo Conductual, por ejemplo, sino por el contrario, como a-ser. Y en segundo lugar, esta falta es necesaria porque es la causa del deseo y, por otra parte, se trata de la primera condición de lo que se entiende por salud, por normalidad psíquica. El mathema del sujeto descubierto por Freud quedaría de la siguiente manera:
Pero ¿qué le falta al sujeto? ¿Qué ha perdido en su constitución? ¿Qué es aquello que lo hace desear y que permite postular su normalidad? Deseamos porque en un primer momento de nuestra existencia hemos perdido un objeto (el agalma, objeto precioso y apreciado del que hablaban los antiguos griegos), un objeto que muestra el agujero de lo Real y que se puede representar por la figura topológica del toro.
Por perdido para siempre, el objeto a se constituye en causa del deseo (el deseo vive de la insatisfacción, o sea, deseamos porque nos falta algo). Otro hecho reseñable es que el sujeto que no ha perdido este objeto, que no lo ha expulsado del Otro que lo habita, sufrirá sus objetos morbosos, los efectos morbosos de lo Real del goce no regido por la necesaria castración que ejerce la Función-del-Padre en el complejo de Edipo.
¿Qué significa esto? Que la falta estructural (el -1 significante de la estructura del lenguaje del Otro, del inconsciente que nos habita) y la pérdida del objeto a (que define al sujeto humano como a-ser), lejos de ser un problema, es algo necesario. La estructura del lenguaje humano es la estructura de una falta, genérica y estructural, falta del Otro del lenguaje y lugar del inconsciente, el significante de la falta del Otro. De ahí la insistencia de Lacan, en un primer momento de su enseñanza, que de la misma manera que el lenguaje es la condición del inconsciente, el inconsciente es la condición de la lingüística.
La falta estructural, el -1 significante de la estructura del lenguaje del Otro, del inconsciente que nos habita se escribe:
La falta estructural del lenguaje humano, falta del Otro del lenguaje y lugar del inconsciente, el significante de la falta del Otro que nos habita, se escribe:
El muro entre el saber y la verdad concierne al síntoma: el síntoma «es el que el sujeto conoce de sí mismo, sin reconocerse en eso.» Obviamente, la idea psiquiátrica del síntoma no es equiparable a la concepción psicoanalítica. El saber psiquiátrico, al eludir el sujeto del inconsciente, elude la verdad del sujeto humano, la pulsión (la psiquiatría confunde el instinto animal con la pulsión humana) y la verdad discursiva, entre otras cosas, porque equipara el código artificial o natural del lenguaje humano. La desorientación respecto a las causas no es menor en el mito de los desequilibrios de los neurotransmisores. Conviene destacar también el desinterés por querer saber de qué manera el síntoma es una identificación-significante, es decir, no contemplar, seguramente porque ninguno de sus agentes se ha psicoanalizado, que el síntoma es básicamente dos cosas: una sustitución significante y una satisfacción sustitutiva, por lo que el síntoma dice tanto como encubre. El proceso habitual de formación de un síntoma neurótico, contrariamente a aquello que la psiquiatría y la psicología dicen, es el siguiente:
Fallo de la Función-del-Padre
(Déficit de la castración simbólica)
Déficit de la represión de los deseos edípicos
(incestuosos y agresivos)
Retorno-denuncia-insistencia del déficit de la
Función-del-Padre = síntoma. (La insistencia del
síntoma denuncia que algo no ha sido suficientemente
reprimido en el complejo de Edipo; y el síntoma de la
Función-del-Padre se presenta entonces deformado en el
Síntoma que sufre el sujeto por las leyes del inconsciente,
y, por tanto, el sujeto no puede reconocer el sentido de lo que sufre.
Es decir, una persona no enferma por haber reprimido. Al contrario, enferma porque ha fallado la represión. (Deseo - represión del deseo - retorno de lo reprimido = síntoma). En otras palabras, enferma porque la Función-del-Padre no ha funcionado suficientemente bien.
¿Qué son los síntomas? Son respuestas al déficit de la Función-del-Padre. En algunas ocasiones son un intento neurótico de curación, un intento imaginario de reparar ese déficit: en otras solo denuncian el fallo de la necesaria castración simbólica que convoca al padre desde los orígenes de la cultura.
Que el síntoma sea una sustitución significante, una metáfora a pesar de que no es metafórico, y una satisfacción sustitutiva, se reconoce en la prohibición básica y funda-mental del complejo de Edipo, en el No de la Función-del-Padre. Ante el hecho de que esta función impida al hijo dominado por las pulsiones agresivas contra el padre, e incestuosas hacia la madre, tener a su madre como objeto sexual (agalma), el inconsciente, para evitar la frustración, responde habitualmente con la estrategia de transformar el amor en una identificación. El hijo puede hacer suyo, pero de manera totalmente inconsciente (identificación ≠ imitación), un rasgo de la madre, por ejemplo la tos de la madre. O sea, que tosiendo como tosía la madre (identificación a un rasgo del otro), el hijo ya tiene algo de la madre. En resumen, por la identificación, el hijo ha conseguido no separarse de la madre, no se separa del todo de su madre, ya que conserva una parte, a pesar de que sea la identificación-significante-tos-síntoma, síntoma que se constituye en el significante que lo representa (S1, significante amo que rige su existencia, en álgebra lacanaiana) como sujeto-al-deseo-del-Otro para todos los otros significantes del inconsciente, S2.
Si el sujeto lo es, en este caso, lo es por la tos, significante del deseo y del goce que denuncia su amor al otro. O sea, el sujeto está representado por el significante del Otro encarnado originalmente en el madre, y que ahora pertenece a su Otro. De la transformación del amor por una identificación se puede concluir que el deseo humano es metonímico (la parte por el todo) y, por otra parte, que el deseo no es propio (del sujeto), ya que es del Otro. Creemos que con este ejemplo se puede entender que no todo en el síntoma neurótico es sufrimiento. El síntoma comporta para el sujeto un goce (satisfacción sustitutiva: la frustración de la pérdida es menor por haber sido sustituida por el otro objeto, por una parte del objeto), un plus-de-goce (plusvalía del objeto de amor perdido) inconsciente que el mismo sujeto, obviamente, desconoce.
¿Por qué el sujeto puede hacer este tipo de identificación a un rasgo del otro? ¿Qué denuncia el síntoma? Que el sujeto (el hijo del ejemplo) insiste en su primigenio deseo incestuoso. O sea, que ha habido un déficit en la función que tendría que haber reprimido este deseo en favor de otro deseo, ya que no hay represión sin retorno: otra mujer en lugar de la madre, a pesar de que siempre hay un resto inalienable del objeto perdido en los objetos de la realidad.
¿Qué demuestra que no estamos equivocados? En primer lugar, un descubrimiento de Freud que la clínica nos confirma: que las enfermedades psíquicas están hechos de lenguaje. Este descubrimiento aconseja cuestionar la certeza del saber neurobiológico, ya que la etología biológica nunca es causa única y predominante, como tampoco puede serlo el tratamiento farmacológico. Este saber poco puede decir de la naturaleza del ser humano y de la relación cultura-malestar, y no se puede decir otra cosa respecto a la psicología de la conciencia y las variantes de los discursos religiosos. Aquí radica, aunque me haya apartado un poco de los lugares comunes para ir a los fundamentos, el interés de comenzar un análisis.
Pero ir al psicoanalista no es tan fácil. No es tan fácil ir a quien por su acto, el acto analítico, hace de un ser-yo un sujeto, ja que al puntuar la tos, por ejemplo, permite la aparición del sujeto como sujeto del deseo inconsciente. De hecho, se dan tropiezos intelectuales y afectivos para esta experiencia liberadora. Es cierto que son muchos los personajes que han pasado por el diván, como Marilyn Monroe, y más cerca de nosotros el pintor sevillano Luis Gordillo y el escritor y columnista valenciano Juan José Millás. Muy notable es el cambio que esta singular experiencia ha producido en algunos políticos, y podemos asegurar que muchos de estos personajes se hubiesen ahorrado más de un problema de haber llamado a la puerta del psicoanalista; y no son pocos los profesores, que además de recuperarse de los efectos del estrés que comporta la enseñanza, ven, gracias al psicoanálisis, de una manera más adecuada y satisfactoria la relación con los otros y la cultura.
Pero, ¿por qué las resistencias a Freud y el psicoanálisis? Que el inconsciente no deje nada fuera de su alcance hace del ser humano un ser extraño de sí mismo (el Yo-consciente no es amo en su propia casa) y, por otra parte, que la causa de todo lo que hacemos actúe a nuestra espalda es, como hemos dicho, la más grave ofensa al narcisismo. Este descubrimiento es una herida narcisística mucho más dolorosa que las protagonizadas por Copérnico (la tierra no es el centro del Universo) y Darwin (el ancestro del hombre es el mono). Resumiendo, un descubrimiento científico, pero no cualquiera, está en el origen de los argumentos ad hominem y de cualquier crítica a su descubridor y a los que intentan profundizar en la experiencia psicoanalítica.
Gérard Miller se refiere también a la formación del psicoanalista, de la que viene a decir que la condición sine qua non para el ejercicio de esta práctica clínica no es un título académico y tampoco depende de una formación libresca, sino del psicoanálisis del futuro psicoanalista con un psicoanalista. Ciertamente es así. Cabe añadir que en eso no hay que ver una actitud anti intelectual y, si bien es una diferencia esencial respecto a la formación de otros clínicos, siempre determinados por el experimento, la experiencia objetiva, la generalización de la fenomenología y las causas, así como aquello coyuntural en contra de la experiencia subjetiva del análisis didáctico y el «caso por caso», el analista muestra un interés especial por las disciplinas con las cuales puede entablar un fructífero diálogo.
Se trata de una diferencia importantísima dado que el análisis enseña al futuro analista a escuchar. Es decir, enseña a escuchar a quien antes de la experiencia analítica solo sentía, y silenciando los afectos permite operar según las reglas del arte. Y en segundo lugar, el análisis revela y disuelve la añagaza de los discursos anclados en lo imaginario. Una primera aproximación a la formación psicoanalítica en Freud y Lacan quedaría así:
Freud | Lacan |
Psicoanálisis didáctico | Psicoanálisis didáctico (psicoanálisis llamado en ocasiones puro) |
Formación académica: no necesaria-mente tiene que estudiar materias médicas; mientras que, además de los temas propiamente psicoanalíticos, la historia de las civilizaciones, la antropología, la historia de las ideas políticas y del pensamiento, entre otras disciplinas, son absolutamente necesarias. | Formación académica: seminarios, cursos de psicoanálisis; y como novedad estructural, el cartel como dispositivo base de la escuela (formación de estudio compuesta de 4+1: su producto es individual, mientras que la estructura está pensada para evitar la identificación). En cuanto a las materias también existe una novedad ya que añade a las de Freud, entre otras, la lingüística, la lógica y la topología. |
Supervisor de casos (con un psicoanalista experimentado). | Supervisor de casos (con un psicoanalista experimentado). |
Reanálisis (por un tiempo y cuando el psicoanalista lo considere conveniente) | Pase. Constituye también una novedad; se trata de un dispositivo institucional, de la Escuela de Psicoanálisis, al margen de la transferencia con el psicoanalista, para testimoniar del fin del análisis con una función teórica y de adhesión a la ética del psicoanálisis. Todos estos elementos son el contrapunto y denuncian, por falta de teorización y por estar basados en presupuestos no psicoanalíticos, la formación del psicoanalista por la I.P.A., (International Psychoanalytical Association). |
Esta singularidad de la formación analítica es el requisito para la conformación del deseo del psicoanalista -formulación lacaniana de la regla de la abstinencia de Freud, aunque va más allá- y del acto del mismo nombre. En contraposición al psicoanálisis, el Discurso del Amo se arroga el poder de decidir sobre el deseo del paciente. Es el caso de las terapias que optan por el Yo-consciente y que de forma directa o indirecta provocan alteraciones psíquicas e intelectuales muchas veces irreparables.
El psicoanálisis es una práctica del bla, bla, bla (badardage), pero lo que hay que subrayar es que ningún bla, bla, bla está exento de riesgo, lo que significa que el análisis no es una cura por la palabra si esta se agota en el habitual efecto hipnótico de la sugestión. En resumen, la transferencia, el deseo del analista, el significante y el sin-sentido del acto analítico que le es propio, son los fundamentos que diferencian el psicoanálisis de las terapias de todas las tendencias.
La relación del sujeto con la realidad, que el fantasma enmarca al mismo tiempo que recubre algo de lo Real, relación de un sujeto con los objetos,
, queda repudiada por los discursos religiosos, como el budismo zen, doctrina que hace del aturdimiento del deseo y el rechazo al asimiento al Yo y a los objetos de la realidad, la condición de la salud psíquica e, incluso, el determinante de la sabiduría. (Demuestran así los maestros budistas su gran desorientación epistemológica dado que el sujeto siempre tendrá relación con un objeto, -el sujeto no es sin el Otro-; los mismos budistas tienen al menos un objeto: el budismo). Estos ideales no pueden proceder sino de una mentalidad dañada por la contingencia existencial, a la cual los objetos de la realidad seguramente recuerdan el primero de todos, el objeto imposible por ser el del iracundo padre originario (urvater). Estos son algunos de los aspectos que dan luz a la inhibición beatificante, así como el llamado de los budistas al amor compasivo, llamado determinado habitualmente por un temor infantil no resuelto. Las tesis de estas doctrinas son respuestas fantasmáticas del hombre en la cultura, respuestas imaginarias que permiten a alumnos y maestros soportar, con la estética, los ritos, los preceptos y las oraciones, la angustia de castración. Cuestionar la relación del sujeto con los objetos de la realidad y denigrar el narcisismo secundario recuerdan actitudes de los discursos de dominio, de las aspiraciones también de la religión de todas las épocas, métodos que excluyen la experiencia que permite a un sujeto reconocer de qué manera es el objeto de goce del Otro (también del goce del Otro social, cultural o de la época en la que vive) y de qué manera, él mismo, paradójicamente, goza del síntoma en tanto que es un resguardo imaginario contra la angustia de castración.
Pero cuando el psicoanalista ha desembrollado gracias a su análisis didáctico las identificaciones que lo tenían enredado, le hace falta algo más para donar el paso de analizante a analista, como es trabajar el saber psicoanalítico y el de otras disciplinas y, lo que aún es más importante, situarse en el «deseo del psicoanalista», un deseo que, al ser causa del deseo del Otro, o sea, de sus analizantes, tiene por condición excluir la impostura, la sugestión y el engaño. En resumen, el deseo del psicoanalista, diferente del deseo de los ideales de los psicoterapeutas, apunta a mantener la máxima distancia entre el Ideal del Yo (punto de la identificación con el ideal habitualmente propuesto por los psicoterapeutas) y el objeto a (el psicoanalista como objeto causa del deseo del analizante), condición para saber que el objeto es el analizante por el capricho del Otro, y disolver las identificaciones-síntomas que rigen su penosa existencia. Si el psicoanálisis cura es por el deseo del analista.
Llamar a la puerta del psicoanalista es llamar al anverso del Discurso del Amo (caracterizado por preceptos e imperativos, muchas veces disimulados en un humanismo casposo). Es también una salida para el pseudodiscurso Capitalista (un discurso ajeno al amor y que consume al sujeto en el consumo de objetos efímeros. De ahí que el tratamiento analítico sea una práctica singular, tanto más que por el número creciente de discursos y técnicas imaginarias que proliferan en la posmodernidad, des de las psicoterapias de la consciencia, pasando por los exotismos orientalistas, hasta los libros llamados de autoayuda y los antidepresivos o los ansiolíoticos, necesarios estos últimos sólo en contadas ocasiones.
Patrice Leconte: director de cine, actor y guionista
A menudo, en función de las recaídas, he tenido el deseo de dar el paso. Utilizo esta expresión porque para mí llamar a la puerta del psicoanalista es como pasar al otro lado del espejo. Pero no sé que espejo; tampoco sé lo que me ha frenado cada vez, quizá una especie de orgullo me ha hecho pensar que podría salir adelante yo solo, y que a pesar de todos los dolores de cabeza que me ha ocasionado ponerme donde no debía, que lo conseguiría sin la ayuda de nadie.
Claude Chabrol: director de cine
No me he considerado nunca un enigma. He considerado, eso sí, la naturaleza humana como suficientemente enigmática e interesante para ser estudiada. Al fin y al cabo, yo me he inclinado más a observar el comportamiento de los otros que el mío.
Karl Lagerfeld: Estilista y fotógrafo
Yo no veo la razón, salvo que uno esté muy inhibido, no sé, muy desequilibrado, no veo el motivo para que una persona tenga que ir al psicoanalista. No veo por qué iba usted, porque cuando veo como habla no diría que usted tuviese que ir.
Gérard Miller (en off)
Cuando una persona no se ha psicoanalizado es habitual que encuentre una manera de evitar que el otro comience un análisis. Eso se puede agravar por el hecho de no saber a quien demandar una primera cita y, por otra parte, no son pocas las personas que ignoran si hay que acudir al análisis para resolver sus problemas... Para este documental me he encontrado con 16 analizantes, la mayor parte de los cuales antes de la primera sesión, antes de ir a la «la otra escena», retomando la conocida expresión de Freud, tenían reticencias.
José Miguel Pueyo
Se puede pensar que la demanda de tratamiento indica que una persona es consciente de que algo no va bien en su vida y que tiene la voluntad de canviar esa situación. Se olvida así la diferencia entre el sujeto normal que sufre de una enfermedad orgánica y el neurótico. En realidad, la experiencia clínica psicoanalítica enseña que no es tan claro que la demanda de tratamiento implique un verdadero deseo de curación.
El sujeto quiere desprenderse del sufrimiento consciente del síntoma, pero no del fantasma que lo sostiene por ser un goce inconsciente, una satisfacción sustitutiva, en suma, una defensa contra la angustia de castración. Esta característica del síntoma neurótico y de la estructura misma de la neurosis explica muchas de las entradas fallidas en análisis. Algunos analizantes reducen el deseo a la demanda. Es decir, lo que desean es que el analista les demande alguna cosa, ya que por esta demanda se constituyen en objeto del deseo del otro, objeto que tapona imaginariamente la castración del Otro (inconsciente) y la suya propia. Contra este deseo de no salir de la neurosis, comparable a la RTN («resistencia terapéutica negativa» y el deseo de hacer fracasar al analista) el deseo del analista tiene que ser un deseo advertido.
Al analista se puede dirigir cualquier persona, cualquiera que sea su problema o patología, incluidas las denominadas cuestiones de pareja, de género, adicciones, y, claro está, que el psicoanalista tampoco se echa atrás ante las psicosis.
Los aspectos básicos del dispositivo técnico de la experiencia o cura psicoanalítica se desarrollan en tres grandes tiempos lógicos: el instante de ver, el tiempo de comprender y el momento de concluir. La clínica psicoanalítica del «caso por caso», contempla también aspectos generales, como los de tipo estructural relativos a la diferencia entre el código y el lenguaje humano, el agujero de lo Real, el complejo de Edipo, el deseo y el goce en las estructuras clínicas de las neurosis, psicosis y perversiones. Es igualmente subrayable que el analista, a diferencia también de los psicoterapeutas, dispone de 4 discursos (Discurso del Amo, Discurso Universitario, Discurso Histérico y Discurso del Psicoanalista) para un mismo fin: la disolución de los síntomas y el cambio subjetivo del analizante.
1. Las «entrevistas preliminares.» Se desarrollan en el primer encuentro con el psicoanalista. Su nombre es indeterminado, tienen lugar cara a cara y se rigen por las mismas reglas del análisis: «asociación libre», «atención flotante» y «acto analítico». Tienen básicamente 3 funciones:
a- Diagnóstico. El diagnóstico psicoanalítico, a diferencia del psiquiátrico, no es sintomatológico, y el psicoanalista tampoco pasa test; el diagnóstico en psicoanálisis es de la estructura del deseo. La táctica y la estrategia del analista en la cura dependerá del tipo de deseo. Por otro lado, en las entrevistas preliminares, el psicoanalista comprueba si la demanda de análisis está confundida entre afirmaciones médicas del tipo «soy depresivo», así como si el sujeto puede cuestionarse ese saber, si hace al psicoanalista depositario de la interrogación-enigma del síntoma (histerogenización de la demanda. Es decir, si el aspirante a analizante cree que el analista conoce el enigma del síntoma) y puede implicarse en aquello de lo que se queja («rectificación subjetiva» de antiguas creencias).
b- Aspecto transferencial. El analista se cuestiona si podrá soportar la transferencia. Es decir, si soportará ser el destinatario del pasado y el presente del sujeto, en definitiva, si podrá soportar los lazos transferenciales afectivos -amor y odio- del candidato a analizante.
c- El psicoanalista no cuestiona al sujeto sino la demanda: qué quiere? Éste es el segundo acto analítico; el primer acto del psicoanalista es la regla de oro del análisis, el «diga no importa qué, sin restricciones, sin descartar lo que le parezca absurdo y lo que juzgue sin importancia», mientras que «la atención flotante» y la «regla de abstinencia» quedan del lado del analista.
2. Elección del analizante. De estos factores deriva que la demanda de un sujeto no inicie un análisis. Lo que inicia un análisis es un acto de decisión del psicoanalista, acto determinado fundamentalmente por el deseo del mismo nombre, un deseo que impone silencio al Yo, a los prejuicios y a los ideales en favor de la ética del deseo. Se trata de una decisión fundamentalmente ética, ya que implica el cuestionamiento de la demanda, la posibilidad de soportar la transferencia y el diagnóstico de estructura. En resumen, la responsabilidad ética del psicoanalista es dar lo que tiene (deseo del analista y ser objeto a como causa del deseo del analizante), darlo en su acto, el acto analítico que como interpretación da existencia al Otro, al inconsciente en falta, y al propio sujeto, igualmente en falta, $, ya que antes del acto analítico ese sujeto solo era en Yo, habitualmente tan narcisista como de desconocimiento.
3. El diván. La experiencia analítica no necesariamente pasa por el diván (significante del psicoanálisis para el Otro social), aunque las ventajas de este instrumento las confirma la clínica. No obstante, en muchos casos pasar de la butaca al diván significa el inicio del análisis.
4. El tiempo. La duración de un análisis no se conoce de antemano, como tampoco la duración de las sesiones y su frecuencia. Es el analista, en tanto que dirige la cura (que es lo contrario de dirigir al paciente a un supuesto bien supremo, a un ideal), quien, por esa razón, tiene la responsabilidad analítica de decidir.
5. Los honorarios. Es también una decisión del analista pero basada en el conocimiento de lo que significan los dineros para el sujeto (diagnóstico). Aquí, también el analista debe contemplar la situación económica del analizante, pero sobre todo la relación del sujeto con lo Real y en este sentido que muchas veces el analizante compra el silencio del psicoanalista.
6. Fin del análisis. El tiempo de análisis, como también es el caso del tiempo de las sesiones, no se conoce anticipadamente. No tiene que ser necesariamente largo, pero tampoco acortarlo por razones de marketing o exigencias de la época posmoderna pueden convertir el análisis en psicoterapia. Hay que diferenciar, por otro lado, lo que sería acabar un análisis (cuando ya no se ven más el analizante y el psicoanalista) de la finalización o fin del análisis. El término puede ser una una decisión del analizante, aunque también lo puede ser del analista, a diferencia del fin del análisis que es un acto exclusivo del psicoanalista.
7. Pase. Se trata de un dispositivo institucional con el fin del análisis del futuro psicoanalista. No es obligatorio, y su función es testimoniar el paso de analizante a psicoanalista. La degradación de la formación del psicoanalista por la I.P.A. (International Psychoanalytical Association) condujo a Lacan a formular que el analizante se autorizaba a sí mismo y ante los otros. Eso significa que de la misma manera que el analista no puede ser autorizado en su función analítica por ninguna institución, el psicoanalista tiene el deber ético de dar a conocer la dimensión ética y epistemológica que la clínica le enseña.
Todo análisis empieza con la única demanda del psicoanalista: asocie. Pero la «asociación libre», es decir, la regla fundamental de la cura psicoanalítica, («diga no importa qué») sería estéril sin el acto analítico, sin el acto destinado en ese momento inicial de la cura a la «rectificación subjetiva» del sujeto respecto a lo real («realidad»). Se trata de una rectificación comandada por la ética psicoanalítica, por el «buen decir del síntoma», ya que el psicoanalista revela al analizante, después de valorar la estructura del deseo, la parte que le corresponde en el sufrimiento del que se queja.
Freud-Lacan | Psicoanalistas no lacanianos y PIP (Psicoterapias de inspiración Psicoanalítica) aprobadas por la I.P.A. | Psicoterapias |
Rectificación subjetiva (de las relaciones del sujeto con lo real) | Transferencia (provocación de la) | Autoridad: saber (sobre la enfermedad: diagnóstico) + poder (tratamiento) |
Transferencia | Interpretación | Principio técnico de la práctica: sugestión (Discurso del Amo y Discurso Universitario) |
Interpretación | Adaptación del sujeto a la realidad (social) | Bien supremo: adaptación del sujeto a la realidad imaginaria y/o los ideales del psicoterapeuta |
Afirma Claude Chabrol que «No se ha considerado nunca un enigma.» Eso no quiere decir que no lo sea, y puede serlo más de lo que piensa. De lo que no hay duda es que ninguno es libre de la incidencia del inconsciente, del gran Otro que nos habita. Aunque no lo sepamos, el Otro nunca se olvida de nosotros, del Yo. Al escuchar a Claude Chabrol se tiene la impresión que desconoce que por el hecho de que el Otro es el inconsciente, las personas nada saben, en principio, de la determinación de lo que dicen, hacen y piensan, y por la misma razón tampoco saben de que manera se ha conformado la estructura psíquica que rige su existencia, o sea, de qué manera y por qué razón están enredados en sus síntomas-identificaciones-significantes de su historia, así como las causas de su manera de ser en el mundo y la elección de objeto sexual.
La demanda de tratamiento denuncia que algo ha cambiado en las relaciones del sujeto con lo Real, cambio por el cual el psicoanálisis ha acuñado la expresión «tambaleo-derrumbamiento del fantasma.» Pero la demanda de tratamiento puede ser engañosa. Así es cuando el sujeto reduce el deseo (el deseo de saber sobre el síntoma) a la demanda (que el otro, el terapeuta, por ejemplo, le demande). Se trata, como hemos dicho, de una estrategia destinada a evitar la angustia de castración y la responsabilidad. La lógica es la siguiente: si el otro me pide cosas, me dice lo que tengo que hacer en razón de lo que piensa que me conviene y porque quiere mi bien, yo soy el objeto de su deseo, un objeto que sutura la falta del otro, o sea, que la completa, consiguiendo así obturar la castración y eludir la responsabilidad en aquello de lo que se queja.
Otras veces no es solo la estructura psíquica -que en realidad es tan particular como social, ya que el carácter de una persona se ha formado en un ámbito sociofamiliar- sino también el imaginario social e incluso académico el que juega una mala pasada, sobre todo si impide que se pregunte y que pregunte por la razón de su malestar. El peso de la ideología se constata en aquellas personas que identificadas con los discursos imaginarios afirman «yo soy anoréxica», «yo soy depresivo», etc. No obstante, a menudo se tiene una intuición o bien uno se ha formado una pequeña teoría sobre sus malestares; pero es igualmente cierto que esas ideas no reducen siquiera un poquito la angustia que padece.
Es entonces cuando el miedo, la incerteza, el sufrimiento y la opacidad del síntoma se transforman en amor al saber, en amor de la persona que padece a la persona que supone que sabe (médico, psicoterapeuta, amigo, curandero, gurú, sacerdote, rabino, etc.). El psicoanalista puede ser también el destinatario de la demanda y, por esta razón, queda investido como el otro de la demanda del saber (el que sabe) y de la demanda de curación (quien puede curar). El psicoanalista adviene sujeto-supuesto-saber para el paciente, en tanto este supone que el psicoanalista conoce la trama que ha existido a sus espaldas. (Insu se llama en francés a aquello inconsciente y que el mismo sujeto ignora a pesar de que puede intuir que las cosan van por ese lado).
¿Qué hace entonces el psicoanalista?
En principio mantener esta posición. Pero a diferencia también de los psicoterapeutas, no se identifica nunca con esa delegación de poderes que le hace el paciente (que en psicoanálisis decimos que corresponde con la vertiente imaginaria de la transferencia). Por qué no? Porque sabe que el saber no lo tiene él sino el Otro, el inconsciente del analizante, y que la experiencia psicoanalítica consiste en escucharlo e interpretarlo. Como he mencionado antes, en el tratamiento psicoanalítico sólo hay un sujeto, el analizante, ya que el psicoanalista es el objeto de deseo del Otro del analizante, posición que permite a este expresar su deseo inconsciente, un deseo que desconoce pero que paradójicamente es aquello más íntimo. Es decir, mediante la escucha y el manejo de la transferencia, el psicoanalista descubre la posición que ocupa el sujeto respecto a la falta-castración del Otro y, en consecuencia, descubre los significantes-identificaciones-síntomas en los cuales está entrampado, que es tanto como descubrir cómo responde como sujeto a la falta del Otro. El algoritmo de la transferencia es el mathema que se encuentra en la entrada de todo análisis.
Esta escritura expresa que el psicoanalista ocupa posiciones imaginarias para el analizante (lo que el analizante supone del psicoanalista) e indica también, como hemos dicho, que el psicoanalista no puede identificarse con esas suposiciones si no quiere transformar el psicoanálisis en un tratamiento sugestivo como indica la parte superior del mathema, que se lee significante de la transferencia. Al contrario, el psicoanalista tiene que mantener la posición de semblante, mantener esta suposición con la finalidad de mostrar al analizante que el saber no lo tiene él sino el Otro, que el saber es del inconsciente (saber acéfalo), hecho que el algoritmo de la transferencia muestra debajo de la barra.
Quien parece que pretende poner de moda los guantes de ciclista, Karl Lagerfeld, no entiende la advertencia del sujeto supuesto normal, y tampoco no entiende los tiempos del sujeto, o sea, como estaba la persona antes del análisis y el cambio que opera el tratamiento. Y no es lo de menos entender que los embrollos y el sufrimiento del síntoma dan al sujeto una magnífica oportunidad de llamar a la puerta de quien tiene que dejar de lado la impostura y la ideología.
Reticencias hacia el psicoanálisis siempre habrá en razón de la ignorancia, el narcisismo y, a veces, por el hecho de saber que una persona puede hacer o está haciendo aquello que uno nunca podrá hacer. Pero el que así piensa tendría que saber que denuncia un síntoma del Otro, es decir, que hay una razón en su historia que determina que el Otro, el inconsciente, le diga «ya es demasiado tarde para ti», por ejemplo, y que como amo absoluto que es el Otro, el sujeto-Yo ocupa la posición de esclavo y le hace caso.
Charles Berling, actor. Yo tenía un poco de miedo, tenía el presenti-miento que me iba a encontrar cara a cara con alguien que me tenía que escanear, y casi diría que de una manera extremadamente... supranatural.
Pierre Maulmont, bedel de instituto. Me ha costado algunos años tomar la decisión de ir al psicoanalista. Me decía que no era para mí; para mí el análisis era para personas como Woody Allen o Jacques Mesrine.
Yann Lucina, vendedor. Pensaba que ir al psicoanalista era una tontería, que el psicoanálisis no daba garantía de nada. ¿Y cómo podía hacer un niño en aquellos momentos para encontrar un psicólogo, porque, como se puede hacer esto, en la gran ciudad?
Isabelle Montourcy, inspectora de hacienda. Tenía miedo de engancharme al analista, al análisis. Pero, en realidad, de lo que tenía miedo era de darme cuenta que estaba mal, de reconocer que tenía problemas.
Agnés Becker, encargada de producción. Mi duda era si podría cambiar, si alguien me podía hacer cambiar. Porque cuando te has fabricado una personalidad, a través de lo vivido, a menudo estás muy habituada a esa personalidad y es muy difícil aflojar. Pero algo me decía que tenía que dejar de lado esa personalidad, que también proporciona placer, es decir, sabía que tenía que ser bueno para mí, a pesar de perder algunas cosas, cosas que al fin y al cabo amaba.
Carla Bruni, cantante. Yo me oponía comple-tamente a este tipo de procedimientos. No conocía el psicoanálisis y no creía que tuviera ninguna necesidad; tenía una vida totalmente centrada en la acción. Estuve totalmente fuera del psicoanálisis hasta los 28 años. En esa época tuve como una ruptura cuando murió mi padre. Entré en análisis, como te lo diría, en cuerpo y alma.
Gérard Miller (en off). Carla Bruni no es la única persona que piensa esto. Para comenzar un análisis, no hay suficiente con la curiosidad intelectual. Es más, para llamar por primera vez a un psicoanalista es necesario que algo se tambalee, por ejemplo, levantarse una mañana y sorprenderse pensando «pero qué vida es esta en la cual no me reconozco, esta vida no parece responder a ninguno de mis deseos, a ninguna de mis aspiraciones.»
José Miguel Pueyo, psicoanalista. La demanda es un significante, y eso quiere decir que no significa nada, como descubrió Freud en La interpretación de los sueños, 1900. O sea, el psicoanalista sabe alguna cosa, sabe que lo que le dice su analizante, «curiosidad o interés intelectual», en principio no significa nada desde el momento que esta demanda puede ocupar en el discurso de esa persona el lugar de otros significantes (reprimidos en ese momento), y de ser así, el significante elidido-reprimido sin duda sería más importante que el de la petición de análisis. Eso es lo que el psicoanalista tiene que verificar en las «primeras entrevistas.»
Pero, ¿qué importancia tiene eso? La dirección de la cura está presidida por la «docta ignorancia», dado los límites del saber respecto a la verdad del deseo y el goce. La cita que acuñó en el siglo XV Nicolás de Cusa define mejor que ninguna otra el respeto absoluto que el psicoanalista debe al hecho que la estructura del inconsciente no es una estructura plena sino en falta:
Ejemplo notable del pensamiento psicoterapéutico es el de los psicólogos del Laboratorio de Psicología y Tecnología de la Universidad Jaume I de Castellón de la Plana, los cuales piensan que el inconsciente, de existir, está lleno de signos lingüísticos (significado/significante). En su desorientación creen que una fobia a las arañas, por ejemplo, se agota en el miedo a las arañas. Ese modelo de la psicología humana, o sea, aplicada al sujeto humano es el que les ha permitido idear un sistema de realidad virtual aumentada para el tratamiento de las fobias, en que en un entorno virtual el paciente puede comprobar que esos animalitos no son tan grandes y que no producen daño alguno, en fin, en un día de tratamiento virtual la araña puede ser su mejor amiga.
Marc Jolivet, humorista. Me dije a mí mismo, tengo 40 años, ¡basta! Estoy endeudado, no tengo hijos, hay alguna cosa que no funciona.
Gilles Aspinas, educador especializado. ¿Qué me ha llevado al psicoanalista? La repetición, los repetidos fracasos, el hecho de no conseguir comprometerme en lo que yo tenía ganas de comprometerme en la vida. Estaba bloqueado, por motivos que desconocía.
Pascale Bocciarelli, maestro de escuela. Un día me vino una intuición: quizá debía ver a alguien para no ir más a ciegas por la vida.
Marie Darrieussecq, escritora. Estaba en una situación muy absurda. Lo que más me gusta hacer es escribir y estaba bloqueada por cosas que me impedían hacerlo. Es muy frecuente, y era muy neurótico, en el fondo escribir era pecar, pecar, sí, pero yo no lo sabía. Por otro lado, yo lo tenía todo para ser feliz, como suele decirse, pero no era verdad. Así que todas esas contradicciones hicieron que me dijera que la vida era demasiado complicada para mí, que no lo conseguiría. Y, afortunadamente, encontré esa escapatoria, que más que una escapatoria era al revés, una entrada en la vida y poder hacer el esfuerzo de vivir. Había una especie de pereza de vivir, que en el fondo era una depresión.
Gérard Miller (en off). A veces el origen de la primera sesión se puede deber a un acontecimiento concreto que nos lleva a otra dimensión, donde las historias que nos explicamos sobre nosotros mismos ya no nos complacen. Un accidente, una separación, un duelo, y desgracias que nos llevan lejos de nuestras construcciones imaginarias nos dejan de golpe desnudos, incómodos.
Gérard Loussine, actor. Entonces yo estaba casado, tenía dos hijos muy pequeños y la mujer con la que estaba se fue, pero no se fue con otro hombre, se fue porque quería vivir otras cosas. Así que bien, no tuve otra solución que ir a ver alguien, era necesario que comprendiera por qué habíamos llegado a aquel punto. Me pregunto si nunca es gratuito que pasen estas cosas.
Christine Orban, escritora. Me casé a los 20 años, y a los 20 años y algunos meses me dijeron que mi marido estaba en proceso de cáncer y que le quedaban un año o dos de vida como mucho. Claro que fue un gran choque, y lo peor de la enfermedad es que hace cambiar los papeles. El fuerte, que en aquellos momentos era mi marido y, la débil, que era yo, me tenía que hacer la fuerte, fuerte para los dos, hacer ver que la vida era bella ya que habíamos decidido con el profesor Jean Bernard no decirle la verdad. Fue muy duro, yo necesitaba tratamiento.
Gérard Miller (en off). Así, dentro de los trayectos refrenados de las existencias, muchas personas se percatan de que tienen que empezar un psicoanálisis. Pero a veces se detienen, confrontados con la idea, todavía hoy, de que el psicoanalista es un curandero. Pero alguna cosa los sacude, los angustia, los interroga y continúa insistiendo; como si fuera un deseo enigmático, venido de fuera, el deseo de ese Otro que Lacan escribía con una mayúscula para subrayar la diferencia con el otro.
Rachel Baloste, encargada de comunicación. Yo creo que iba mal desde hacía tiempo, pero no me daba cuenta, ya que soy muy vital, me gusta hacer cosas, moverme, pero fueron disminuyendo las ganas de hacer cosas, hasta el día que me levanté, de verdad, literalmente, abrí los ojos por la mañana, miré el techo y no sabía ni por qué me levantaba, qué motivo tenía para levantarme e incluso que sentido tenía dormir. Yo dudaba de si iba bien, pero no hasta ese punto.
Agnés Becker, encargada de producción. Cuando estaba en la calle tenía una sensación como de pérdida de conocimiento, de ser completamente extraña a todo lo que se movía a mi alrededor. Eso me producía mucho miedo, la gente me daba miedo, y tenía la sensación de estar paralizada, alguna cosa que me encogía el corazón, que me clavaba al suelo, que me impedía avanzar.
Gérard Miller (en off). Pero, ¿cómo encontrar un psicoanalista? ¿Cómo saber cuál es el bueno, quién sabrá escuchar nuestra demanda y nos ayudará a sacar algo en claro de nuestro inconsciente? Hace unos años, la Escuela de la Causa Freudiana, a la que pertenezco, abrió en París, en la calle Chabrol, un centro de consulta psicoanalítica. En este centro, totalmente gratuito, los psicoanalistas reciben pacientes cada semana sin cobrar. A todos los que vienen buscando una primera sesión se los acoge durante algunos meses, tanto a los adultos como a los adolescentes a partir de doce años y los niños, a veces muy pequeños, que vienen acompañados por sus padres.
Pierre de Maulmont, bedel de instituto. La calle Chabrol me permitió dejarme ir, porque tuve la ocasión de ver a otros enfermos, otros analizantes que no eran ni Woody Allen ni Jacques Mesrine. Lo que me dio confianza fue que los que estaban allí eran gente sencilla, gente que sufría. Los niños me afectaron mucho, los niños, los adolescentes que no venían, que eran analizantes que no hacían eso para acabar siendo analistas o para presumir, no eran intelectuales que hacían el trabajo para presumir. En la calle Chabrol no escoges el psicoanalista ni tampoco son ellos los que escogen. Es una especie de organización administrativa, pides cita entre un grupo de psicoanalistas, hay un grupo de enfermos, hay turnos y te toca un psicoanalista por azar.
Gérard Miller (en off). A pesar de todo y, mayoritariamente, para subir al tren de la primera sesión la gente se dirige al psicoanalista desde el ámbito privado. Algunas veces ven la placa de un psicoanalista y no buscan más. Otras abren el listín telefónico y escogen también por azar. De todas maneras, por regla general, se pide la dirección a un amigo y después se le llama.
François Leguil, psicoanalista. Cuando un paciente llama por teléfono para pedir una cita que será su primera sesión no creo que la llamada forme parte de esta primera sesión. Digamos que la primera sesión comienza en el momento que nos damos la mano en la sala de espera y yo lo hago pasar a mi despacho, aunque pueden pasar muchas cosas por teléfono.
Guy Trobas, psicoanalista. Siempre soy yo quien responde para dar la primera cita. Así estoy al caso para escuchar los lapsus, los matices, las primeras formulaciones de la demanda de la persona que se ha puesto en contacto, sea un hombre, una mujer, un pariente.
Christiane Alberti, psicoanalista. Hoy en día, la demanda se formula con ciertas cuestiones habituales, estoy sorprendida por eso. Es decir que por teléfono los pacientes pueden preguntar cuanto tiempo durará, cual es el precio de las sesiones. Pero yo doy el tiempo para hablar no forzosamente de eso sino de dejar al paciente lo que tiene en el fondo, las primeras palabras que puede decir al momento y que lo llevan sin embargo a hacer la consulta, a menudo tienen una importancia a posteriori esencial.
Luis Solano, psicoanalista. Ya que en aquel momento puede haber una resistencia, es necesario que tome una decisión al instante, a saber: ¿os visito ahora mismo, esta misma tarde u os visito mañana o dentro de un mes?
Gérard Miller (en off). Dado que fue el primero, la consulta de Freud continúa dejando huella. A pesar de que pueda haber miles de consultas en todo el mundo, los futuros pacientes que llegan para su primera sesión suelen preguntarse si no se reencontrarán otra vez un siglo atrás, en Viena, en una copia como la de Freud. Sobre cómo tendría que ser una consulta de psicoanalista del siglo XXI, Karl Lagerfeld tiene tres ideas clarísimas.
Karl Lagerfeld, estilista y fotógrafo. Yo creo que tendría que ser bastante minimalista, conviene que haya una especie de vacío para estar totalmente pendiente, sin cosas en la pared, sin cuadros, nada, nada que fije la imaginación y que desvíe lo que tiene en la cabeza la desdichada persona que está en el diván. Debe tener una buena iluminación, es la cosa más importante, no necesariamente blanca, puede ser un gris perla, alguna cosa relajante ya que tiene que relajarse y que se deje ir, es necesario que se sienta confiado, pero sin llegar a ser afeminado. Cuando uno está sentado tiene que escuchar a menudo declaraciones que no son demasiado apasionadas, porque hay mucha gente un poco negada, un poco aburrida, y psicoanalistas que no tienen nada de apasionados. Un buen ejercicio sería ser psicoanalista de uno mismo porque sería más agresivo, más fuerte, menos blando.
Marc-Olivier Fogiel, periodista. La primera vez que entré a la consulta estaba bastante desorganizada. Había mucho retraso. Entonces no sabía a qué hora era la cita. La sala donde estaba el diván estaba llena de papeles por todos lados. Él mismo, su imagen, era un poco de la luna, como si hubiera llegado a otro planeta. Muy, muy lejos de mi rigor en aquella época, siempre preocupado, un rigor un poco exagerado, pero mi coacción contrastada con su libertad produjo la química.
Guy Trobas, psicoanalista. Hace un tiempo en Argentina era costumbre que el analista recibiese en un entorno de laboratorio, siempre con bata blanca. Se tenía la idea que el psicoanálisis tenía que demostrar que era científico, por eso era necesario que nada obstaculizase ese dispositivo. En absoluto era mi caso. En mi consulta había incluso pizarras, por el suelo hay objetos que han caído, porque atiendo también a niños y lo tocan un poco todo.
Gérard Miller (en off). Y más importante que la consulta es el propio psicoanalista que uno se encontrará en la primera sesión. ¿Cómo será? ¿A quién se parecerá? Quién sabe! Quizá a aquel personaje atípico de cineclub... En todo caso, más a menudo de lo que nos pensamos, la primera sesión puede ser también la última. Sea como fuere, el primer encuentro no es concluyente.
Gérard Loussine, actor. Yo tenía un amigo psicoanalista, me dijo, «cuando vayas, su postura, su consulta, el lugar donde te sientes, lo que sea, si hay una cosa que no te gusta, te vas.»
Marie Darrieussecq, escritora. En la primera sesión no tenía nada que decirle, y ella me preguntaba qué hacía allí. Quiero decir que no había del todo transferencia. Yo me quería ir, pero le tenía que decir alguna cosa. Entonces le dije que estaba muy nerviosa porque me muerdo las uñas. En realidad estaba a punto de suicidarme. Ella estaba muy seria, en el fondo no entendió mi demanda. Me dijo que el término psicológico de ese síntoma en psicopatología era onicofagia. Aprendí una palabra, y le dije «entonces, señora, ya no la volveré a visitar.»
Carla Bruni, cantante. Había una gran diferencia, como la noche y el día, por parte de los dos. El psicoanalista con quien hice mi análisis desde entonces es lo contrario de el de la primera consulta, es lo contrario. La primera visita con el psicoanalista de ahora fue incandescente, a pesar de que las dos siguientes consultas fueron un poco apagadas. El problema no son las palabras, los símbolos, lo que hace que la cosa cuaje. Para que la cosa funcione, para que exista un vínculo, tiene que ver con el latido del corazón también, es decir, que en cierta manera te sientas a gusto.
Gérard Miller (en off). En estas visitas decepcionantes se percibe inmediatamente que no son las buenas. Suponemos entonces una primera sesión inaugural, la verdadera, la que marca el inicio del psicoanálisis propiamente dicho. ¿Qué es lo que pasa ese día que sea diferente? ¿Por qué uno queda convencido que es allí, en aquel rincón, en aquel edificio donde retorna? ¿Por qué aquel día uno pensó que había ido al lugar adecuado?
Jacques Weber, actor. La psicoanalista era amable, tenía un aire agradable, sin llegar a ser tonta, ha, ha, ha. Yo soy de las personas que notan cuando hay falsedad. Es decir, la manera de atender no era frívola, era atenta y ya está. Además tenía energía, de entrada decía «Buenos días, ¿cómo va?» Sea como fuere, yo me sentía bien. Ella me decía, «¿Qué es el que no va bien? ¿Por qué viene usted?» Yo sentía, como en los actores, que el tono era el ajustado, que ella sabía por qué yo no estaba bien. Es como con los actores, es como una audición.
Rachel Baloste, encargada de comunicación. Me di cuenta en seguida que aquel era el lugar adecuado, el buen analista, pero era más una cosa intuitiva que reflexionada y razonada.
Isabelle Montourcy, inspectora de hacienda. Tanto de la primera sesión como del psicoanálisis yo sabía que solo haría uno en la vida y que sería con él. Y desde entonces no he cambiado de parecer, me he quedado con la misma idea. Decidí darle mi confianza, y nunca fui a ver a otro psicoanalista después de la experiencia de la primera sesión.
Yann Lucina, vendedor. A menudo el analista tiene un cliché de rebuscado, un cliché que yo no tenía antes, y me veía delante de alguien muy, como te diría, como que en esos momentos la transferencia ya se había efectuado. Yo no hablo de eso ahora como al principio, pero bien, me encontré delante de alguien inteligente, adecuado.
Marc-Olivier Fogiel, periodista. Lo que me hizo pensar que era el buen analista fue sobre todo que desde el principio tuve que bajar los ojos enseguida, porque él iba con 20 minutos de retraso y fui yo quien se excusó, con una sensación de un poco de omnipotencia, en una situación invertida, pero él se impuso sobre mí y entendí inmediatamente que era el bueno.
Carla Bruni, cantante. Cuando dos personas se entrevistan, aunque sea en el diván y no cara a cara, la primera sesión es cara a cara, y puede haber alguna cosa en la primera sesión. Yo creo que en la propia sesión, dentro de mi corazón, de alguna manera me di cuenta que era el comienzo del psicoanálisis propiamente dicho.
Rachel Baloste, encargada de comunicación. De ninguna manera pasó como yo me había imaginado, ya que el día que hice la entrevista estaba totalmente afónica, cosa que no me había pasado nunca en la vida. Estaba alucinada porque fui incapaz de rehacerme sola, me quedé alucinada porque pude recuperar la voz el día que me pidieron que me expresara verdaderamente.
Charles Berlig, actor. Vi una serie de cosas que nunca me hubiera imaginado. No me imaginaba lo que pasaría, el grado de motivación que tuve inmediatamente para hablar de mí, fue muy sorprendente. En el fondo, yo tenía la idea que se llegaba con reservas y que, cuando uno se encuentra de repente delante del psicoanalista, tiene que pasar alguna cosa que tenga una explicación razonable. La sola presencia de una persona delante tuyo provoca una cosa totalmente inesperada.
Agnés Becker, encargada de producción. Estábamos sentados, cara a cara, y me dijo que me presentara. Yo le dije mi nombre y el de mis dos hijos, y ella me dijo con cierta ironía «Entonces, ¿qué puedo hacer por vosotros tres?» Yo le dije que tenía por costumbre presentarme con mis hijos; aquello me molestó, me avergonzó, porque sentí que me había percibido demasiado pronto, y eso me molestó un poco por ser la primera vez.
Guy Trobas, psicoanalista. Cuando alguien me pide cita, o yo le doy una cita, excepto algunas excepciones, no tengo ni idea de como transcurrirá la primera visita, y salvo alguna frase de acogida, yo no sé a priori nada en relación a si haré muchas preguntas, si estaré silencioso, si haré preguntas incisivas, evasivas y, en realidad, yo no anticipo nada.
François Leguil, psicoanalista. En una primera sesión siempre tengo una intención, que es captar la persona que viene a verme, no captar a la otra persona, sino escuchar lo que ella dice. Yo creo que la primera sesión constituye un acontecimiento por ella misma, no un acontecimiento demasiado espectacular, y este acontecimiento no puede residir en la sensación de que se ha ido a ver a la persona correcta en el lugar adecuado, este acontecimiento consiste en lo que esa persona dirá.
Marie Darrieussecq, escritora. Yo lloraba y le decía «No lo entiendo, no lo entiendo, todo va muy bien, todo va muy bien.» La señora me remarcó que no, que yo no iba bien, «Usted no va bien.» Fue después de que alguien me dijera eso que me liberé de esta idea de que todo iba muy bien, que yo lo tenía todo para ser feliz, de golpe alguien me autorizó a pensar que yo no iba bien, fue extraordinario y una gran liberación.
Christine Orban, escritora. En la primera sesión el psicoanalista me dijo una cosa que me afectó y que era diferente de lo que decían los otros, los médicos, a pesar de que me hablara como un buen padre de familia, como se suele decir en derecho. Me dijo al final de la entrevista: «Yo no la juzgo.» Nadie me había dicho nunca una cosa como esta.
Pierre de Maulmont, bedel de instituto. Lo que me sorprendió, más que las palabras del analista en la primera sesión, fue el tono, la pregunta, era la frase que quedaba pendiente con mis propias palabras, que es en definitiva lo que se percibe por debajo de lo que el analista repite, al recoger exactamente las mismas palabras pero cambiando la entonación. Eso cobra un sentido, y es lo que el otro dice de mi decir; esto permite exteriorizarlo. Lo descubrí en seguida. Me fue muy bien.
Gérard Miller (en off). En efecto, el psicoanalista no emite juicios. Tampoco es alguien que os cuela sus palabras. De hecho, él toma vuestras propias palabras y produce un sentido al sustentarlas. Una cosa que desconcierta es mantener entre vosotros y él una extraña distancia, una aparente frialdad que no puede más que sorprender en la primera sesión.
Giles Aspinas, educador especializado. Yo le explicaba las cosas que me metían en problemas y sus consecuencias, y no había reacción alguna por su lado, él me respondía con el mismo tono que el mío, hecho que era muy frustante. Pensé «Este señor no se da cuenta que yo voy mal, que esto no funciona», pero al mismo tiempo era hiper-reafirmante.
Christine Orban, escritora. Es verdad que sobrecoge ver alguien inmutable y eso da coraje, pero a la vez frío, porque el psicoanalista es frío. Aun expresamente su pose es antipática «A ver, señora...» Así, muy frío, sin decir nada y de vez en cuando animándose y haciendo «mm...mm», pero era cuando yo no lo veía, estaba detrás mío, de cara ponía su máscara de frialdad.
Valérie Drouart, responsable de administración. El hecho de poder romperse, llorar, dejarse ir, delante de esa persona que respeta esto, sin intervenir en seguida, esperando un poco a que pase la cosa, permite que pase relativamente rápido y permite continuar hablando.
Christiane Alberti, psicoanalista. Es verdad que a lo largo de la primera sesión los pacientes traen numerosos recuerdos, cosas que nunca han dicho a nadie, sueños que les producen vergüenza. Los atemoriza decir sus intimidades. Bien, dado que estas cosas no se confían tan fácilmente, en efecto eso requiere una forma de presencia particular, acoger sin juzgar, sin ideas preestablecidas, y al mismo tiempo sin hacernos notar, es decir, justamente una presencia en que uno no se identifica con el paciente, para permitirle precisamente situarse mejor en relación a lo que él mismo dice.
Charles Berling, actor. La distancia del analista para mí no es vivida del todo como un impedimento, eso no me provoca ningún problema, al contrario, incluso es totalmente necesaria. Si se me diera afecto o consuelo seguramente marcharía enseguida.
Gérard Miller (en off). Esta impasibilidad en la atención, que Freud llamaba «neutralidad», y que se da en el transcurso de la primera sesión, Patrice Laconte la ha probado de captar en Confidences trop intimes, de la cual Chaterine Carbol hizo el rodaje.
Patrice Laconte, director de cine, actor y guionista. Creo que el psicoanálisis es cinematográfico en su economía de acciones, es lo mínimo que podría decir, por una razón muy sencilla, y es que en el psicoanálisis hay, sobretodo en la primera sesión, y entonces todavía en las siguientes, unos juegos emocionales muy fuertes; y para captar, capturar esos momentos únicos, ese vértigo, esa vacilación fugaz, o en sus relajamientos, ciertamente no hay nada más que una cámara para hacer eso, para estar suficientemente cerca de las miradas, las vibraciones, los estremecimientos, de todo lo que se cuece, aquello que pueda ser captado, y el cine es maravilloso para eso.
Gérard Miller (en off). Pues precisamente en este contexto donde aparece el temor de sentirse dejado de lado, uno se imagina que las palabras del psicoanalista son escasas, y eso inquieta a quien nunca lo ha experimentado.
Patrice Laconte, director de cine, actor y guionista. Si yo fuese a ver un psicoanalista, y por tanto tuviera que afrontar esta primera sesión, tendría demasiado miedo por tanto de una respuesta fácil como decirle «¿Qué quiere que le explique?» y que él no respondiera.
Guy Trobas, psicoanalista. Es cierto que a menudo la gente que todavía no se ha psicoanalizado, no sabe si se encontrará o no con un muro. Y también hay esta idea que circula que uno va más bien a ver a alguien silencioso. Yo puedo hablar a título personal. Yo no he sido nunca silencioso por sistema, es una cosa que no solo varía con cada analizante, evidentemente, sino que varía también según el momento de su cura. Hay momentos prácticamente silenciosos, de forma casi estereotipada y otros donde se interviene mucho.
Luis Solano, psicoanalista. Es un silencio que está habitado, no es un silencio sin palabras, no es un silencio sin gestos, no es un silencio sin movimiento del corazón, de mi corazón en la sesión; el silencio, en cambio, es alguna cosa que ofrece siempre un lugar al sujeto que habla, un lugar de inscripción.
Christine Orbar, escritora. Al final aprendí a descifrar ese silencio. Los silencios son tan importantes como las palabras, las ponen en escena, los silencios ponen en escena las palabras, ya que las palabras son bastante escasas, pero todas tienen importancia.
Jacques Weber, actor. En los momentos que hacía así [mueve la cabeza] esta señora que yo todavía veo a veces decía «¿Sí, entonces?», después de un cuarto de hora de estar callado, es cuando sentía hervir una olla, vaya, que la cocina estaba en su salsa. Me aparecían los recuerdos. Los silencios son maravillosos.
Gérard Miller (en off). El silencio de un psicoanalista no es la única reticencia cuando ya se ha hecho el descubrimiento freudiano. Para muchos la cuestión está clara: el psicoanálisis es realmente caro, incluso muy caro.
Claude Chabrol, director de cine. Como en el mundo del psicoanálisis, sí, las películas son caras, porque forma parte del todo, oh, es magnífico, ha, ha, ha, es un descubrimiento. Es lo que yo me había dicho, como si tuviésemos una cosa en común respecto a la comprensión de una gran parte de los elementos de la naturaleza humana. Es interesantísimo el placer de hacerse notar, el placer de lo que es caro, y todo eso, sí, el éxito del circo.
Patrice Leconte, director de cine, guionista y actor. Sobre la cuestión del dinero, yo creo que es normal pagar, incluso caro, o muy caro, a un psicoanalista, por la misma razón que no se va al casino a jugar con cerillas. Si uno juega al póker entre amigos diciendo que la partida será sin apuesta, se divertirá mucho menos que si la partida es con dinero, y yo pienso que con un psicoanalista se tiene que estar interesado en la partida.
Gérard Miller (en off). «En cuestión de dinero, yo soy inflexible» escribió, efectivamente, Freud. Pero la realidad del precio del psicoanálisis es diferente de lo que se suele decir.
José Miguel Pueyo, psicoanalista. El tiempo del tratamiento, la frecuencia de las sesiones y el dinero que hay que pagar por sesión, son aspectos que van más allá de lo que se entiende por «servicio-trabajar por dinero.» Lacan decía que el psicoanálisis era una estafa. Y lo es, aunque sólo en un sentido: el analizante paga a quien lo pone a trabajar («diga lo que quiera», trabajo que es la condición primera de la curación). En efecto, quien trabaja no es, en principio, el analista sino el analizante (el psicoanalista lo pone al trabajo de hablar, de asociar). Y, por otro lado, el psicoanálisis es una estafa en el sentido que el psicoanalista, además de cobrar por poner a trabajar al analizante, le quita un objeto, un objeto muchas veces deseado por el analizante, pero objeto, en fin, que lo tenía enredado y que era la causa de sus sufrimientos.
Todo el problema es que la «estafa psicoanalítica» tiene que ser rigurosa. Es decir, una estafa que evite la sugestión, la impostura y el engaño, una estafa, entonces, llevada a cabo según las reglas del arte psicoanalítico (el deseo del psicoanalista), ya que de no ser así, de no haber psicoanálisis, seguro que sería una verdadera estafa.
Algunas personas, por otro lado, para no verse asediadas por la angustia necesitan conocer dónde se encuentra su médico o su psicoanalista en cada momento. Quizá no sea esta la circunstancia que aconseja a Shakira tener no uno sino dos psicoanalistas, cada uno de ellos en uno de sus lugares de mayor permanencia, según sus propias declaraciones. Pero ya sea por la razón apuntada o por otra, lo importante es que la clínica del «caso por caso», que es la psicoanalítica, no prejuzga el deseo de esta cantante colombiana.
Gilles Aspinas, educador especializado. Cuando comencé mi análisis estaba en el paro, no ganaba casi nada, y ciertamente me pregunté si podría analizarme. Primero escogí un analista que era un psicoanalista psiquiatra para poder beneficiarme de la Seguridad Social, y cuando lo llamé para mi primera entrevista fue la primera cosa de la que le hablé. Le pedí como iba este tema con él, y me dijo que efectivamente un análisis se tenía que pagar, pero que eso no debería ser un impedimento, y que ya lo hablaríamos.
Pascale Bocciarelli, profesora de escuela. La primera sesión di lo que quise, lo que pensaba poder dar y, entonces, las siguientes sesiones acordamos con el psicoanalista que en función de mis medios serían las tarifas de mis sesiones. Así tuve la seguridad de saber que podía continuar.
Marie Darrieussecq, escritora. Se comportó, por suerte, un poco como «la zorra.» Creo que entendió mi situación. Es decir, que tomaba a los ricos para dar a los pobres. De alguna manera yo estaba bastante apurada y me pidió un precio bastante razonable. Mientras tanto escribí Truismos, estaba tan enfadada, pero no tenía motivos.
Luis Solano, psicoanalista. La cuestión del dinero puede surgir al final de la primera sesión o más tarde. Todo depende de lo que haya en juego, pero habitualmente soy yo quien introduce el tema, pidiendo cómo piensa hacerlo.
Valérie Drouart, responsable de administración. Lo más sorprendente para mí fue cuando me pidió qué valor estaba dispuesta a dar a sus sesiones. Estaba en una situación comprometida, porque nadie me había hecho ese tipo de preguntas: «¿qué valor le das a esto?», sin saber bien de qué se trataba. Luego sí, debió ser la mayor sorpresa de la primera sesión.
Gérard Miller (en off). Y entonces hay el diván, el famoso diván, como por ejemplo los que ha fotografiado Patrick Altmann, de muchos sitios, para su libro sobre consultas de psicoanalistas, el diván que se observa en la primera sesión pero del que no se hace uso inmediatamente, o a veces nunca.
José Miguel Pueyo. Exactamente es así. Nunca se incidirá suficientemente que nada es más ajeno a las condiciones fundamentales (badingungen) del dispositivo de la cura psicoanalítica creado por Freud que las normas-contrato (el llamado setting analítico) que sólo una burocracia, establecida como Otro o superyó de los psicoanalistas y encarnada en la I.P.A., instauró con la única función de salvaguardar el narcisismo de sus afiliados. Así fue también respecto al diván. Y es que lo que eran las condiciones propuestas por Freud para su estudio, o sea, para que se fundamentaran psicoanalíticamente, los analista de la I.P.A., en su desidia teórica y haciendo abuso del poder impropio de la ética que representaban, las constituyeron en normas de obligado cumplimiento.
El diván, como instrumento clínico, precede al psicoanálisis en tanto que éste era de uso habitual en la hipnosis y en la llamada «técnica del constreñimiento.» Pero si Freud lo mantiene no es solo por lo molesto que le resultaba encontrarse cara a cara con sus pacientes durante bastante tiempo, concretamente 60 minutos, y durante toda la jornada; la razón técnica fundamental radica en que en posición estirada y al no ver el analista, los analizantes gozan de más libertad para decir todo lo que les viene a la cabeza, para «asociar libremente», que es la condición primera de la cura, y no están pendientes de lo que hace el psicoanalista, como por ejemplo tomar notas. Es conocido, por otra parte, que Freud analizaba paseando, en el tren, etc.
Charles Berling, actor. Yo no me he iniciado en el diván, pero no digo que no me estire nunca. Lo veo como una posibilidad. Creo que es otra aproximación diferente de la que he hecho hasta ahora. Hasta ahora, para mí, en mi cabeza, puede ser un poco loco, pero de momento, siempre que he ido, ha sido para tratar unos problemas preciosos, pero sí, evidentemente eso puede derivar con fuerza hacia otras sorpresas, y finalmente llegar a algún problema concreto de donde salen otros, ha, ha, otro tipo de preocupaciones. Pero yo creo que para mí el momento de decirme, «Tú, ya es hora de estirarse», no ha llegado, quiero decir, si llego a querer hacer un trabajo más largo, con más profundidad, ya se verá. Será menos puntual.
Carla Bruni, cantante. Me estiré, pero no me gustaba estar ahí. Estuve 8 años. Ahora bien, no es estando estirada que me lancé al mar. Porque estirada era muy artificial para mí; yo soy un poco nerviosa físicamente y estar estirada para mí tiene algo de artificial. Aporta muchas cosas a mucha gente que conozco y que me lo ha explicado; al contrario, que no puede hablar de otra manera. Por mi parte, me siento como con una máscara. Ahora, desde hace dos años, estoy cara a cara, sin mirar a mi psicoanalista en particular, y en absoluto como en una conversación, pero el hecho de estar en una posición más habitual de alguna manera me permite, por mi carácter, hablar libremente, especialmente de los sueños.
Marc-Olivier Fogiel, periodista. Para mí, la primera sesión verdadera no fue la primera vez que fui a ver a mi psicoanalista, fue dos sesiones después, la primera vez que me estiré. Estar de cara a alguien y hablar es una situación demasiado cotidiana que me puedo encontrar en cualquier parte, y me siento demasiado medido y observado.
Valérie Drouart, responsable de administración. El hecho de estar estirada, al fin y al cabo me liberó porque no tenía a nadie delante mío que me mirara, tenía esa especie de libertad de poder expresarme sin tener encima unos ojos, tenía más libertad para hablar de todos los temas, por muy desgarradores que fuesen.
Marie Darrieussecq, escritora. Me hizo estirarme muy rápidamente, como quien dice, y eso era lo que yo pretendía, lo que quería, el diván. Sin saberlo, yo quería sumergirme verdaderamente en una especie de..., el flujo de las asociaciones de ideas, esta especie de despertar al Otro, me iba perfecto. Se aviene muy bien con mi manera de pensar, me había tragado 20 años de educación nacional!, con una planificación muy estructurada, las conferencias, las oposiciones, los exámenes, todo eso..., ah... qué liberación poder pensar de otra manera.
Marc Jolivet, humorista. Estar estirado es una cuestión de técnica, todo eso es técnico y yo lo asumo perfectamente, porque ya sé que cuando uno está cara a cara con alguien y hace «bla, bla...» no se hace el mismo trabajo que estando estirado, solo con los recuerdos, dejándose sentir, mientras alguien en su oficio, un profesional, toma nota, trabaja y os dice [hace el gesto de escribir]: «Pues bien, toc-toc», y marca los puntos sobre los cuales se trabajará. Es normal, el carnicero tiene un cuchillo y el psicoanalista tiene un diván.
Gérard Miller (en off). Pero a diferencia del carnicero, que no rechaza nunca vender su mercancía, se puede dar el caso que el psicoanalista en el transcurso de la primera sesión, y con cautela, diga «no.»
José Miguel Pueyo. Así es, efectivamente, Y más que por una cuestión diagnóstica en el sentido clásico, se trata, como he dicho, de una responsabilidad ética del psicoanalista, ya que el psicoanalista debe valorar si está capacitado para soportar la transferencia, es decir, el amor y el odio de las relaciones afectivas que el futuro analizante hará recaer en su persona.
Marc-Oliver Fogiel, periodista. Para mí, yo fui como si fuese al médico, y a priori el médico está allí para curarte, no tienes ningún problema, llegas y eres parte de su clientela. Me di cuenta en seguida, sin que me lo dijera, que antes de nuestra sesión, y después de decenas de otras, era necesario que él estuviese de acuerdo. Pero lo que no me había imaginado es que en la prueba de admisión que al fin y al cabo yo estaba pasando, no era yo quien escogía mi psicoanalista, sino que era mi psicoanalista quien escogía si me cogía y me acompañaba en mí trabajo.
Christiane Alberti, psicoanalista. Sí, hay pacientes a quienes uno puede disuadir. En el caso que se considere que ha habido un malentendido, y que vienen a consultar como quien consulta a un médico, esperando una respuesta a medida de lo que consideran un problema para ellos, y precisamente lo que no consideran es que han venido por alguna cosa que ni la saben. Y entonces hay también el caso de los pacientes que se pueden disuadir porque, precisamente el hecho de hablar -normalmente se dice que va bien hablar-, pero hay pacientes para los cuales puede ser incluso contraindicado, ya que simplemente el hecho de hablar los confronta con una realidad profunda o los conduce a una cierta deriva, una cierta desorientación. O sea, que estos son los pacientes que se pueden disuadir.
Christine Orban, escritora. Lo que me chocó mucho era que, al explicarle por qué estaba allí, él cogió una hoja y me aconsejó un segundo colega. Yo me quería fundir allí mismo, como si hubiese suspendido el examen más importante de mi vida. No estaba segura de si continuaría; solo sabía que quería que me aceptase, y le dije «Todo lo que le he dicho no lo podré decir nunca más a ningún otro.» Él se quedó un momento en silencio y dijo: «Nos veremos dos veces por semana, el lunes a las 14 horas y el jueves a las 17 horas.»
Gérard Miller (en off). Dos veces por semana, o una vez, o tres, no hay estereotipos, no hay pautas preestablecidas, no hay un número estándar de sesiones, más largas o más cortas, es el caso por caso, el reino de lo particular en un mundo de dominio de lo universal. La primera sesión es a la imagen de las que seguirán, una aventura que no os cura de vosotros mismos, sino al contrario, os reconcilia con vuestra propia historia.
José Miguel Pueyo. En Análisis terminable e interminable, 1937, Freud mostraba su desconfianza en acortar el tiempo de análisis: «Nuestro camino no nos llevará a un acortamiento de su duración.» Y, en realidad, las llamadas terapias breves, nacidas a la luz de "tiempo es dinero" y del cito, tute iucunde de la sociedad posmoderna, no sin relación con las condiciones de la american way of life, son tan ideológicas y breves como sus resultados terapéuticos, o como decía Freud cuando hablaba de la sugestión, «resultados rápidos pero breves en el tiempo.»
La experiencia psicoanalítica se desarrolla en el irreversible paso del tiempo, cronológico y limitado. Pero es la función del analista (acto analítico) que esta experiencia se desarrolle de acuerdo al tiempo y materia del inconsciente (que solo reconoce el tiempo lógico), el significante. El garante no es otro que el deseo del psicoanalista, deseo que se reconoce en el espíritu y la letra del «retorno a Freud» que propuso Lacan, retorno que constituye también la expresión más acabada del deseo de desenterrar los fundamentos éticos del dispositivo de la cura que inaugura el psicoanalista vienés. He aquí, sorprendentemente, la causa de la excomunión de Lacan a manos de los notables de la I.P.A., la International Psychoanalytical Association, a manos de quienes, además de obviar textos fundamentales como El malestar en la cultura, 1929, y Más allá del principio de realidad, 1919-1920, nunca se interrogaron y menos cuestionaron la vida posmoderna y el fallo de los ideales de la modernidad.
Agnés Becker, encargada de producción. No quiero decir que el hecho que todas mis angustias hayan desaparecido sea un milagro. No es como en el evangelio de Jesús ir al psicoanalista, además he aprendido a hacerme valer y he aprendido también a entender, sin duda, y a afrontar situaciones.
Marie Darrieussecq, escritora. El psicoanálisis me ha permitido separar la literatura un poco de mi vida, suficientemente como para poder escribir. Tenía la necesidad de este cambio de posición. Fue así que me hice escritora de ficción, porque explicar mi vida en los libros no es una cosa que me apetezca. Yo leo otras biografías, pero me he liberado al escribir ficción.
Marc-Olivier Fogiel, periodista. Para mí el psicoanálisis es liberación. A pesar de que hoy sé que todavía me queda mucho camino por recorrer, pero me he liberado de obligaciones que no me pertenecían.
Gilles Aspinas, educador especializado. El psicoanálisis no ha cambiado nada fundamental de mí, soy la misma persona, mis centros de interés globalmente son los mismos. Pero hay una gran diferencia y es que me he lanzado, lo que tenía ganas de hacer en la vida he probado de hacerlo. Comencé estudios que he podido concluir, me he podido comprometer políticamente porque tenía ganas, me apetecía. Es decir, en cierta manera aquello que ha cambiado es el hecho de poder llevar a cabo lo que tenía ganas de hacer.
Carla Bruni, cantante. Yo no pienso según la manera clásica que «Oh, Dios mío, de aquí me viene la creatividad.» Más bien pienso que si soy más feliz en mí existencia, necesariamente puedo trabajar mejor. Y eso es precisamente lo que ha pasado con el psicoanálisis. Es decir, que no solo puedo cantar lo que escribo, sino que puedo escoger «esto te apetece, esto no te apetece...», realmente me he crecido y liberado.
Valérie Drouart, responsable de administración. Hay una imagen de alguien que lleva una carda des de el principio, y que reconstruye su carga ladrillo a ladrillo, y por tanto que recupera su lugar, que se instala en la vida y que, en definitiva, avanza.
Aparecen los créditos, los cuales son interrumpidos por el siguiente diálogo mientra se muestra la imagen de Sigmund Freud.
Patrice Leconte (en off). No, no, esperad, parad un momento.
Sigmund Freud (en fotografía). ¿Qué pasa Patrice? ¿Hay algo que no va bien?
Patrice Leconte (en off). Una cosa que me da un poco de miedo del proceso del análisis.
Sigmund Freud (en fotografía). Sí, ¿de qué se trata?
Patrice Leconte (en off). Es el hecho de que me ha quedado claro cuando comienza un análisis pero que no se sabe cuando acaba.
Sigmund Freud (en fotografía). Sí, sí, continúe.
Patrice Leconte (en off). Pues, que lo que me angustiaría no es la primera sesión, de la cual ya he visto el reparto, sino idear la última sesión, porque yo creo que esta no existe.
Sigmund Freud (en fotografía). De acuerdo, me lo miraré, tomo nota para otro documental.
José Miguel Pueyo. Se trata aquí de una excusa del primer psicoanalista. Es decir, Freud tenía una respuesta, tanto es así que en repetidas ocasiones dijo que disolver la inhibición y la angustia que, en sus diferentes formas de presentación atenazan e hipotecan muchas veces de forma muy grave la vida de las personas, sería suficiente para dar por finalizado el tratamiento psicoanalítico.
Sin embargo, este criterio es terapéutico, médico, y des de aquello que enseña la clínica psicoanalítica no es sino deficiente. La mejora sintomatológica, sin ser menospreciable, no es el criterio esencial del tratamiento psicoanalítico. En primer lugar, el analista sabe, como hemos dicho, que «la cura es por añadidura», por añadidura del deseo de no dominio, de la exclusión de los discursos religiosos, del furor sanandi y de los ideales pedagógicos; además, el fin del tratamiento psicoanalítico nunca había sido teorizado antes de Lacan, nunca se había hecho la distinción entre «acabar un análisis», con un criterio médico, por ejemplo, y el «fin de análisis.»
Esta cuestión invita a recordar que en Análisis terminable e interminable, 1937, Freud habla de dos vías posibles en el tratamiento psicoanalítico. La primera concierne al fortalecimiento del Yo débil del neurótico en un Yo fuerte. Esta vía tiene un gran problema, como que este cambió implica reprimir el deseo y el goce del síntoma mediante la identificación del paciente al supuesto Yo sano y fuerte del terapeuta, a sus ideales, una idea que caracteriza, como se habrá reconocido, los métodos presididos por la sugestión, la impostura y el engaño. La segunda opción, propiamente psicoanalítica, tiene en la «roca de la castración», en la herida narcisista que implica la falta del Otro y, por tanto del mismo sujeto, un obstáculo para la finalización del tratamiento. Pero un obstáculo que la teorización lacaniana del denominado «atravesamiento del fantasma» soluciona en hacer del análisis un recorrido que tiene que llevar al analizante a «descreer del Otro» que lo habita, al trauma de ser objeto de goce del Otro, que descrea en tanto que el sentido que se le impone des de el Otro puede ser tan nefasto como el saber imaginario del ideólogo, siendo el «desabonamiento del Otro» otro nombre de los nombres del fin del análisis.
Estas dos vías definen lo fundamental de la historia de la praxis psicoanalítica. Todo empieza con motivo de la II Guerra Mundial, cuando algunos psicoanalista emigraron a los Estados Unidos, entre ellos Heinz Harmann, discípulo muy apreciado por Freud, así como Ernst Kris y Rudolph Lowenstein. Estos psicoanalistas entendieron que tenían que adaptar los descubrimientos de Freud, la clínica y la ética del psicoanálisis a la mentalidad americana, a l'American way of life. El resultado fue una nueva teoría, una nueva ética y una nueva manera también de entender la formación del analista y su habilitación para el ejercicio práctico. Así nació la Psicología Psicoanalítica del Yo (Ego Psychology). ¿Qué problema tenía y tiene esta concepción? Básicamente que implica el retorno a la época prefreudiana, obviar los descubrimientos freudianos.
Con los notables de la Ego Psychology, los descubrimientos de Freud permanecen forcluidos, eliminados radicalmente de la historia de las ideas y de la clínica. En los años cincuenta, Lacan mostró la necesidad de un nuevo retorno, esta vez el «retorno a Freud.» Se trataba de recuperar los fundamentos de los descubrimientos del primer psicoanalista, y a partir de sus aciertos, del Freud freudiano, elaborar nuevos conceptos y propuestas para desarrollar la teoría, la práctica, la formación y las instituciones psicoanalíticas. Desde entonces todo indica que el objetivo de la experiencia psicoanalítica es llevar al analizante a la dimensión trágica de la castración, Se trata del reconocimiento de la falta del Otro y del vacío de lo Real, para desde aquí, desde el «sin-sentido de lo Real», y una vez se ha desalineado de las identificaciones y ha experimentado de que manera era objeto de goce del Otro, pueda vivir la vida del deseo de una manera digna. El tratamiento psicoanalítico no contempla la resignación o acomodación del sujeto al síntoma al fin del análisis, o sea, un «espabílese como pueda» con el síntoma indica que siempre habrá un síntoma en el fin del análisis, por el hecho lógico de que todo en esta vida es sintomático (pero Dios quiera que no sea neurótico!).
¿Qué experiencia es esta entonces la del psicoanálisis? Aquella en la cual una persona se da cuenta de cómo se ha constituido en lo que es, cómo ha quedado también atrapada en un síntoma que responde curiosamente a un goce inconsciente que el sujeto por eso mismo desconoce. La experiencia psicoanalítica está marcada por una cierta precipitación ya que siempre habrá un significante más porque el inconsciente no se agota con el fin del análisis sino con la muerte del sujeto. En resumen, una experiencia en la cual el analizante puede reconocer que solo puede sentirse culpable de no haber conseguido que el deseo de curación que lo hizo llamar a la puerta del analista se haya demostrado como una auténtica voluntad de cambio.
En el momento de concluir el análisis el sujeto no podrá decir otra cosa que «allí donde ello era, el Otro gozada de mí, Yo (Je) advine, demostrando así mi ser de deseo y la responsabilidad que me correspondía en aquello (síntoma) del que me quejaba.»
Girona, verano 2010.
José Miguel Pueyo
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